Los últimos días de Trump
Según The New York Times, Donald Trump llega al final de su presidencia en un clima “de furia y negación”. Melancólico y, a veces, deprimido, apenas se presenta al trabajo.
En 2016, a estas alturas del proceso de transición presidencial en Estados Unidos, Donald Trump ya se había reunido en la Oficina Oval con Barack Obama para recibir los consejos del hombre al que pronto sucedería como Presidente. “Realmente debatimos muchas situaciones, algunas maravillosas, y algunas dificultades”, dijo Trump luego del encuentro de 90 minutos que mantuvo con el saliente mandatario demócrata el 10 de noviembre de ese año, apenas dos días después de que el republicano derrotara sorpresivamente a Hillary Clinton.
Cuatro años después y tras su derrota ante el candidato demócrata Joe Biden en las elecciones del 3 de noviembre, Trump no ha participado “en el tipo de trabajo que suelen desarrollar los presidentes en este momento de su mandato”, como describió Tara McKelvey, reportera de la BBC en la Casa Blanca. En lugar de colaborar con la transición presidencial que culminará con la asunción de Biden el próximo 20 de enero, el republicano se ha visto “enfurecido” por los resultados de los comicios –que aún no reconoce oficialmente, pese a que el lunes el Colegio Electoral ratificó la victoria de Biden- y ha optado por destinar parte importante de su tiempo a ver televisión, como lo han demostrado sus tuits.
Según la cadena británica, sigue de cerca a One America News Network, un canal de cable conservador que es conocido por sus teorías conspirativas. Y obviamente realiza viajes de fin de semana a Virginia para jugar golf, un lugar donde se siente cómodo y amado.
En un reciente artículo publicado en The New York Times, Peter Baker, corresponsal jefe de ese diario en la Casa Blanca, se refirió a este período como “los últimos días de furia y negación de Trump”. “Malhumorado y, según sus asesores, en ocasiones deprimido, el Presidente casi no se presenta a trabajar y no se ocupa de la crisis sanitaria y económica que enlutan al país, y en gran parte elimina de su agenda pública las reuniones que no tienen que ver con su desesperado intento de modificar los resultados de las elecciones”, escribió el periodista que ha cubierto a los últimos cuatro presidentes de Estados Unidos.
The Washington Post también ha retratado en similares términos la reacción del gobernante republicano después del 3 de noviembre. “Secuestrado en la Casa Blanca y meditando fuera de la vista del público después de su derrota electoral, furioso y, a veces, delirante en un torrente de conversaciones privadas, Trump fue, según contó un consejero cercano, como El Rey Loco George, murmurando: ‘Yo gané. Gané. Gané’”, comentó el periódico.
Como prueba de esa obsesión, en el transcurso de la primera semana de diciembre Trump publicó o volvió a publicar alrededor de 145 mensajes en Twitter arremetiendo contra los resultados de las elecciones, apuntó Baker. El contenido del mandatario en esa red social es un “torrente de rechazos”, asegura. “De ninguna manera perdimos las elecciones”, escribió Trump en los últimos días. “¡Ganamos Michigan por mucho!”, comentó en otro momento sobre un estado que perdió por más de 154.000 votos. Volvió a publicar un mensaje que buscaba deslegitimar a Biden: “Si toma posesión bajo estas circunstancias, no se le podrá llamar ‘Presidente’, sino #ocupantedelapresidencia”.
Pero este era un escenario que March Fisher, coautor de Trump revealed (2016), una exhaustiva biografía no autorizada del mandatario, ya anticipaba. En una entrevista con La Tercera cinco días después de los comicios, el también editor senior de The Washington Post vaticinaba que “Trump culpará a otros por su derrota, como ya ha sentado las bases para hacer con sus constantes reclamos de que las elecciones estaban amañadas en su contra. Se enfurecerá con su personal y probablemente recurrirá a Twitter, culpando airadamente a quienes lo rodean por su fracaso”.
