El peligroso imperativo que mantiene a EEUU en Asia
Hay una gran pregunta en Asia. Se oye en Tokio, Beijing, Nueva Delhi, Seúl y la mayoría de los puntos intermedios. El llamado vuelco hacia Asia del presidente estadounidense Barack Obama es bueno, pero más allá del horizonte cercano, ¿tiene Estados Unidos un poder de permanencia real? Nadie tiene una respuesta definitiva. Pero esto difícilmente disuade la especulación.
A falta de certeza, las percepciones sirven como evidencia dura. Empieza a surgir en cada capital de la región el cálculo de cuánto tiempo EEUU se quedará como residente del Pacífico. Y en ningún lugar se debate más vigorosamente la posible trayectoria del poder estadounidense en las próximas décadas, que en Beijing.
China está probando qué tan rápido y qué tan lejos puede avanzar hacia afuera; Japón quiere saber si acaso puede depender de Washington cuando se retire; Corea del Sur, Vietnam, Filipinas y otros deben escoger entre equilibrarse o sumarse al poder chino; India redescubre sus vínculos hace tiempo olvidados con el este de Asia. Para complicar las cosas, la respuesta a la interrogante de quedarse en el poder cambia con las temporadas.
El invierno (boreal) pasado, EEUU parecía ser una potencia que tropezaba. Una débil economía, deuda insostenible y un atasco político hacían cuestionar su resiliencia. También lo hacían los pronósticos de que China pronto lo superaría como la mayor economía del mundo.
Los gobiernos actuaron en consecuencia. Recuerdo una conversación con un funcionario del gobierno japonés de Shinzo Abe sobre la confrontación entre Tokio y Beijing y el Mar del Este de China sobre las islas Senkaku (en China, las Daioyu). El primer ministro nipón, dijo la autoridad, había visto a EEUU fracasar en su respaldo a Filipinas en su disputa con Beijing en el Mar del Sur de China. El gobierno de Manila quedó plantado. Japón no cometería el mismo error. Repudiaría las incursiones chinas con sus propias fuerzas navales. Abe también relajaría las presiones constitucionales al presupuesto militar nipón.
Japón no está solo en cubrir sus espaldas. El otro día fue el foro Stockholm China, reunión anual de estadounidenses, europeos y chinos organizada por la German Marshall Fund. Uno de los cuatro anfitriones suecos mencionó el Mar Báltico, en cuyas aguas la naval vietnamita llevaba a cabo pruebas de un nuevo submarino ruso. Hanoi pidió media docena de embarcaciones desde Moscú, con misiles de crucero encima. Pronto estarían merodeando las profundidades bajo el Mar del Sur de China: Vietnam también tiene disputas con China.
Seis meses, eso sí, es mucho tiempo en geopolítica. Hoy, la economía de EEUU se recupera. Medido por el sequestration (recorte automático de gastos), el atasco político parece haber dado la mitad de la solución al déficit. A medida que brillan los cielos económicos, los comentaristas han vuelto a descubrir las enormes ventajas naturales de EEUU, desde una geografía favorable, hasta su preeminencia tecnológica y vastos recursos de gas y petróleo shale.
Mientras, la suerte china ha empeorado. La contracción del crédito generó dudas sobre el crecimiento. La expansión probablemente caiga bajo la meta de 7,5% este año. Son los primeros días de Xi Jinping, pero repentinamente parece como si el nuevo presidente enfrentara más desafíos que oportunidades.
En el mundo real, las medias vueltas cíclicas son inevitables. Las previsiones de 2012 de una declinación terminal de EEUU nunca fueron creíbles, aunque la gente a favor de "China-domina-el-mundo" olvida que la historia no avanza en línea recta. En el presente, Obama probablemente está más relajado sobre los problemas de EEUU que Xi sobre China, pero esa posición podría cambiar de nuevo.
La política de EEUU hacia China es comprometerse y cubrir: comprometerse con Beijing a que la competencia se transforme en confrontación; y cubrirse contra la asertividad china al sostener sus propias fuerzas y fortalecer las alianzas de EEUU. La mayoría de los vecinos de China tomó la misma aproximación. Combinan la integración económica con China con la política, y en algunos casos la militar, con vínculos con EEUU y, en el caso de Vietnam, con submarinos de Rusia.
Aquí hay un círculo vicioso. La estrategia de equilibrio solo funciona si los vecinos de China siguen convencidos de que EEUU estará por mucho tiempo; y mientras más persuasivo sea Washington sobre su intención, más probable es que aliados como Japón asuman que tienen un cheque en blanco para enfrentar a Beijing.
EEUU se inquietó más por el fuerte nacionalismo de Abe. Se calcula, en cambio, que el comportamiento chino ponga a prueba tanto a estadounidenses como a japoneses. El resultado es un equilibrio precario, vulnerable a errores de cálculo. EEUU tiene la fuerza militar y económica para seguir como residente poderoso por décadas. Tiene mucho en juego en términos de intereses estratégicos para pensar en retirarse. Aunque China está construyendo fuerzas militares que le permitan fijar los términos de su propia región. Xi fue tan lejos como para sugerir que ambas potencias se repartan el Pacífico entre ellos.
De retirarse, EEUU invitaría al caos. Pero de quedarse, provocará el fuerte resentimiento de China. La presencia estadounidense se convirtió en un peligroso imperativo: una fuente vital de estabilidad, pero también y muy posiblemente, de enfrentamiento.
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