Bob Dylan: seis formas de celebrar sus 80 años
Uno de los artistas más influyentes de nuestra era hoy cumple ocho décadas y aquí hay varias maneras de festejarlo: escuchando alguna de sus obras maestras, también covers realizados por otros artistas o leyendo su imperdible autobiografía. También existe un imperdible guiño con Chile.
*Una obra maestra
Aunque la institucionalidad rockera consensuó que Blonde on blonde (1966) es la obra maestra que mejor perpetúa la huella del músico en los años 60 -un disco exuberante, espeso, rico en lenguaje y detalles-, es precisamente la grandilocuencia de ese álbum doble lo que puede ahuyentar a quienes aún observan a Dylan con cierto temor: por lo mismo, mejor iniciarse con el título anterior.
Igual de diverso y elocuente, Highway 61 Revisited (1965) es una producción vibrante, un conjunto de piezas rockeras, bluseras y melódicas que sintetizan el mejor sonido de esos años, la clase de obra que también puede enamorar a fans de The Beatles o los Stones más vinculados al formato canción tradicional que a las diatribas poéticas desplegadas por el estadounidense. Además, todo con un inicio magistral: Like a rolling stone.
*Un disco enorme para ir más allá de sus clásicos
Quienes conocen la discografía del músico saben que su magma creativo se agita entre mediados de los 60 y la primera parte de los 70, regresando bajo una fuerza más veterana durante el nuevo siglo.
Entre mediados de los 70 y los 90 hay vacíos, lagunas, flashazos, piezas que encapsulan momentos puntuales, pero también un trabajo imperdible: Desire (1976). Otro disco que califica entre lo mejor que firmó.
Realizado mientras se embarcaba en ese tour de carácter nómade y gitano llamado Rolling Thunder Revue -él mismo manjenado una camioneta y tocando en distintos puntos de EE.UU.-, Desire es precisamente un caos de ideas, temáticas y sonidos, destilando folk, country, música protesta y hasta guiños latinoamericanos, en otro tobogán que nunca pierde su vértigo.
¿Temas para apuntar? Romance in Durango, Black Diamond Day y Hurricane.
*Un álbum para disfrutar de su adultez
El Dylan de mirada descreída, pelo enmarañado, guitarra y armónica, es probablemente el que sobrevivirá en las enciclopedias. La historia rockera finalmente también está construida sobre la fotogenia.
Pero el Dylan adulto, sexagenario y en el ojo público solo gracias a sus giras, también tuvo demasiado qué decir. 11 de septiembre de 2001, caen las Torres Gemelas y justo esa jornada en que nada más importó, el cantante editó este álbum, el que curiosamente también tuvo carácter de hito: es por lejos el mejor de su era más veterana, pausado y sereno, donde avanza con voz raspada y fantasmagórica.
En un quiebre histórico para la Humanidad -la caída de un símbolo neoyorquino-, sin querer Dylan suena como el hombre de bagaje amplio y sabiduría enciclopédica que se alista para contar su propia versión de ese siglo XX que también le pertenece, pero que de a poco se comienza a desvanecer.
*Un libro para (intentar) conocer su vida
La batalla por descifrar cómo fue, es y será la existencia de uno de los artistas decisivos de nuestra era, siempre ha sido áspera. Desde hace décadas, las más diversas plumas, del más diverso calibre, han intentado acercarse al estadounidense a partir de los hechos de su vida, muchos de ellos con visiones polarizadas, enfrentados, divididos y, lógicamente, sin ponerse de acuerdo.
Hay algunos como Clinton Heylin, quien derechamente en The double life of Bob Dylan -el título lo dice casi todo- trata al Nobel de tramposo, mentiroso, reflexivo y filosófico en su arte, pero un tirano y un despreocupado por los grandes temas en su vida cotidiana. El británico Howard Sounes no es tan taxativo en Bob Dylan: la biografía, pero sí lo presenta como un individuo acorralado por sus contradicciones, tan preocupado del dinero que despachan sus negocios inmobiliarios como por las líricas de sus composiciones.
