Columna de Constanza Michelson: Maratón: correr contra el cuerpo
El runner es quizás uno de los primeros prototipos del postcuerpo, el cuerpo del siglo XXI que sueña con resolver técnicamente los límites mortales.
Correr no es caminar rápido, es una actividad en sí misma, con sus propias leyes y aspiraciones. El ritmo orgánico del cuerpo es de 5 km/h, la velocidad promedio del caminar, que organiza la vida más o menos bajo esas posibilidades; cuando ambicionamos más, nos volvemos impacientes y ansiosos. Correr en cambio es pretencioso, es el del orden de una prueba. Es también combativo, se está en contra del tiempo y los límites de la gravedad.
Por un instante el corredor tiene los dos pies en el aire, momento preferido en las fotografías de promoción de esta actividad. El imaginario es el del heroísmo de hacerle trampa a lo imposible. Será por eso que un contenido tan común en los sueños de impotencia es no poder correr.
Correr tiene su propio mito. El de un soldado griego, Filípides, que corrió desde Maratón hasta Atenas para anunciar una victoria militar, pero falleció de fatiga a los 42 km. Se dice que en realidad fueron varios kilómetros más, pero esta fue la versión que dio nombre a la carrera olímpica y que hoy ha concebido una nueva mitología: la de los runners.
Aunque la muerte está en el origen de la historia de la maratón, hoy se asocia a la salud. Palabra perversa, porque en nuestros días salud no sólo significa estar libre de enfermedad, es también eufemismo de un ideal de potencia que incluso puede ir en contra de la vida. Resistir hasta lesionarse, hacer rituales obsesivos de alimentación y entrenamiento, la invención de desafíos cada vez mayores como los "challenge" de distancias ultra: 50, 80 y 160 km y las carreras en condiciones adversas (el Ultra Trail Du Montablanc, Everest Marathon, en Chile la versión del North Face Endurance Challenge), todo tiene un tufillo a pulsión de muerte. No los juzgo, incluso los asuntos de mayor prestigio tienen también su cuota tanática, el amor, la moral, las buenas intenciones.
El runner es quizás uno de los primeros prototipos del postcuerpo, el cuerpo del siglo XXI que sueña con resolver técnicamente los límites mortales. Verónica Bravo "piel de tiburón", una destacada corredora del trail en Chile (correr en montañas), en una de las "pruebas aventura" más duras que existen en la Patagonia, sufrió quemaduras por el frío en sus extremidades, las que pudo salvar gracias al injerto con piel de tiburón. Aunque no pudo caminar durante varios meses, hoy sigue corriendo en carreras cuyo riesgo es más controlado.
El nuevo mito del corredor es hacerle frente no sólo a la gravedad física, sino que también a la gravedad moral. Según Federico Bianchini, autor de Desafiar al cuerpo, libro de crónicas sobre deportistas extremos, lo que encuentra en común en las historias de quienes están dispuestos a resistir el dolor físico es la narrativa de superación. Es la vieja idea religiosa de mortificar el cuerpo por salvación, aunque venga envuelta en la gramática de la autosuperación del coaching. Quizás tras el hedonismo de fines del milenio, el péndulo se va cargando hacia el otro lado (lamenté profundamente que la efervescencia por la danza en los noventa fuera sustituida por el yoga, del baile a resistir el dolor).
¿Qué es eso que hay que superar? ¿Superarse es liberarse de sí mismo, o es, por el contrario, la caricatura más horrible del ego? Para algunos superarse es cambiar de vida, separarse de sí mismos, para otros es precisamente lo contrario: subir el Everest como único riesgo que pueden tomar en sus vidas conservadoras.
Una amiga runner dice que empezó a correr por angustia. Cambiar dolor existencial por dolor físico es un viejo truco. Sustituir una pregunta abismante por un dolor de cabeza, un corte en el brazo, o planchar el cuerpo con ejercicio, es parte de la economía del dolor. Mi amiga ya no tiene angustia y el dolor del desafío le gusta. Eso sí, se queja de que la gente de su grupo deportivo no habla, corre. "Es como estar juntos, pero no revueltos", me explica que en la primera parte de la carrera aparece la euforia de ser parte de algo, como en una marcha, pero sin política, luego se va despejando el momento de la competencia, donde incluso los otros son sólo una distracción, la meta es principalmente personal: es estar a favor y en contra de uno mismo.
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