Aldo Mascareño, sociólogo: “Es difícil que la moderación llegue hasta los grupos más identitarios de la Convención”
El investigador del CEP hace un análisis de lo que viene para el proceso constituyente después de las elecciones del domingo. "El maximalismo se incrementa cuando las condiciones políticas son más adversas porque de alguna manera el valor simbólico de la integridad en la derrota es algo más heróico que ceder ante el poder, ceder ante las convicciones", agrega.
Al día siguiente de las elecciones de primera vuelta y parlamentarias, la mesa de la Convención Constitucional difundió un comunicado. “No nos corresponde analizar resultados electorales: la Convención Constitucional no responde a una contingencia específica (...) No obstante, por supuesto que reflexionamos sobre lo que la ciudadanía manifiesta y más que nunca, nos comprometemos a seguir adelante con nuestro cometido”, se leyó en el texto.
Y es que las elecciones no dejaron indeferentes a los constituyentes y varios realizaron duras críticas a lo realizado hasta ahora e hicieron un llamado a la moderación, en especial por cómo quedó configurado el nuevo Congreso.
En esta entrevista, el sociólogo e investigador del Centro de Estudios Públicos (CEP), Aldo Mascareño, analiza cómo queda la Convención post elecciones y entrega su visión respecto a lo que viene. Además, recalca las virtudes de analizar el actual proceso con herramientas digitales, algo que el CEP está haciendo a través de su iniciativa llamada C22.
¿Qué llamado de alerta le hace la elección del domingo al proceso constituyente?
A primera vista tengo la visión que esto es un llamado a la moderación y se ha visto en los candidatos. Pero de alguna manera la política nacional es algo distinta de la política al interior de la Convención. Uno quisiera creer que todos estos elementos que han aparecido en el último tiempo: la composición del Congreso, este triunfo de la aspiración de orden social que se representa en Kast y que Boric también recoge ahora y las señales que los dos han dado, de moverse hacia el centro, tendrían que ser para la Convención un factor de moderación. Esa sería una conducta estratégica esperable en una política estratégica clásica por decirlo así. Si el riesgo de perderlo todo es muy alto, entonces me modero en la petición, en el nivel de los objetivos.
¿Pero cree que no permeará a toda la Convención?
La conducta estratégica esperable de moderarse para no arriesgarse al rechazo de toda la Constitución creo que puede encontrarse en esos grupos de izquierda más tradicional y de la izquierda más socialdemócrata. Y eso lo han mostrado como ahora pero ese grupo de cerca de 54 convencionales de una izquierda más identitaria es un poco más dudoso de que puedan apostar a las negociaciones. Porque justamente es lo que han criticado todo el tiempo, a lo que se han opuesto todo el tiempo. Entonces es difícil que la moderación llegue hasta grupos más identitarios de la Convención.
¿Por qué?
Para ese grupo de convencionales, el maximalismo se incrementa cuando las condiciones políticas son más adversas porque de alguna manera el valor simbólico de la integridad en la derrota es algo más heróico que ceder ante el poder, ceder ante las convicciones. Entonces creo que ahí hay una convicción, una actitud heroica que se opone al intento de negociación que más estratégico, más propio de una izquierda de la política tradicional y socialdemócrata.
¿Y cómo ve los pasos de la derecha?
Hay un grupo dentro de la Convención de cuatro o cinco convencionales que también tienen esa actitud más identitaria pero de derecha y que seguramente se van a mantener en el rechazo pase lo que pase y que son muchos cercanos al Partido Republicano, entre ellos Teresa Marinovic. Entonces, la propia actitud de Kast ahora se acerca más a la de la derecha más negociadora, no a la de la derecha identitaria. Lo que está haciendo Kast es que está moviéndose hacia ese grupo. Entonces yo creo que en la derecha puede haber una actitud más estratégica que identitaria en general. No me parece que se vayan a atrincherar en un espacio y, ahora, pensar que porque el Congreso es 50-50 digan ‘estamos al otro lado’. Tampoco es tan 50-50 porque está el Partido de la Gente, que tampoco puede clasificarse en el eje tan fácilmente de la izquierda y derecha, y asumir que todos van a votar por la derecha.
¿Y de lo que sigue en el proceso constituyente es optimista o pesimista?
Como la opinión pública oscila, uno también ha oscilado en distintos momentos entre el optimismo, el pesimismo entre incluso el orgullo y la vergüenza en ciertas situaciones también crean que han pasado. Pero en realidad no creo que eso sea extraño en una situación tan relevante como esta en la que se juega tanto. Por ejemplo, uno tendría que estar muy contento de que la Convención haya hecho un reglamento en el plazo que se había propuesto. Esa cuestión es clave. Y por otro, a mí por lo menos las cuestiones relativas al negacionismo y especialmente al negacionismo por omisión que tiendan a limitar la libertad de expresión me parecen como problemáticas.
¿Por qué?
Es que si uno ve con optimismo dice: ok, han hecho un buen trabajo, han trabajado mucho. Pero cuando aparecen cuestiones como el negacionismo, uno tiende a mirarlo con cierta distancia también. Y también oscilo junto con eso. Hay cosas con las cuales uno ve que están avanzando y otras, como la cuestión de declararse un poder constituyente originario, cuando en realidad la legitimidad original de la Convención viene por un orden democrático establecido y constitucional. No hay nada que saltarse, es una línea personal bien continua.