Y es que la furia del Presidente, así como su ambición y empuje, “son legendarios”, destaca la BBC. Jack O’Donnell, quien una vez dirigió un casino en Atlantic City, Nueva Jersey, para Trump, dice saber cuál ha sido la reflexión del mandatario tras las elecciones. “En su cabeza, no habrá perdido (...). Él nunca aceptará la derrota. Siempre será: ‘Me la robaron’”, comentó a la cadena británica.
O’Donnell, además, asegura entender por qué la gente que trabaja para él se marcharía en un momento como este. “Estás caminando sobre cáscaras de huevo. Nadie quiere decir algo incorrecto”, explicó. Una vez, recuerda, el empresario inmobiliario caminaba por una habitación de techo bajo en un edificio que estaba en medio de una renovación. “Había algunos problemas”, dijo O’Donnell. Y pronto Trump notó los errores en la renovación. “Saltó en el aire y golpeó el techo”, contó. “Nadie quiere estar cerca de él cuando está enojado”, agregó.
Así, en la cuenta regresiva para su salida de la Casa Blanca, Trump “se ha obsesionado con recompensar a sus amigos, deshacerse de las personas desleales y castigar a una lista cada vez más larga de supuestos enemigos que ahora incluyen a gobernadores republicanos, a su propio fiscal general e incluso a Fox News”, su cadena de televisión favorita, sostiene el Times.
Uno de los primeros blancos de la ira de Trump fue Christopher Krebs, director de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad (CISA), quien fue despedido el 17 de noviembre, luego de afirmar que los últimos comicios presidenciales fueron “los más seguros de la historia”. “La reciente declaración de Chris Krebs sobre la seguridad de las elecciones de 2020 fue muy inexacta, ya que hubo fraudes e irregularidades masivas”, justificó el Presidente en su cuenta de Twitter.
Luego llegó el turno del secretario de Defensa, el 9 de noviembre. “Mark Esper fue despedido”, declaró repentinamente Trump en la misma red social. La decisión culminó una tormentosa relación de cuatro años entre la Casa Blanca y el Pentágono, que vio partir a cuatro jefes, en parte por no cumplir los objetivos políticos del Presidente. Según la BBC, la resistencia de Esper a la sugerencia del Presidente de desplegar tropas para sofocar las protestas en distintas ciudades estadounidenses habría gatillado su salida. Para la presidenta de la Cámara de Representantes y líder demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi, el despido de Esper representa una “evidencia inquietante” de la intención de Trump de “sembrar el caos”.
“Ahora que el fiscal general William Barr ha dicho que no advirtió ningún fraude que anule las elecciones, él podría ser el próximo”, había escrito Baker el 7 de diciembre, recordando el carácter “impredecible y errático” de Trump. Y efectivamente, el aliado del mandatario anunció este lunes que dejará el cargo el 23 de diciembre. El Presidente publicó la carta de dimisión de Barr minutos después de que el Colegio Electoral confirmara la victoria de Biden. “Acabo de tener una agradable reunión con el fiscal general Bill Barr en la Casa Blanca. Nuestra relación ha sido muy buena, ha hecho un trabajo excepcional”, comentó en Twitter.
Pero no todo ha sido despedir a sus colaboradores “desleales”. Trump ha reducido drásticamente su agenda después de las elecciones. CNN dice que prácticamente “se ha refugiado en la Casa Blanca”. Al menos hasta el 17 de noviembre, señala la cadena de televisión, sus tres comparecencias públicas desde las elecciones se limitaron a “una aparición llena de mentiras en la sala de reuniones, una corona de flores empapada de lluvia en el Cementerio Nacional de Arlington (por el Día de los Veteranos) y comentarios en el Jardín de las Rosas sobre la vacuna contra el coronavirus. Todos los eventos terminaron sin preguntas”. Incluso los actos de Trump que figuraban en la lista pública pero cerrados a la prensa fueron escasos durante ese mes. Entre el 4 y el 19 de noviembre almorzó dos veces con el vicepresidente Mike Pence y se reunió con sus secretarios del Departamento de Estado y del Departamento del Tesoro. “He estado cubriendo la Casa Blanca durante 12 años. A excepción de las vacaciones, no recuerdo tan poco en un calendario presidencial”, tuiteó Michael D. Shear, periodista de The New York Times, el 18 de noviembre.
