La política, la zorra y la cigüeña
Ya no recuerdo si con ocasión de la discusión por la reforma tributaria, la previsional u otra, leí que un diputado se jactaba de ser el muro que impediría cualquier cambio que impulsara el gobierno. Supongo que estaba convencido que la situación actual era perfecta y, por lo tanto, no estaba dispuesto a permitir modificación alguna. Me vino a la memoria una de las fábulas del libro de la abuela Irene: La zorra invitó un día a almorzar a la cigüeña, muy sorprendida, esta última fue feliz a la cita. Cuando llegó, el olor de algo muy sabroso venía de la cocina.
La zorra la recibió con un abrazo y sirvió dos platos con una sopa que se veía deliciosa. Se sentaron y comenzaron a comer. Bueno, la zorra lo hizo, porque la cigüeña por mucho que trató no pudo llevar a su pico lo que estaba en el plato. Con el estómago vacío y bastante ofendida, la cigüeña agradeció a la zorra y cortésmente la invitó a almorzar a su casa al día siguiente. La zorra acudió muy contenta, convencida que se lo había ganado por ser una gran anfitriona. Sirvió entonces la cigüeña dos lindas botellas que contenían un verdadero manjar. La zorra, que venía con mucho apetito, probó por todos los medios, pero su hocico no le permitió alimentarse de la botella. La cigüeña, en tanto, con su pico afilado se sirvió toda su botella.
La moraleja es simple, las relaciones entre las personas requieren poner atención a las circunstancias de las contrapartes. Sin eso, no hay diálogo ni relación fructífera.
Día a día se derraman sobre nosotros torrentes de información sobre la actividad de los parlamentarios y el gobierno; nos cuentan de sus afanes en el Congreso. Este es un lugar donde debiera trabajarse por el bien de Chile, acordando las reglas que nos regirán en materias importantes. Sin embargo, en los últimos 10 años el espectáculo ha evolucionado hacia un almuerzo entre la zorra y la cigüeña. Un cuento absurdo, donde cada bando dejó de buscar los acuerdos para producir normas con el cuidado que requieren los ciudadanos.
No es de sorprender entonces, que pasemos años sin enfrentar el problema de las isapres, que tiene abrumadas a las Cortes del país con cientos de miles de litigios. Ni hablar de mejorar la educación pública en forma efectiva, o convenir un sistema tributario bien diseñado y que nos sirva por al menos una década.
Con parlamentarios que se jactan de su fanatismo ideológico y hacer alardes de su sordera, difícilmente avanzaremos como país.
Serán otros países los que lo hagan y lleven a sus pueblos al desarrollo, mientras nosotros seguimos con dos millones de pobres que nadie mira. Serán naciones con parlamentarios que seguramente de niños leyeron la viaja fábula y que aprendieron que no basta juntarse para que se construya una relación positiva, que se debe considerar a los demás para tener relaciones constructivas.
¿Llegaremos a ver una sesión en el Congreso en la que una zorra lleve a la mesa un plato y una botella?.
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