Banqueros centrales ya no tratan de arreglar finanzas globales




El mundo  está condenado a un ciclo interminable de burbujas, crisis financieras y colapso de divisas. Acostúmbrese. Al menos, eso es lo que parecen esperar los banqueros centrales del mundo, reunidos en su torpe majestad la semana pasada, para la conferencia anual en Jackson Hole.

Toda la discusión sobre el sistema financiero internacional estuvo marcada por la aceptación fatalista del status quo. Pese al éxito de la política monetaria no convencional, y a las recientes mejoras a la regulación financiera, aún no hay formas de abordar los desequilibrios de la economía global, y eso se traduce en nuevas crisis en el futuro.

De hecho, el problema está empeorando. Desde el colapso en 1971 del antiguo sistema de tipo de cambio fijo de Bretton Woods, el mundo se ha acostumbrado al "trilema" de las finanzas internacionales: la imposibilidad de tener flujos de capitales libres, tipos de cambio fijos y una política monetaria independiente, al mismo tiempo. La mayoría de los países han dejado de lado el control de su propia política monetaria y de un tipo de cambio flotante.

En un paper presentado en Jackson Hole, sin embargo, la profesora Hélène Rey de la London Business School argumentó que un ciclo global en flujos de crédito y capital, resultado de la política monetaria de la Reserva Federal, implica que incluso un tipo de cambio flotante no le da a un país el control de su propio destino. El trilema es, en realidad, un dilema. La elección es esta: imponer controles de capital o dejar que la Fed conduzca su economía.

La aceptación sin reparos de este sombrío análisis en Jackson Hole fue llamativa, especialmente en un momento en que el capital se está yendo del mundo emergente, haciendo bajar los tipos de cambio, a medida que la Fed evalúa reducir sus compras de activos de US$85.000 millones al mes. Como mínimo, eso amenaza a los países en desarrollo con mayor inflación y tasas de interés más altas; aquellos que gozaron de los ingresos de capital, como India e Indonesia, podrían sufrir algo peor.

Sin embargo, todo el debate se trató de cómo países individuales pueden apaciguar el flujo de capitales que entra y sale. La conclusión de Rey fue que es inútil esperar que la Fed fije su política pensando en otros países (lo que sería ilegal). Ella recomendó apuntar a los controles de capital, fuerte regulación bancaria y política doméstica para desacelerar los boom crediticios.

En la práctica, esto nunca funcionará bien. Exige que cada país en el mundo reaccione con disciplina a los flujos de capitales constantemente cambiantes. Es como decir que podemos curar un resfrío común solamente si todas las personas del mundo se lavara las manos cada hora y no salieran de su casa. Incluso si funciona, la necesaria volatilidad de la política impondría de todas maneras costos económicos dolorosos a los países que intenten actuar de esta manera.

Pero no es la única opción. Hace cinco años, tras el colapso de Lehman Brothers, hubo apetito e impulso por un nuevo tipo de sistema financiero internacional.

El potencial de una reforma es  mayor de lo que ha sido por décadas. La crisis y la recesión redujeron los desequilibrios globales, ojalá temporalmente. Entonces, China por ejemplo, ya no tendría que hacer un gran ajuste inmediato para reducir su superávit. La crisis financiera también le dio a EEUU una lección fresca en las desventajas de suministrar la divisa de reserva del mundo. Los mercados emergentes están recibiendo un recordatorio de los riesgos de importar la política monetaria de EEUU.

Un cambio gradual es más plausible que una revolución repentina, pero el momento de hacer progresos es ahora. Un sistema financiero internacional estable ha eludido al mundo desde que terminó el patrón oro. Pero, la primera condición para crear uno, es la ambición de intentarlo.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

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