La Convención está llena de simbolismos. Uno ve como hay ciertos grupos que están de alguna manera estableciendo ciertas banderas que tienen una gran carga simbólica. Y eso tiene, obviamente, algo bueno y malo. ¿Cómo lo ve?
Sí, yo creo que es así. Hay dos dimensiones en el simbolismo, una que es esta, establecer ciertos tokens, figuras simbólicas, como la de los pueblos originarios, como el hecho de que la Presidenta haya sido una mujer de los pueblos originarios, mujer y de pueblo originario es tremendamente simbólico respecto del cambio por el cual ha transitado Chile en este último tiempo. Y hay una dimensión de la cuestión simbólica que puede ser problemática, que es que en la Constitución se inflacione con símbolos, que en el fondo la Constitución misma se transforme en una especie de constitución simbólica donde no hay una una real capacidad de transformar en instituciones políticas concretas todos los derechos que ahí se van a establecer.
¿Cómo cree que se debe manejar esa inflación que a la larga puede ser costosa en términos de expectativas?
Esa es una clave muy relevante de esta Constitución, el hecho de que sabemos que la Constitución probablemente salga con mucha como inflación de derechos reflejando las expectativas que se tienen en la ciudadanía. Pero eso tiene que estar puesto también a la evaluación política en los años que vienen, en todo este período de de implementación real de la Constitución, porque lo peor que podría acontecer es tener una Constitución meramente simbólica, que solamente sirva como un texto, como bello texto sin capacidad de transformación política. Para eso hay que tener un juicio de realidad muy fuerte, un juicio político como dicen los alemanes, una “realpolitik”. Porque hay que saber qué es lo que va a funcionar y qué es lo que no funciona. Uno escucha cuestiones como esto de bajarse de los tratados internacionales o una eco Constitución radical. Todo eso puede ser simbólicamente muy atractivo, pero en la práctica política y económica, puede ser desastroso. La Constitución tiene que tener esos propios mecanismos de autoreforma también, para darnos cuenta de qué es lo que nos faltó y qué es lo que hicimos mal en este proceso. Lo más fundamental de las constituciones no es tanto su legitimidad de origen, sino que es la legitimidad de ejercicio, de cómo la logramos ir adaptando, implementando, modificando a lo largo del ejercicio político.
¿Cómo ve el disenso en la Convención?
Una de las cosas que todavía nos queda por aprender es que no se necesita consenso en todo, no se necesita ausencia de conflicto para vivir democráticamente. Creo que esa es una de las claves a las que tenemos que acostumbrarnos. Cuesta aprender, después de haber vivido 30 años en una democracia como la que tuvimos. Tenemos que pasar a eso, que hay coexistencia de opciones diferentes, que hay una cierta actitud de indiferencia cívica, frente a lo que no nos gusta y que no nos afecta o que podemos convivir con ello. Esa generación de los 90 tuvo una especie de compulsión por el consenso. Interpretaba que cada ausencia de consenso, que cada conflicto era un fracaso de la política. Y no es así, la política es más bien disensual. Hay que evitar es que cualquiera de estas posiciones en un orden democrático, que son disensuales, que son distintas, se roben el derecho a crear una posición hegemónica.
“Seguir el proceso mediante estas nuevas técnicas es una responsabilidad democrática”
¿Cuál es el diagnóstico al que ustedes llegaron para crear iniciativas como C22 y acompañar el proceso constituyente?
C22 tiene este intento de aplicar métodos digitales, específicamente ahora el proceso constituyente y métodos digitales toman una nueva área de investigación y de técnicas que se pueden aplicar a grandes volúmenes de texto. Entonces, yo creo que hay varias motivaciones que han confluido. Primero es que claro, es un evento histórico, la primera Constitución redactada en democracia y es una cuestión bien central. Para mi generación que vivió la redacción de la Constitución de 1980 entre cuatro paredes y a cortinas cerradas, es central. Entonces, el modo de crear una Constitución es totalmente distinto y eso es muy relevante para esta nueva generación política que nos va a acompañar ahora por todo el siglo. Por otro lado, esta es la primera Constitución redactada en una época digital y eso significa que tenemos como medios distintos, es todo más interactivo, hay nuevas herramientas para seguir casi en tiempo real lo que está aconteciendo y para ver ciertas cosas, para darse cuenta de ciertas cosas respecto de las cuales antes tenía que pasar mucho tiempo antes de que las identificáramos, como por ejemplo los cambios en el lenguaje político.
¿Y qué alternativas abre el hecho de que se redacte en esta época digital?
Seguir el proceso mediante estas nuevas técnicas es una responsabilidad democrática, porque hay que seguirla, registrarla, analizarla. Se puede hacer eso ahora hasta los más mínimos detalles con todas las herramientas digitales. No hacerlo me parece que es una pérdida tanto política como intelectual, respecto de lo que efectivamente uno puede hacer con todos estos nuevos métodos digitales, siguiendo un proceso tan importante como este.
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