El campo de refugiados palestinos que se ha transformado en ícono de la tragedia en Siria
Antes del conflicto, las condiciones de vida en este lugar eran mejores que en otros campos del país. Ahora no hay comida, agua ni electricidad y mucha gente ha muerto de hambre.
"No tenemos medicinas, ni agua potable, ni electricidad, y los francotiradores disparan a todo lo que se mueve. Ya no quedan ni gatos para comer. O morimos de hambre o morimos de un tiro". Ese fue el relato que, por teléfono, la joven palestina Baraa le dio a su hermano Mohamed, según señala el diario español El País. El está en la periferia de Damasco; ella en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, uno de los doce emplazamientos de este tipo desperdigados por la convulsionada Siria.
A diferencia de su hermano que logró escapar, Baraa es una de las 18.000 personas que aún viven en la zona, cercada desde julio pasado por las fuerzas leales al Presidente Bashar Assad, bajo el argumento de que inmuebles de este enclave sirven de refugio para los rebeldes. De acuerdo con la cadena británica BBC, en diciembre de 2012 la oposición en armas tomó bajo su control gran parte de los 2,1 km² que conforman Yarmuk. Nada entra ni sale sin el permiso de las autoridades del régimen sirio, incluida la ayuda internacional. Y esta es justamente la que escasea. En casi siete meses de cerco total, los precios de los remedios y los alimentos disponibles en el mercado negro del campo de refugiados se han disparado y un kilo de arroz, por ejemplo, puede alcanzar los US$ 100, según residentes citados por la agencia France Presse.
Tras nueve días de intentos, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA), recién pudo romper el férreo bloqueo este jueves para entregar 750 paquetes de comida. "Esperamos que continúe y aumente sustancialmente la cantidad de ayuda entregada, porque el número de los que necesitan asistencia es de decenas de miles", afirmó Chris Gunnes, uno de los voceros de la UNRWA, citado por la agencia palestina de noticias Maan. Gunnes dijo a la BBC que la malnutrición es generalizada, que las personas se han visto obligadas a comer alimento para animales y que las mujeres mueren al dar a luz por falta de cuidados médicos.
Sin nada que comer y con escasos o nulos servicios básicos, las enfermedades y el hambre se han desperdigado por este campamento de refugiados, fundado en 1957 para dar cobijo a palestinos dispersos entre mezquitas, escuelas y otros lugares públicos. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (con sede en Londres) denunció este miércoles que al menos 85 personas -decenas de ellos niños- han muerto por hambre o por falta de atención médica en Yarmuk desde junio; el sábado, activistas y residentes cifraban la cifra de fallecidos en al menos 60, mientras la UNRWA ha confirmado al menos 20. Incluso, este mes comenzó a circular por internet una emotiva fotografía que daba cuenta de la crisis que hay en el campamento. En ella aparecía una pequeña niña aún viva, pero muy demacrada, con los ojos hundidos y la boca agrietada. Se trataba de la menor Isra al Masri, quien murió el pasado 11 de enero, debido, principalmente, a la inanición.
Para empeorar la situación, los pocos residentes que quedan, además, se han visto obligados a quemar sus muebles para calefaccionarse.
Al estallar la guerra civil -en marzo de 2011- Yarmuk tenía alrededor de 160.000 habitantes. En años anteriores, la cifra llegó a 250.000. Era, entonces, el principal hogar de los refugiados palestinos en Siria, que suman en total unos 540.000, según datos de la UNRWA.
Tras la precariedad con que fue fundado, con los años los pobladores del campo fueron mejorando sus condiciones y ampliando sus viviendas. Así, sus tres calles principales llegaron a estar atestadas de un floreciente comercio y existía servicio de transporte frecuente para llegar a Yarmuk.
Según la agencia de la ONU, en general las condiciones de vida en este campamento eran mucho mejores que en los otros lugares similares desperdigados por Siria. Muchos de sus habitantes, además, eran profesionales (como médicos o ingenieros) y otros se ganaban la vida como jornaleros o vendedores ambulantes.
De no ampliarse la entrada de ayuda humanitaria, todo indica que las condiciones de vida en Yarmuk seguirán empeorando. Más aún, cuando la primera ronda de conversaciones entre la oposición siria y el régimen de Assad finalizaron ayer en Ginebra con recriminaciones mutuas y sin acuerdo alguno. Aunque el mediador internacional Lakhdar Brahimi convocó a una nueva ronda de diálogo para el próximo 10 de febrero, nada asegura que ambas partes vuelvan a sentarse a negociar el fin de una guerra civil que, en casi tres años, ha dejado al menos 130.000 muertos.
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