Columna de John Mario González: El drama ucraniano y los esclavos de Rusia
Debiera América Latina sacudirse y alinearse en la defensa de la democracia; aprovechar la oportunidad para estar en primera fila del nuevo orden mundial de la postguerra de Ucrania.
Por John Mario González, analista internacional y columnista desde Kiev
Si bien los cafés y restaurantes en el centro de Kiev tienen una relativa buena afluencia de clientes por esta época, se trata más de una de las pocas distracciones, algo así como una compostura esforzada. La de una ciudad que funciona a media luz, con cortes permanentes de energía, el riesgo continuo de los ataques sobre la ciudad y el permanente estrés de pobladores indefensos frente a la destrucción de su país y sus hogares. Y ahora con la cada vez más inminente ofensiva y la entrada formal de Bielorrusia a la guerra, un títere de Rusia, y un país a solo dos horas en auto desde Kiev.
Es una tragedia, o cómo más se pudiera describir la invasión de la patria y tener que escoger entre huir, los que pueden, o luchar y tal vez morir. Claro que las condiciones para un ucraniano en los territorios ocupados de Luhansk, Donetsk o Zaporiyia, al este del país, son más dramáticas, y ni se diga en las asediadas poblaciones de Bakhmut, Kherson o Soledar, a punto de ser tomada por los rusos.
Eso que lo hecho por Putin ha sido un desastre, con los contundentes golpes militares recibidos en Makiivka, Kharviv, Kherson, que han hecho estallar el mito del poderoso Ejército ruso. De lo contrario, la situación sería mucho peor, con un saldo de miles de muertos y sometidos a Rusia.
Por fortuna, Estados Unidos y Europa han entendido que sale más barato y menos doloroso invertir en su propia seguridad, a través de dotar a los ucranianos. Mejor que luego perder a sus propios hombres y repetir con Putin el horror de las anexiones territoriales de 1938 y 1939 de Hitler que desataron la Segunda Guerra Mundial. Una monstruosidad narrada desde el frente polaco en el sobrecogedor libro, de 1946, “El drama de Varsovia”, de Casimiro Granzow y de la Cerda.
Lástima la ambivalencia de algunos líderes, como el Presidente francés Emmanuel Macron, y, en general, de la OTAN para facilitar armamento pesado a Ucrania. Como me lo comentó el Representante Especial para América Latina y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, Ruslan Spirin, “la sociedad ucraniana ha cambiado; no pretendemos regresar a la órbita de la influencia de Rusia. Hemos escogido muy claro nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, los valores de una comunidad internacional civilizada y democrática. Porque no hay nada que ver entre Rusia y democracia, un país en el que la gente vive con miedo puro”.
Lo extraño no es solo que la mayoría de los gobiernos de América Latina no se conmocionen frente a la agresión y el totalitarismo de Putin, sino, además, como lo sostiene el Representante Especial, Ruslan Spirin, que “varios países de la región están esperando a ver quién comienza a ganar para asumir una verdadera postura”. A lo que agrega que “es una equivocación, porque el nuevo orden mundial será sin Rusia como jugador de primera línea y los países latinoamericanos podrían infortunadamente no estar en primera fila”.
Es más, Spirin sostiene que “hay países esclavos de Rusia en América Latina”. Al preguntarle si se refiere a Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Cuba, Spirin, precisa, y matiza a la vez, al señalar que “eso es lo que dicen los analistas y se desprende de las votaciones de la ONU”.
Una posición muy en la línea con la que sostienen el expresidente Ricardo Lagos, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en el reciente libro “La nueva soledad de América Latina”. Para Lagos, fue un gravísimo error la politización de la política exterior latinoamericana desde la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, en combinación con la de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua.
Una tendencia a la que siguen jugando varios presidentes de la región en la actualidad. Gobiernos que hasta producen “diplomáticas” condenas a Rusia en la ONU, pero que no hacen nada por materializarlas.
Claro, es entendible que países como Ecuador, Chile y Paraguay y hasta Argentina cuiden una balanza comercial muy superavitaria con Rusia. Pero resulta chocante en los casos de Bolivia, Brasil, México o Colombia, que tienen balanzas comerciales mínimas y hasta deficitarias con Rusia.
En cuanto a Colombia, es pintoresco que, siendo el primer país de América Latina en ser socio global de la OTAN, no se sienta siquiera moralmente obligado por los preceptos de democracia, libertad y Estado de Derecho del preámbulo de la organización. Con socios así para qué enemigos.
Debiera América Latina sacudirse y alinearse en la defensa de la democracia; aprovechar la oportunidad para estar en primera fila del nuevo orden mundial de la postguerra de Ucrania.
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