#CosasDeLaVida | Adriana Valenzuela: "Pasé un huracán rezando en un clóset"
#CosasDeLaVida | "A las 5 de la mañana sentimos un golpe y un silbido de viento horroroso, ¡era el huracán Irma llegando con furia! El agua empezó a entrar a la pieza y tuvimos que refugiarnos adentro del clóset. Mi cuñada envió un mensaje de texto a mi hermano: 'Por favor, cremen mis restos'".
Mi nombre es Adriana y quiero contarles una historia. El 2017, junto a mi cuñada Sonia nos fuimos de viaje. Un día la llamé y le dije: "Querida cuñadita, ¿me acompañarías a un viaje a Bahamas?". Ella de inmediato me dijo que sí. Era un crucero por tres días, al que llegábamos después de pasar dos días entre mall y playa en Miami. Justo en esa semana, las noticias anunciaban la llegada del huracán Irma al Caribe y por eso fui a la agencia de viajes a preguntar si había algún problema o se suspenderían los viajes. "No, no se preocupe, no pasa nada, todo está normal", me dijeron.
Fue así que nos embarcamos el miércoles 6 de septiembre en un vuelo con destino a Miami. Teníamos reserva en un hotel en South Beach. Al aterrizar, nos encontramos con un policía de control fronterizo. "¿Y ustedes, qué vienen a hacer acá?", nos preguntó. Le respondimos, con nuestra mejor cara de veraneantes: "de vacaciones". Entonces, él nos dijo: "¿Acaso no ven noticias en su país? Está anunciada la llegada de un huracán grado cuatro". Nos miramos y nos reímos, ignorábamos de qué se trataba.
Llegamos al hotel y nos llamó la atención que no andaba nadie en las calles y que en todas partes estaban poniendo protecciones en las ventanas. Esa misma noche en el hotel nos dijeron que por orden municipal se debía evacuar todo South Beach porque era un área de riesgo. Preguntamos adónde nos iban a derivar y sólo nos entregaron un listado de refugios y colegios adaptados como albergues. Gracias a Dios tenía el teléfono de una chilena amiga de mi hermano. Ella fue un ángel: esa noche y al día siguiente nos acompañó y recorrimos todos los hoteles y moteles de la zona, pero no había nada disponible. Ahí recién nos hizo sentido lo que nos había dicho el policía al entrar al país.
Finalmente, luego de una larga peregrinación encontramos un lugar. Era lo más lejano a lo que uno sueña para vacaciones: el motel de un hindú en el barrio cubano de Hialeah, una ciudad cercana a Miami y el lugar más peligroso al que podíamos ir, ya que es muy inseguro. Irónicamente se llamaba Motel Palacio. Nuestra amiga chilena nos dijo que era lo mejor que podíamos encontrar en esas circunstancias. El motel sólo ofrecía un desayuno muy básico: leche con cereales en platos desechables, un termo con café o té y unas tostadas con mantequilla y mermelada. Dejamos las maletas y fuimos a comprar comida y agua, mientras en la tele daban instrucciones sobre cómo protegerse y el alcalde hacía un llamado a las iglesias a unirse en oración. Todos rogaban por protección divina.
El jueves 7 de septiembre por la tarde fuimos de compras, pero nos evacuaron del mall y al día siguiente se declaró toque de queda. Ya no se podía salir, la policía vigilaba y sólo veíamos autos llevando yates o botes. Pensamos en ir a otro estado, pero ya era tarde: el aeropuerto estaba cerrado y las bombas de bencina sin combustible. La habitación era pequeña, tenía dos camas y poco más. Como ambas somos escrupulosas, con mi cuñada pasamos casi todo el viernes limpiándola con cloro.
El sábado 9 sólo nos dedicamos a ver las noticias y a comer, anotamos las instrucciones que daban en la tele y vimos el desastre que causó el paso del huracán por Cuba. Por la tarde comenzaron a sentirse los primeros vientos y lluvias; el pronóstico indicaba que iban a alcanzar los 250 kilómetros por hora. Por la noche no dormimos nada. A las 11 se cortó la luz: no había aire acondicionado, ni internet. Sólo se escuchaba el viento. Ahí nos resignamos a morir. Leíamos la Biblia con una pequeña linterna, recordábamos nuestras vidas, haciendo un recuento y orábamos. Conversábamos con Dios, le entregamos nuestras vidas y pedimos perdón por nuestros pecados. No queríamos morir tan pronto y menos en un motel.
A las 5 de la mañana sentimos un golpe como de un camión, ¡era Irma llegando con furia! A partir de esa hora, se escuchaba un silbido de viento horroroso, pero lo peor vino después: el agua empezó a entrar a la pieza. Un techo interno de acrílico en el baño se cayó sobre la cabeza de mi cuñada y ella empezó a sangrar. El agua inundaba la pieza y tuvimos que refugiarnos adentro del clóset, donde hacía mucho calor y la humedad era insoportable. Aunque estábamos sin conexión de internet, mi cuñada envió un mensaje de texto a mi hermano. Decía: 'Por favor, quiero que cremen mis restos'.
Pasaban las horas y el viento acechaba fuerte. De repente sentimos un golpe y gritos en la pieza del lado, era una mujer que más tarde nos enteramos que estaba trabajando: una prostituta que tuvo clientes toda la noche. A las 11 de la noche de ese día domingo 10, dejó de llover y nos atrevimos a abrir la puerta. Para nuestra sorpresa encontramos una gallina; quizás desde dónde voló. Otro dato anecdótico fueron nuestros vecinos de habitación. Si a la izquierda tuvimos a la prostituta, en la derecha era muy distinto: había una misionera religiosa. El dueño del motel llegó recién al día siguiente amenazando que si no le pagábamos en efectivo nos teníamos que ir. A esas alturas lo único que queríamos era volver a Chile.
Por fin pudimos contactarnos con nuestra familia, quienes estaban muy preocupados. Más tarde vino nuestra amiga chilena a buscarnos para salir a comer; la ciudad estaba desierta, con todo cerrado y las calles llenas de árboles caídos. Encontramos un lugar donde comer y lo único que había era pan con huevo y sólo se podía pagar con efectivo. Gracias a Dios luego pudimos viajar en crucero a Bahamas y estar aquí para contar esta historia. Sí, sobreviví a un huracán rezando y encerrada en un clóset; y lo cierto es que no volvería a viajar en temporada de huracanes. Ahora, menos cándida, ahora entiendo por qué en esas fechas los precios son tan bajos.
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