El diagnóstico que desató una cadena de favores
Dar atención médica gratuita, donar alimento para retribuir la atención médica, recibir las donaciones y con eso levantar una olla común. Estos son los tres eslabones de una cadena de favores que comenzó con la doctora Marcela Henríquez, en Providencia, y llegó hasta la población Nueva Carmen, en SanJoaquín. Una cadena que se replica y que la Fundación de Bienestar Social CER busca establecer en el tiempo.
“Se preguntarán ¿Esto es verdad? Sí, es verdad, es más que verdad. Soy médico, tengo ganas de ayudar, de ayudarlos a ustedes, de entregarles mi conocimiento, mi cariño, de ayudarlos… ayudarlos y en forma absoluta y totalmente desinteresada”. Así se presenta en su canal de YouTube Marcela Henríquez (34) o “la Doctora Desahogos”, como muchos la conocen. Su apodo se debe a que ella trabajó muchos años en el servicio público y le tocó escuchar, desde la primera línea, cómo la gente reclamaba por la mala atención de los médicos y el sistema, y ella desde su vereda escribió una carta de desahogo hacia los pacientes y la salud.
Hernández estudió medicina en la Universidad Finis Terrae y en 2013, en su séptimo año de carrera, mientras realizaba el internado, le diagnosticaron la Enfermedad de Parkinson (EP), “yo soy diestra, y cosas que hacía habitualmente con la mano derecha, las empecé a hacer con la izquierda”, comenta. Así fue como le contó a sus amigas, quienes le sugirieron ir al neurólogo para saber qué ocurría. Antes de asistir, dice, sabía su diagnóstico. “Tengo párkinson, me dije, o sea, mi mamá, mi abuelo, mi tío abuelo lo tienen”, recuerda. “Era como la crónica de una muerte anunciada”.
Al confirmar sus sospechas, comenzó su tratamiento y siguió estudiando hasta que se graduó como médico cirujano. Marcela continuó trabajando entre el 2013-2018, donde se dio cuenta que le gustaba trabajar en la urgencia. Pasó por algunos Servicios de Atención Primaria de Urgencia (SAPU), Hospital de Talagante y por la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS), hasta que finalmente debió pensionarse por invalidez.
“Estuve muy deprimida, porque sentía que todo lo que había luchado y por todo lo que había trabajado se iba a la basura”, recuerda. Luego se rebeló. “Me dije ¿sabís que?, puedo seguir atendiendo, puedo seguir haciendo lo que me gusta, que es ayudar y puedo hacerlo con mis colores, mis propias reglas, sin tener que estar amarrada a tener que atender cada diez minutos”. Así comenzó a ver pacientes de forma gratuita. A cambio, pedía cooperaciones para gente que más lo necesita.
A fines de 2018 comenzó atendiendo en consultas de medicina general en una oficina prestada los días domingo, pero se dio cuenta que la gente no llegaba. “Nadie se levanta los domingos al médico y menos donde una loca que atiende gratis”, recuerda. “Era difícil porque muchas pedían hora y no llegaban”. Así tuvo la idea de instalar un box de consulta en su propio departamento, que comparte con otras dos compañeras de piso.
Dos años después, a principios de octubre de 2020, Marcela Hernández constituyó la Fundación de Bienestar Social CER (Confiar, Entregar y Recibir), buscando institucionalizar el sistema de ayuda. Partió sola y buscó apoyo en un grupo de médicos en redes sociales. “Al principio era un poco reacia a contarles a mis colegas lo que hacía, porque no sabía cómo se lo iban a tomar”, recuerda. Pero resultó que más de cien personas la contactaron para ofrecer su ayuda gratuita.
Las cooperaciones, comenta la doctora, se basan en un todo. “Son alimentos, ropa, útiles de aseo, agua. Lo que cada uno necesite, medicamentos también, o sea, hago la evaluación médica de los pacientes y si necesitan los medicamentos, también se los regalo. Cada uno puede dar lo que pueda y lo que quiera dar”, explica.
