Columna de Andrés Benítez: Iván, el más grande
Corría el minuto cuarenta del segundo tiempo y el Real Madrid no lograba superar al Deportivo. Era la final de la liga y el estadio, pese a los más de 80 mil hinchas que lo repletan, cae en un silencio extraño. "Ese silencio del Bernabéu que cuando es silencio, es silencio", dice Zamorano. De pronto, Emilio Amavisca manda un zapatazo desde la mitad de cancha hacia el área contraria. Son 40 largos metros que recorre hasta que se encuentra con el pecho del chileno. "Yo quería pegarle, pero la pelota no bajaba nunca. Entro entonces al área y le doy, con un ángulo prácticamente imposible por la posición del arquero. Igual, le pego con el empeine lleno, el arquero la alcanza a tocar y digo: no es gol. Pero la pelota sigue, pega en el palo y sí, entra. Y ahí ya exploto". Y el delirio se desató en el silencioso Bernabéu.
Fue el gol de su carrera. El que hizo campeón al Real Madrid después de cinco años; el que terminó con la era de oro del Barcelona de Johan Cruyff; el que consagró a Zamorano como el gran ídolo que sigue siendo allá y acá. "Creo que con ese gol logré entrar a todos los hogares de Chile. Con mi alegría, con mis penas, con mi historia", dice el jugador, sin dudarlo.
Es cierto, ese momento lo recordamos todos. No sólo por el gol, sino porque era el final feliz de una historia que había partido mal. Muy mal. La temporada anterior tuvo una sequía de tres meses sin marcar un gol y con la llegada de Jorge Valdano como entrenador, el club le anunció que no contaba más con él. Así las cosas, Zamorano entró en el club de los desheredados. Se le buscó un equipo alternativo, en ligas menores, pero el chileno se puso firme y, en una actitud que parecía la mezcla perfecta entre la locura, la tozudez y ego, insistió en quedarse en el Real Madrid. Valdano lo intimidó prometiéndole ser el quinto extranjero, o sea, que nunca jugaría, pero nada. Como mono porfiado, mientras más le decían que se vaya, más quería quedarse.
Hay que admitir que, en ese tiempo, daba un poco de vergüenza ajena su actitud. Andar por la vida mendigando un puesto no era lo que uno espera del ídolo. Pero sólo Zamorano sabía lo que le había costado llegar a jugar al mejor club del mundo. Él no estaba dispuesto a salir sin antes pelear. Si eso significaba ser ninguneado, mala suerte. No sería la primera ni última vez.
Bueno la historia termina como sabemos. Zamorano, a punta de esfuerzo y talento, le dio vuelta la mano al destino, hizo campeón al Real Madrid y fue pichichi, el goleador de la liga del año 95. En síntesis: del infierno a la gloria. Por eso, su paso por la casa blanca es recordada con cariño. En su página oficial, bajo el título "El gol con nombre propio", se describe al chileno como la "la tenacidad y el gol personificados".
Y tiene razón Zamorano: en ese momento entró a todos los hogares chilenos. Pero no sólo por el gol. También, porque, pese a su fama, el jugador era muy chileno. Desde su origen en la comuna de Maipú, hasta cuando en Madrid nunca dejó de estar acompañado por su madre, la señora Alicia y sus famosas cazuelas que fueron luego un hit en todo el país. Pero también porque se le "pegó" el acento español a las 24 horas de estar ahí. Y también, porque después le dio por conquistar a las famosas de la época. Primero, Daniella Campos y luego, Kenita Larraín, con quien suspendió el matrimonio dos días antes de la ceremonia. Al año siguiente se casa con la modelo argentina María Alberó. O sea, por donde se lo mire, un grande.
El año 1991 viajé a Sevilla y un periodista me pidió si podía traer unas fotografías de Zamorano. ¿Quién es Zamorano?, le digo. "Un chileno que la está rompiendo en España. Dicen que el Real Madrid está interesado en él. Yo que tú lo conozco. Invítalo a un café, es un buen tipo y está medio solo allá. Va a estar feliz.", me dice.
Cuatro años después, cuando, como todos, gritaba sin parar el histórico gol de Zamorano al Deportivo -grande Iván, grande Bam Bam-, no dejé de pensar que yo pude haber conocido al ídolo en persona. Y me dio lata.
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