Cuando un amigo se va: la decisión más difícil de un Presidente al rearmar su gabinete

amigo jackson

Los exmandatarios Bachelet, Piñera y Lagos tuvieron que sacrificar a amigos y delfines políticos para resolver crisis o encrucijadas políticas. Algunas de esas relaciones nunca se recompusieron. Las experiencias traumáticas son un precedente para la inevitable decisión, de manera más categórica en caso de que gane el Rechazo, que deberá tomar Gabriel Boric tras el plebiscito.


Tomar decisiones, independiente del costo personal. Ese fue uno de los consejos que recibió el Presidente Gabriel Boric en las conversaciones que sostuvo con exmandatarios antes de asumir en La Moneda.

Sin embargo, los casos más dramáticos los protagonizaron los expresidentes Ricardo Lagos con Carlos Ominami (durante la campaña de 1999), Sebastián Piñera con Rodrigo Hinzpeter (en 2012) y Michelle Bachelet con Rodrigo Peñailillo (en 2015), ya que sacrificaron a amigos y delfines políticos para resolver crisis o encrucijadas políticas. Algunas de esas relaciones nunca se recompusieron.

Las experiencias traumáticas son un precedente para la que parece casi inevitable decisión para Boric tras el plebiscito del 4 de septiembre.

La renovación de su gabinete -que ya se vio trastocado por la renuncia de la ministra de Desarrollo Social, Jeanette Vega- es prácticamente un hecho, según coinciden parlamentarios y dirigentes de partidos oficialistas.

Las posibles salidas o enroques del ministro secretario general de la Presidencia, Giorgio Jackson, y de la titular del Interior, Izkia Siches, asoman como los principales remezones que podría adoptar Boric con el fin de salir del entrampamiento político. Con todo, el caso de Jackson es más especial: la amistad viene desde la época universitaria y nadie duda de que fue el hombre fuerte de la primera etapa de su gobierno.

El implacable Lagos

“El Presidente de Francia no tiene familia”, era una cita del fallecido exgobernante galo François Miterrand, que a Lagos le gusta repetir a menudo.

La frase -que resumía la idea de que un mandatario debiera actuar al margen de consideraciones de su círculo cercano, como la familia y amigos- se transformó en el sello implacable del tercer Presidente de la Concertación a la hora de sacar y pedir la renuncia de personas afectivamente cercanas.

“El Presidente no tiene familia ni amigos”, repetía, también parafraseando a Miterrand, el exministro Francisco Vidal, uno de los pocos que lograron sobrevivir hasta el último día del gobierno de Lagos.

Otros miembros de su círculo político más íntimo no corrieron la misma suerte.

El caso más dramático se dio incluso antes de que el expresidente le ganara a Joaquín Lavín en las elecciones presidenciales de 1999-2000.

Tras el resultado estrecho que se dio en la primera vuelta, Lagos decidió dar un golpe de timón y sacar del comando al entonces senador socialista Carlos Ominami, quien si bien solo era el jefe del área comunicacional, era el asesor más influyente de la campaña.

La esposa de Ominami, la periodista Manuela Gumucio, era la directora de la franja, mientras que su hijo cineasta, un joven impetuoso llamado Marco Enríquez-Ominami (ME-O), era el encargado de las piezas audiovisuales. Ellos también fueron desvinculados tras la primera vuelta presidencial, en la que Lavín quedó a 31 mil votos de alcanzar al concertacionista.

“Escucho la voz del pueblo... He comprendido el mensaje que el pueblo ha entregado”, fue la frase de Lagos la noche del 12 de diciembre de 1999, en la que por primera vez en la historia de Chile se daba paso a un balotaje mediante voto universal para definir Presidente de la República.

El acto de sacrificio para ir en busca de un voto más centrista nunca fue digerido por Ominami, ni Gumucio, ni ME-O. La amistad que había entre las familias del senador y el Presidente se fracturó. Incluso, dejaron de hablarse.

Si bien el entonces legislador socialista guardó silencio, con el tiempo admitió haberse sentido el “chivo expiatorio” del magro resultado electoral, y siempre consideró que el giro hacia el centro de la campaña, afianzado por la llegada de Soledad Alvear (DC) a la jefatura del comando, fue innecesario, pues inevitablemente en segunda vuelta se iban a sumar electores comunistas y de otras fuerzas de izquierda.

Durante su gobierno, Lagos adoptó otros ajustes que en el mismo laguismo consideraban impensables, como la salida de Álvaro García (ministro secretario general de la Presidencia entre 2000 y 2002), Carlos Cruz (ministro de Obras Públicas entre 2000 y 2002) y Carlos “Cacho” Rubio (jefe de gabinete entre 2000 y 2002).