Las redes sociales han sido fundamentales dentro del trabajo de la fundación. “Cuando la gente me pide ayuda, les mando un formulario Google donde se recolectan sus datos, y se les pregunta si necesitan entregar, recibir, etc.”, explica. “Y dentro de eso qué necesitan entregar o recibir”. Esos datos se envían al equipo de la Fundación CER, donde se deriva cada caso, ya sea en salud, social, o recibir ayuda.
“Hoy por ti y mañana por otros, para que todos podamos ser parte. Es confiar que hoy día esto va a ir creciendo y que hoy día todos nos podemos dar la mano si es que queremos hacerlo”, sostiene Marcela Heríquez. Dice que su enfermedad no ha sido un impedimento para todo lo que está realizando. “El párkinson es parte de mí, parte de lo que me tocó y parte de lo que tengo que aprender a vivir”, reflexiona. “Todos tenemos diferentes batallas que luchar, esta es la mía”. Hoy día se ha extendido no sólo a través de la fundación: en abril de 2020 publicó su libro El mundo de Connie, donde relata sus aventuras y el resumen de su vida.
Por ti
Maribel Paredes (31) llamó a su mamá para pedirle el carro de feria, lo llevó a su casa, abrió la despensa y lo llenó de alimentos que guardaba como provisión para la pandemia. Arroz, harina, leche y fideos eran algunos de los productos que de forma ordenada llenaron el espacio disponible. Al día siguiente salió con el carro rumbo al trabajo, tomó la micro, el Metro y la segunda micro, trabajó durante el día y al terminar la jornada volvió al transporte público hasta llegar a la consulta de la Doctora Desahogos. Ese carro lleno de alimentos era su donación y agradecimiento por el tratamiento médico que estaba recibiendo de manera gratuita. El alimento estaba dirigido a un campamento en tiempos de crisis. “Cuando entregué eso, siento que algo en mí cambió”, cuenta Paredes, que en ese entonces se sumó a la cadena de favores.
Maribel Paredes había llegado a la consulta de Marcela Hernández después de una serie de eventos. Con el dinero del retiro del 10% pagó parte de sus deudas, sus estudios y pagó chequeos médicos pendientes, dentro de los cuales estaban unos exámenes ginecológicos de rutina. Los resultados acusaron que la mujer tenía los niveles de insulina muy altos y se asustó pensando que podía ser diabetes. “Con todas las deudas que pagué no me daba para hacerme el otro examen altiro”, recuerda. “Me acordé de que había una doctora en Instagram que había dicho que cualquier duda médica ella podía ayudar y le pregunté, cara de palo, y me dijo que cuantos años tenía, si tenía otros exámenes, le dije que sí, me dio su correo, se los envié y me dijo: ‘este es mi número de teléfono, a las 9 videollamada, yo te atiendo’”, todo esto sin conocerme”, cuenta.
Esa fue la primera videollamada entre Marcela y Maribel. La doctora le pidió más exámenes y le dijo que la fuera a ver con los resultados en mano. Ese fue el día en que Paredes cruzó la ciudad con un carro de feria lleno de donaciones y se conocieron en persona. Maribel tenía resistencia a la insulina, era hipertensa y tenía un semibloqueo en la rama derecha del corazón, diagnósticos que nunca había recibido, pero que eran concordantes con síntomas que arrastraba hace años. Sus donaciones tenían dos sentidos: por una parte era desprenderse de un exceso de compras que había hecho por temor a la pandemia, para ayudar a quienes realmente necesitaban esa mercadería; por otro, marcaban también un compromiso a nuevos hábitos alimenticios.
“Fui de las que acapararon en la pandemia, y uno se da cuenta que no necesita tanto y que hay gente que sí, que la está pasando mal. Cuando yo entregué ese alimento, sentí que me desprendí y aprendí de la doctora. Ella tampoco se va a hacer más rica ni menos pobre por atender a quien realmente necesita salud de calidad, de la que poca hay en el sector público donde yo me atiendo”, reflexiona.
