Trans
En Chile Vamos, y en buena parte de Chile a secas, creen que, como el aborto, el divorcio o la eutanasia, lo trans es otro de los llamados temas valóricos: algo opinable.
Terminaba el 2017 y en Osorno golpearon hasta dejar seminconsciente a un transgénero de 19 años. "Lacras como tú no debieran existir", le gritaron. Días después, en las antípodas, Bachelet le puso urgencia al proyecto de ley sobre identidad de género. En respuesta, de vuelta en las antípodas, Chile Vamos dejó saber que lo rechazaría, alegando que quedaba muy poco tiempo legislativo para discutirlo, pero hasta un pájaro sabe que no es por eso: lo rechazan porque lo rechazan, porque no les interesa entender qué hay ahí, en esa zona que los deja distantes, perplejos o fríos, cuando no derechamente en plan burlesco: lo transgénero, la transexualidad. La única chance de que alguien en el a la conservadora de la derecha (es decir en su inmensa mayoría) se abra a este tema parece ser la vía personal: que les toque un hijo o un muy cercano trans que les resquebraje el gen pacato, y eso en el mejor de los casos. Y es que, tal como lo ha dicho la historiadora trans de derecha Valentina Verbal, la gente de su sector político es "brutalmente poco empática con las personas LGBTI. Todavía consideran que los transgéneros son enfermos mentales que se pueden corregir".
"Lo de la edad apropiada para permitir el cambio de nombre o sexo podrá discutirse, pero el hecho esencial es que se trata de un derecho, no de una gauchada demasiado progre".
Sin ir más lejos, el mismísimo presidente electo habló de posible "corrección" de los transgéneros. Y él es, se supone, de los menos atados de manos por el ethos cavernario en su sector. Creen, en Chile Vamos y me temo que en buena parte de Chile a secas (lo que incluye sin duda a una porción de la izquierda), que lo trans es, como el aborto o el divorcio o la eutanasia o la marihuana, uno de los llamados temas valóricos: algo opinable. Desconocen, como en cualquier caso creo que en Chile hasta hace no mucho tiempo casi todos desconocíamos, que es una realidad, una identidad, un rasgo humano y que hay cuestiones que existen y se aceptan y no son opinables, pero buena parte de esta derecha es inmoderada: no sería extraño oírla un día de estos opinando que es de noche o una noche de estas opinando que es de día.
Aunque una golondrina no hace verano, Felipe Kast, cabeza de Evópoli, dijo que apoyaría el proyecto: el gesto es potente y enciende una luz. Sin duda hay varios como él, pero callados. Decirlo le acarreó, era que no, la camotera moralista del grueso de Chile Vamos. Carlos Larraín lo acusó de estar apoyando "una burrada". ¿Pero qué es lo trans?, se preguntan anonadados, como si no estuviéramos en los tiempos de Google, como si no fuera ya el siglo XXI, como si no estuviera disponible la circular que el Mineduc publicó en 2017 y que explica que "trans" es el "término general referido a personas cuya identidad o expresión de género no se corresponde con las normas y expectativas sociales tradicionalmente asociadas con el sexo asignado al nacer". Como se ve, conceptualmente no es tan complejo. Lo que les cuesta entender es la realidad, al otro. Y no es fácil, ciertamente, pero de esa dificultad a dejar estacionadas las entendederas hay un largo trecho.
Pero "todo tiene su tiempo", como dice el Eclesiastés, y esta parece ser la hora mundial de entender e incorporar a los trans. En Chile la conjunción de ciertos hechos —el éxito de la actriz trans Daniela Vega y la película de Sebastián Lelio que protagonizó (Una mujer fantástica) y la proliferación de testimonios, reportajes y documentales, además del trabajo de fundaciones como Iguales o Transitar— ha puesto inusitadamente el tema arriba de la mesa. Y quizá esa pataleta diésel que fue el Bus de la Libertad tuvo el efecto contrario al pretendido, poniendo en situación de insostenible mentecatez a quienes lo apoyaban.
En Chile se está activando lentamente una revolución no tan silenciosa en materia de identidad sexual cuyo visceral y esperable (pero no mayoritario) rechazo –no hay revuelta sin reacción– no permite que se vea bien. La misma Daniela Vega lo ha dicho con claridad: "Más que la sociedad chilena, son quienes nos rigen los que le hacen la vida más difícil a una transexual". Y al revisar historias resalta un común denominador entre quienes han asumido su condición tomando hormonas, travistiéndose y/o cambiándose el nombre: al final de una odisea llena de trabas y desprecio, aunque también de apoyos luminosos, está no la plenitud pero sí la felicidad, la tranquilidad.
Lo de la edad más apropiada para permitir el cambio de nombre o de sexo podrá discutirse, pero el hecho esencial es que se trata de un derecho, no de una gauchada demasiado progre, como creen algunos. Un derecho que tiene que ver con algo que supo mostrar la inconmensurable escritora brasileña Clarice Lispector en su crónica "Donar a sí mismo". Al enterarse de que los injertos de piel sólo pueden hacerse con piel del propio paciente, Lispector escribió que "a veces sólo la bondad que nos donamos a nosotros mismos nos libra" y que "es inútil recibir la aceptación de los otros mientras nosotros mismos no nos donemos la autoaceptación de lo que somos". Y lo que se ve crecientemente en los testimonios trans es eso: una aceptación que no espera la de terceros, que simplemente la merece.
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