La destrucción
Las innovaciones productivas traen crecimiento, pero también destruyen las viejas formas. Lidiar con eso requiere ingenio. <br>
¿QUÉ TIENEN en común los siguientes casos? Uber provocó la protesta de los taxistas. Las hidroeléctricas del Alto Bío Bío también generaron, en su momento, la protesta de las comunidades pehuenches de la zona. La necesidad de modernizar un servicio público provoca la alerta de los funcionarios.
La mayoría de los procesos de transformación productiva, innovación tecnológica y modernización del Estado exhiben lo que Schumpeter llamó la "creación destructiva". Este economista notó que las innovaciones productivas crean nuevos espacios de crecimiento y, a la vez, destruyen las viejas formas. Se trata de procesos con ganadores y perdedores. También con incertidumbre y ansiedad en muchos de los involucrados respecto de su situación particular.
El impacto para la economía es la diferencia entre los beneficios de la creación y las pérdidas de la destrucción. Si esta diferencia es positiva, se trata de una innovación eficiente. Pero si mejora el bienestar de algunos y empeora el de otros, ¿está la sociedad mejor que antes? No existe una categoría de análisis para responder esa pregunta si hay perdedores. Además, los perdedores suelen generar la solidaridad de la mayoría, creando una traba política que retarda la modernización. ¿Qué hacer entonces? Paul Samuelson (discípulo de Schumpeter y Nobel de Economía 1970) da pistas al respecto: un resultado es económicamente superior a otro si no hay perdedores. En particular una transformación eficiente (i.e., donde los beneficios exceden a las pérdidas) será superior a la situación inicial si los perdedores son compensados. O, lo que es lo mismo, si el beneficio de los ganadores no supera al del conjunto de la economía. Fácil de decir y difícil de hacer, pero no imposible.
En 1994 se inició una modernización de Aduanas, agobiada por un comercio exterior que se había multiplicado varias veces. El inicio fue conflictivo y odioso, hasta que la autoridad de la época comprometió una modernización sin perdedores (la situación vigente para cada individuo sería el piso). El resultado fue casi mágico, en el sentido que se generó un espíritu constructivo. Se hizo evidente que la odiosidad inicial era el temor a despidos o reducciones de ingresos. Entre múltiples transformaciones se reemplazó el premiar la antigüedad por premiar el desempeño (la carrera funcionaria de los mejores se tornó más rápida, y con mejores incentivos por desempeño). Más tarde el esquema de Aduanas se extendió al resto del Sector Público en lo que se conoció como la Ley ANEF.
El reciente acuerdo de la mina Pelambres con la comunidad de la zona es otro buen ejemplo de lo mismo. Ojalá su puesta en marcha sea exitosa.
El lidiar con la destrucción asociada a las transformaciones modernizadoras requiere de ingenio y sentido común. No es bueno que estos temas los recoja cada ministro sectorial (como con Uber y el ministro de Transportes). Es mejor que sea un área de responsabilidad de una institución especializada en transformación productiva (¿Corfo?). Así como la eficiencia pura y simple es injusta y políticamente inviable, improvisar soluciones caso a caso ha retrasado la modernización que tanto requiere nuestra economía.
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