Jaime Collyer: "Hay un revoltijo saludable en la literatura chilena"
A siete años de El habitante del cielo, el escritor regresa a la novela con La fidelidad presunta de las partes, su versión sobre las paranoias del mundo ante el terrorismo. El libro se publicará en agosto.
Fue una salida de escena planificada. Un retiro autoimpuesto. Después de los cuentos de La voz del amo, publicados en 2005, Jaime Collyer quiso olvidarse de la idea de publicar y, como en sus inicios, se dedicó a escribir a "puerta cerrada". Llegó a pensar que ninguna editorial querría volver a lanzar sus libros. No sucedió. Hoy Collyer está afinando los últimos detalles de La fidelidad presunta de las partes, la novela que lanzará en agosto con Mondadori. Será su aporte al retrato de la era del miedo: un libro sobre una tribu africana que, si bien se publica en Chile, inesperadamente desata la paranoia terrorista de Estados Unidos.
Es el regreso de Collyer a la novela, a siete años de El habitante del cielo. Hombre fuerte de la Nueva Narrativa Chilena, cree que es buen momento para volver. Aunque los tiempos en que un escritor chileno podía vender 30 mil ejemplares son sólo un buen recuerdo de los 90, Collyer está muy lejos de quienes ven una crisis en la calidad de la literatura chilena. "Hay un revoltijo muy saludable en el ambiente, cierta agitación editorial en ciernes, una revitalización de la narrativa. Me interesa muchísimo la labor de algunos autores emergentes, como Marcelo Simonetti, Patricio Jara, Marcelo Lillo o la labor tan cuidada de Alejandro Zambra. Y la de mis coetáneos, Sonia González y José Gai", menciona.
EL AMATEUR DEL INICIO
En 2001 apareció la idea de La fidelidad presunta de las partes. De paso en Nueva York durante el ataque a las Torres Gemelas, Collyer leyó un editorial del New York Times que decía que los bombardeos de EEUU a Afganistán tendrían como bajas colaterales sólo a unos cientos de campesinos afganos. "Esa idea espuria me obsesiona: que hay en el mundo ciudadanos de piel más oscura que el resto y fácilmente eliminables, asimilables a alguna contabilidad banal, hecha por quienes los escogen como objetivo", dice.
Con esa idea en la cabeza, Collyer escribió una suerte de comedia de equivocaciones con ribetes políticos ambientada en Chile. Diego Lombardi, "escritor chileno en la madurez, enfrentado al desplome de su vida conyugal", es contactado por un colega guineano, Matt Kizerbo. Le pide que escriban juntos una historia de los zambé, su pueblo africano de origen. El libro se transforma en un best seller, pero en el apogeo de su éxito llega a las manos de una funcionaria norteamericana en nuestro país. Para ella no se trata de un texto inofensivo, sino de un panfleto afín al integrismo islámico. Entonces, se echa andar la persecución.
Desde el 2002 no publica una novela, ¿por qué demoró tanto?
Me desligué por un buen rato de la idea de publicar. Fue un gesto de introversión deliberada, necesario, para evaluar lo que venía ocurriéndome desde hacía unos años. Fue un impasse autoimpuesto, para liberarme de la figuración pública y las exigencias siempre ajenas a lo estrictamente escritural. Trabajé en silencio.
¿Cómo nace La fidelidad presunta de las partes?
Arranca de una sensación difusa que me invade desde hace tiempo, y supongo que a mucha gente: estar viviendo desde ya en un mundo hipervigilado, un panóptico en que el Hermano Mayor, con sus secuaces y acólitos, nos rigen desde las sombras, determinando nuestras opciones más íntimas. La novela parte recreando la vida íntima de varios individuos, sus decisiones más o menos inofensivas, de las cuales se deriva, por una serie de coincidencias, a un desastre geopolítico de envergadura.
¿Pretende captar los miedos del Primer Mundo ante una amenaza terrorista?
Es una lectura posible. La historia aborda la percepción distorsionada que esos miedos inducidos pueden suscitar en el funcionario de a pie, los horrores a que a veces conducen. Una opción parecida a la que sugiere Coetzee en Esperando a los bárbaros, esa idea de los grandes imperios sumidos en su propia lógica del terror, imaginando conspiraciones, amenazas por doquier, tomando resoluciones que generan pilas de cadáveres e invasiones luego justificadas con razones ficticias.
¿Cómo ubica este libro en relación a sus novelas anteriores?
Hay, supongo, algunos temas que insisten y un tipo de personajes habituales. Por ejemplo, el tema de las versiones oficiales y sus falacias, y ciertos personajes que viven confrontados a esas versiones oficiales o a los hábitos tan convergentes que ellas suscitan. Había algo de eso en El infiltrado y El habitante del cielo, y lo hay, creo, en esta última novela. Lo que las une es, supongo, ese hilo conductor en lo temático.
¿Cómo se sintió escribiendo hoy, a 20 años de su primer libro?
Me sentí incluso mejor que en intentos previos, porque por primera vez en varios años tuve la sensación de que podía no haber nadie interesado en publicarla y eso operó como una suerte de impulso a ciegas. De algún modo, recuperé la sensación amateur de los inicios.
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