Lo mejor en este caso es ir a la fuente original. Y por lejos lo más divertido: para sumergirse en el personaje, la autobiografía Crónicas, Volumen 1 (2004) es el testimonio de una leyenda que se ríe de sí mismo, que nunca se toma en serio ese apodo mesiánico de “la voz de una generación” y que parece feliz de vivir como un ermitaño.
Algunos de los grandes temas de su catálogo -la soledad, el futuro, la fama, el pasado, el amor, la industria de la música- se convierten en palabras, con algunas escenas notables. Cuando algunos periodistas lo visitan en su casa en Woodstock en los años 60, creen que encontrarán a un iluminado pensando y narrando el destino inmediato de la Humanidad. Nada: lo único que ven son juguetes desparramados por el piso y a un tipo pasando la escoba para evitar recibir a las visitas entre tanta mugre.
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*Un par de letras para comprender su Nobel
Cuando en 2016 Bob Dylan se quedó como el Nobel de Literatura, la estupefacción recorrió gran parte del planeta interesado en el tema. ¿Correspondía realmente entregárselo a una estrella del rock que había convertido sus canciones en literatura?
Por supuesto, los dylanólogos se apuraron en establecer que sí: sus letras estaban a la altura de cualquier novelista o poeta. Una rápida revisión puede llevar a concluir que el detalle, la sensibilidad y el uso de imágenes que el oriundo de Minnesota va trazando en sus tracks tiene escasos paralelos en la literatura del siglo XX.
Blowin’ in the wind: “¿Cuántos caminos debe un hombre recorrer/ antes de que tú puedas llamarlo un hombre/ ¿Cuántos mares debe una gaviota navegar/ antes de dormir en la arena?/ ¿Cuántas veces debe la bala del cañón volar/ antes de que sea prohibida para siempre?/ La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento/ la respuesta está soplando en el viento”.
With God on our side, también de sus años formativos de la primera parte de los 60, marcados por la canción social y de protesta, es otra muestra de espesor lírico e histórico: es el retrato, según él, de un país marcado por la presencia de Dios y que ha escrito su destino en nombre de la fe.
“La Primera Guerra Mundial muchachos/ vino y se fue/ El motivo de la lucha nunca lo comprendí/ Pero aprendí a aceptarla/ a aceptarla con orgullo/ ya que los muertos no cuentan/ cuando Dios está de nuestra parte/ La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin/ perdonamos a los alemanes/ y nos hicimos amigos/ aunque asesinaron a seis millones/ friéndolos en los hornos/ ahora también los alemanes/ tienen a Dios de su parte”.
*El mejor cover de una de sus canciones
Con un catálogo que marcó de forma tan profunda el ethos artístico tanto de Inglaterra como de Estados Unidos -y de una u otra forma, del planeta completo-, hay versiones de sus temas para casi todos los gustos.
Algunas que adquirieron nuevos horizontes, como Knockin’ on heaven’s door, gentileza de Guns N’ Roses, o All along the watchtower, poseída por el flujo eléctrico de Jimi Hendrix. También está el tono melódico y magistral de Johnny Cash y June Carter Cash para It ain’t me babe.
Pero quizás una de las más emotivas es My back pages, en voz y manos de los estadounidenses The Byrds, con una fibra evocativa ideal para versos que retratan el paso del tiempo, el desapego con los años juveniles, la desilusión con los canones que se creían inamovibles y, en resumen, el natural salto a todo eso que llamamos adultez.
Bonus track: en español también hay algunos covers o adaptaciones, aunque con resultados dispares. Uno de aquellos para apuntar puede ser Joaquín Sabina adaptando To Ramona (1964) para su Ay, Carmela (2009).
*Bonus track: su mejor historia con Chile
Dylan vino tres veces a Chile: en 1998, 2008 y 2012. Sin embargo, su historia imperdible con el país está situada en 1974, cuando fue invitado a participar en el evento benéfico The Friends of Chile, realizado en un teatro de Nueva York y en ayuda de los exiliados chilenos.
El trovador llego con varias copas de más y, según consignan las crónicas del momento, subió borracho al escenario, materializando uno de los peores espectáculos de su trayectoria.
Lee aquí la crónica de esa historia.
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