Un matrimonio que alcanzó a escapar y una residente que teme por su familia: cómo vive la crisis la comunidad ucraniana en Chile
Ayer, cuando en Chile se acercaba la medianoche, en Donetsk y Lugansk se oyeron los primeros estruendos tras la invasión rusa. Katina salió justo a tiempo de Kiev. Oksana ya está avecindada en Santiago. Ambas son parte del casi medio millar de ucranianos en Chile, que viven desde lejos un conflicto que los ha sumido en la incertidumbre y que los mantiene atentos al devenir de los ataques.
Hace tres semanas, Katina llevaba una vida tranquila en Kiev, capital de Ucrania, junto a Pedro, su marido chileno, y las hijas de ambos. Pero de un día para otro la situación cambió, y la creciente ola de rumores de que un conflicto armado emprendido por Rusia se avecinaba, hizo eco en su hogar.
Se comenzó a hablar de que prontamente no habría más vuelos de salida desde Ucrania. Y la señal más potente llegó cuando los profesores del colegio internacional de sus niñas -principalmente extranjeros- comenzaron a renunciar. En paralelo, algunas embajadas también empezaban a cerrar sus puertas.
“Ahí entendimos que la cosa se estaba poniendo fea, que podíamos quedarnos atrapados, entonces nos pusimos a vender todo lo que pudimos, aunque dejamos casi todas nuestras cosas allá, para venirnos al país de mi marido”, relata Katina, ya en Santiago junto a su esposo, quienes prefieren omitir sus apellidos, por precaución.
No son los únicos ucranianos en Chile que este jueves despertaron con un conflicto desatado en su país natal.
Oksana Tunska tiene 46 años, nació en Odessa, Ucrania, y pasó su niñez en Kiev. Hace ocho años vive en Chile y está casada hace nueve con un chileno.
“Lo que pasó esta noche me petrificó a mí y a mi familia y, aunque sabíamos que iba a pasar, uno no espera que ocurra. Somos un país en el corazón de Europa, estamos en el siglo XXI. Llevamos ocho años diciendo que el vecino se está volviendo loco, sin contar los años anteriores de comportamiento de este vecino, que nunca fue agradable”, dice Tunska.
“Es súper difícil escuchar que la ciudad donde yo nací, donde pasé mi niñez, está bombardeada. Mi hermana está escuchando los cohetes pasar por encima de su edificio”, agrega. Y confiesa: “Todavía tengo la esperanza de que puedo despertarme, que estoy soñando”.
La guerra desde lejos
Las imágenes que llegan desde Ucrania, evidentemente, los asustan. Katina, Pedro y Oksana tienen seres queridos en ese país. “Tenemos amigos chilenos allá que se quedaron y están con sus guaguas, atrapados, porque además la embajada no les daba los documentos para salir”, cuenta Pedro.
También se quedó en Ucrania la madre de Katina y le preocupa. También el haber huido. El miedo a las represalias, admiten, es real.
“Mi madre nació en Alemania de la posguerra, en la parte controlada por la Unión Soviética. Tiene una personalidad muy especial y calmada, pero con 75 años está sola y eso me complica mucho”, señala Katina, quien cuenta que su madre ayer fue a buscar el refugio antibombas más cercano. “Fue muy triste, porque está en el colegio al que iba yo cuando chica”, se lamenta.
Por el momento, la madre de Katina dice estar tranquila, “pero desde acá y sin saber qué pasa realmente es muy estresante”, y cuenta que, aunque tanto ella como sus otros amigos que quedan en Ucrania les han contado que hasta ahora cuentan con electricidad, agua e internet, igualmente “desde anoche estamos viendo las noticias cada cinco minutos”.
A la luz de los hechos, la decisión que tomó el matrimonio ucraniano-chileno les parece acertada. Sin embargo, ver el conflicto a miles de kilómetros de distancia también les genera sensaciones indescriptibles. Al final de cuentas, para Katina es su país natal y para Pedro, el que lo cobijó la última década y que vio crecer a sus hijas.
“Es difícil entender lo que genera, porque es todo impredecible, no sabes qué esperar. Otros países cuando están en guerra, no sé, al menos sabes que no van a atacar a la población civil, pero a los rusos nadie puede tocarlos, ya amenazaron con bombas nucleares a todos, entonces la sensación es de ‘chuta’, qué se puede hacer…”, se extiende Pedro. Su esposa complementa: “Es muy loco, porque además se suponía que era una táctica militar puntual, según dijo Putin, pero ahora está todo el país bajo ataque, entonces nadie entiende realmente lo que quiere”.
Oksana aporta con su experiencia: “Mi familia está en Kiev, allí vive mi hermana con su familia, otra parte está en la región de Odessa y otra parte está en la Ucrania occidental. Todas estas zonas están en peligro”.
¿Qué ha hablado con ellos? “Dicen que no pueden salir a ningún lado, porque las carreteras están cortadas y colapsadas. Mi tía preparó su bodega subterránea para esconderse ahí en caso de ser necesario. Es normal que la gente esté en estrés y en shock”, detalla. Sin embargo, también advierte: “Conociendo nuestra experiencia, se van a sobreponer pronto, y un ucraniano enojado es peligroso”.
Distinto a Oksana, que vive hace casi una década en el país, Katina ingresó a Chile con visa de turista, que dura tres meses. La complicación que se les viene ahora es ver cómo regularizar su situación una vez que transcurra ese tiempo. “Quizás tengamos que pedir alguna de refugiada”, cuenta la pareja, que por ahora encuentra algo de consuelo en el resto de la comunidad ucraniana que reside en el país (cerca de 500 personas, según cifras de la embajada). “Es un poco más llevadero emocionalmente hablando y van dando información desde allá que les llega de sus familias”, expone.
Justo al cierre de esta nota, a Katina le relataban las últimas noticias que se conocían en Ucrania. “Mi madre me cuenta que las mujeres embarazadas tienen que tener a sus guaguas en los sótanos de los hospitales y vas entendiendo la gravedad del asunto”, concluye.
Manifestaciones en la embajada rusa
Medio centenar de ucranianos residentes en Chile se reunieron ayer, en el frontis de la embajada de Rusia, ubicada en Las Condes, para protestar contra los ataques.
Hasta allí llegó Olga Bashchuk (29), quien hace cinco años vive en el país con su esposo chileno. Residen en Viña del Mar y viajaron a la capital solo para ser parte de la manifestación. “Vine para recordar a un amigo que mataron hace un tiempo, para recordarlo, estar con mi gente y apoyar a mi país y lo que está viviendo”, contó.
Inna Kovtun, quien vive hace ocho años en Chile y también está casada con un chileno, expresó su impotencia: “Estamos preocupados y muy lejos de nuestro país, pero hay que hacer algo”.
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