García (PPD), por ejemplo, conocía a Lagos desde mediados de los 80, a través de una asociación de economistas. Hijo de una tradicional familia DC, conectada con el mundo empresarial, García fue clave en la generación de lazos entre el sector privado y el líder socialdemócrata. Junto a Ominami era parte del “núcleo duro” de Lagos. Incluso, era sindicado como el favorito del gabinete hasta su remoción. Ya fuera del gobierno, el caso de filtración de información del Banco Central a la firma de inversiones Inverlink, de la que García era parte, solo acentuó la distancia.

El impacto de la salida de Rubio (fallecido en 2009) tuvo otra dimensión más íntima. Conoció a Lagos a fines de 1981, en una reunión clandestina, en la casa de Moy de Tohá, la madre de Carolina Tohá. No obstante, el lazo se forjó a partir de 1982, cuando se convirtieron en vecinos en La Reina. La amistad se afianzó a través de los hijos de ambos. Incluso, Rubio solía llevar a Francisca, la hija menor de Lagos, al colegio y fue uno de los pocos que conocieron la parcela de Caleu, cuando no había nada construido.

El anuncio por TV

El 6 de febrero de 2015, Bachelet se encontraba de vacaciones descansando en su cabaña del lago Caburgua cuando recibió una llamada de Peñailillo, quien era entonces su ministro del Interior. Según los testimonios transmitidos por cercanos a Peñailillo, al contestar, Bachelet minimizó el impacto del reportaje de la revista Qué Pasa que revelaba el negocio inmobiliario de su nuera, Natalia Compagnon -esposa de Sebastián Dávalos- a través de la firma Caval.

El tono de Bachelet, según esas versiones, desarmó a Peñailillo, quien quería advertirle del efecto político de la publicación. Sin embargo, por instrucción de la entonces Presidenta, La Moneda se ciñó a la postura de que se trataba de un negocio entre privados.

La secuencia de hechos posteriores hizo insostenible la continuidad de Dávalos a cargo de la Dirección Sociocultural de la Presidencia y Peñailillo se jugó para tratar de que el hijo de la Presidenta renunciara fuera de Palacio. No obstante, la decisión de Bachelet fue otra y Dávalos dimitió en un acto en La Moneda.

Aquella tensión trizó la relación entre Bachelet y su ahijado político, quien para el temporal posterior que se desató por el mismo caso Caval y las investigaciones por Penta y SQM ya no contaba con el blindaje presidencial. Para algunos testigos de esos años, Bachelet optó por su hijo biológico en vez de su hijo político.

Tras las revelaciones de que SQM pagó boletas de un grupo de personas que apoyaron un trabajo de precampaña de Bachelet, el exministro del Interior se transformó en el fusible para evitar que la crisis siguiera escalando a la Presidenta. Ella, en una acción mediáticamente inusual, en una entrevista con Mario Kreutzberger, el 6 de mayo de 2015, anunció que le había pedido la renuncia a todo su gabinete y que se tomaría 72 horas para definir un ajuste ministerial.

El plazo autoimpuesto se quedó corto. La decisión demoró cinco días y, el lunes 11 de mayo, Peñailillo -quien fue el hombre de mayor confianza de Bachelet durante 10 años- salió de La Moneda. El lazo con su antigua “jefa”, como le decía, nunca se restableció y nunca más hablaron.

El fin del heredero

En el caso de Piñera hubo dos salidas particularmente dolorosas en lo personal. La última de ellas fue la de Andrés Chadwick, quien a pesar de que el expresidente quería mantenerlo en el cargo, el entonces ministro lo convenció de sellar su salida, el 28 de octubre de 2019, para asumir las responsabilidades políticas después del estallido social.

El caso de Hinzpeter fue distinto. Si bien había dejado en libertad de acción a Piñera tras la derrota que sufrió la derecha en las elecciones municipales de 2012, el entonces Presidente había llegado a la convicción de que no solamente por los resultados electorales era necesario hacer un remezón político.

Si bien Hinzpeter fue enrocado al Ministerio de Defensa, el 5 de noviembre de 2012, el cambio terminó sepultando el plan de convertirse en el heredero político de Piñera.

En sus tiempos de jefe de gabinete, Hinzpeter había intentado levantar un proyecto ambicioso de “una nueva derecha”, sin embargo, las malas relaciones con la UDI y con la directiva de RN -solo compensada en parte con la cercanía de algunos diputados de Renovación Nacional-, atentaron contra su mirada estratégica.

A ello se sumó la incesante arremetida de la oposición, que lo acusó constitucionalmente dos veces y lo transformó en el flanco favorito para debilitar de esa forma a Piñera.

Su personalidad y su estilo contribuyeron al deterioro de su imagen pública, lo que al final también estaba perjudicando al gobierno.

En esos años, la llegada de Chadwick fue una apuesta de la Presidencia para tratar de recomponer relaciones con el oficialismo y la oposición de la época.

Por su parte, Hinzpeter si bien dijo que siempre conservó el afecto de Piñera, tras el término del gobierno, en 2014, fue fichado por el Grupo Luksic, con lo que cerró la puerta a cualquier posible regreso a la política.


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