La agenda de Trump tampoco ha incluido una sesión informativa de inteligencia clasificada en más de un mes, destacó CNN. No solo eso, su administración niega esas sesiones a Biden. Además, y a diferencia de cualquiera de sus predecesores contemporáneos, el republicano no ha llamado a su oponente victorioso, mucho menos lo ha invitado a la Casa Blanca para la tradicional visita posterior a las elecciones, recuerda Baker, quien destaca que Trump ha dicho que tal vez no asista a la toma de posesión de Biden, lo que lo convertiría en el cuarto mandatario en la historia de EE.UU. en negarse a participar en el ritual más importante de la transferencia pacífica del poder, según Newsweek.
“No hay nada en esto (la toma de posesión de Biden) para él y el interés propio parece ser lo único que lo motiva (a Trump)”, dice a La Tercera Terry Sullivan, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Carolina del Norte en Chapell Hill y director ejecutivo del Proyecto de Transición de la Casa Blanca, un grupo apartidista que ha estudiado las transiciones presidenciales durante décadas. A juicio de Sullivan, Trump no está comportándose como sus antecesores, a quienes les preocupaba la manera en que sus últimos días en el cargo influirían en su legado. “Mantiene una ficción de que no perdió las elecciones para que sus partidarios contribuyan con dinero a un fondo aparentemente para financiar sus desafíos legales, pero que en realidad solo le pone dinero en el bolsillo y no paga los gastos de sus reclamos legales en absoluto”, asegura.
Se trata, según el Times, de una última regla que Trump está haciendo añicos y que contrasta con el último Presidente republicano que le transfirió el poder a un demócrata. El expresidente George W. Bush, de manera deliberada, le dejó la decisión a su sucesor, Barack Obama, de cómo rescatar la industria automotriz y de si aprobar o no el aumento de soldados en Afganistán. Y cuando el Congreso solicitó negociaciones sobre los rescates bancarios, Bush se hizo a un lado y dejó que Obama llegara a un acuerdo con los legisladores antes de tomar posesión. Desde las elecciones, en cambio, Trump ha ordenado el retiro de miles de soldados de Afganistán, desobedeciendo así las recomendaciones de algunos generales superiores. De igual manera, los funcionarios de su administración siguen tomando medidas punitivas contra China que quizá tensarán más las tirantes relaciones con Beijing que heredará Biden.
Según The Washington Post, los 20 días entre las elecciones del 3 de noviembre y la luz verde a la transición de Biden ejemplificaron algunas de las características de la vida en la Casa Blanca de Trump: un gobierno paralizado por el frágil estado emocional del Presidente; consejeros que alimentan sus fábulas; disputas cargadas de improperios entre facciones de ayudantes y asesores, y una perniciosa confusión de la verdad y la fantasía.
Mientras tanto, muchos de los que trabajan en la Casa Blanca parecen resignados a su destino y se están preparando para la nueva administración. Los escritorios del Ala Oeste están ordenados. Algunos casi han sido eliminados, asegura la BBC. Un clima de inseguridad reforzado por las mismas decisiones de Trump. Según CNN, un edicto de su jefe de personal estableció que cualquier persona que sea sorprendida buscando empleo será despedida de inmediato. Sin embargo, muchos currículums de la Casa Blanca ya habrían llegado al Capitolio. Un experto en política exterior que todavía trabaja para el gobierno dijo a la BBC que él y sus colegas están esperando el final. “No hay mucho que hacer excepto ver cómo se desarrolla”, comentó resignado.
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