Paredes se remonta a 1998, específicamente al Mundial de Fútbol de Francia cuando estaba en tercero básico. Fue uno de esos días cuando sufrió el primer gran dolor de cabeza que significó que la retiraran del colegio, “desde entonces sufro muchos dolores de cabeza que terminan en urgencia”, cuenta. Había consultado médicos por años, pero no tenía solución. “Estoy hablando de dos a tres cefaleas al mes, que me inhabilitaban a veces para trabajar del dolor”, dice Maribel. Sólo en octubre de 2020 la doctora Hernández le diagnosticó la hipertensión que explicaba sus síntomas. Desde la primera vez que consultó con la doctora al día de la fecha, Paredes ha tenido solo un episodio de cefalea.
“Ahora tengo que ir cada cierto tiempo y cuando no voy, nos comunicamos por teléfono o Whatsapp. Ella siempre está pendiente de mí, me manda mensajes preguntando cómo estoy, me manda una sonrisa. O sea, es un médico que no te cobra, que se preocupa de darte una salud integral y de tu ánimo. Yo a toda la gente que está a mi alrededor le digo: ¡Me salió un ángel en el camino!”
Hoy, Maribel aporta de otra manera: ayudando a difundir las iniciativas para recaudar fondos. “Cuando la doctora hace una rifa o algo, yo hago grupos de difusión por Whatsapp y se los mando a absolutamente todos mis contactos, lo comparto en redes sociales, todo lo que pueda para aportar. A veces uno dice chuta, no tengo plata, pero si lo comparto, alguien de mi círculo puede aportar”, cuenta.
“En la historia de la vida una tiene personas que le marcan y ella es una de las personas que marcó mi vida”, dice. “Viene a mostrar lo que es la humildad, lo que es sonreír, que la salud es importante y que la salud gratuita no es mala, hay quienes tienen vocación y no solamente puedes ayudar con plata, puedes ayudar sonriendo, compartiendo, escuchando”.
Creer, entregar y recibir
Silvia Parra buscaba donaciones para la olla común de la Población Nueva Carmen en la comuna de San Joaquín, mientras Marcela Henríquez buscaba ollas comunes a quien donar lo que recibía de sus pacientes. Se conectaron por las redes sociales y desde entonces trabajan juntas para llenar los platos de los vecinos.
Nueve meses atrás, Silvia Parra comenzó a hacer almuerzos comunitarios junto a cinco vecinas. Una familia del sector se había contagiado de Covid-19 y mientras el marido estaba intubado en el hospital, la esposa y madre de los niños le pidió a Parra que por favor la ayudara a conseguir alimento. Así comenzaron y con las donaciones de un vecino repartieron 34 almuerzos. Cada día eran más los que necesitaban comer, al principio era para quienes estaban contagiados de Covid-19, luego se sumaron los que no tenían trabajo y las personas de la tercera edad. Llegaron a repartir 120 almuerzos al día, hoy sostienen 40 colaciones diarias. De lunes a domingo el grupo de mujeres trabajaba desde temprano para alimentar a la comunidad, recibían donaciones pero no todos querían ayudar. “Aquí murió mucha gente y la gente que tenía que ayudar no lo hacía por miedo, porque desconocían cómo era el tema, entonces yo decidí, bueno, si me tengo que morir, me muero”, recuerda Silvia.
Días antes, Parra había pasado por el fallecimiento de su madre, que sufría problemas respiratorios. “De alguna forma esa enfermedad es lo mismo que tenía mi mamá, aunque ella no tuvo Covid. Yo vi a mi mamá ahogarse muchas veces, que le faltaba su aire para respirar, yo viví todo eso con ella, entonces de pensar que otra persona estaba igual o peor, me desesperaba porque es terrible, es terrible ver a alguien que le falte el aire”.
Desde entonces que se preocupó de, literalmente, “parar la olla”. Los vecinos donaban lo que tenían en sus casas y las cocineras vendían empanadas los fines de semana para juntar dinero para las proteínas de la semana. Así estuvieron varios meses hasta que la contactó una fundación por Twitter ofreciéndole ayuda. “Nos cambio la vida, subimos a Twitter los almuerzo y tenemos muy buena recepción. Hasta ahora estamos parados solo por Twitter”, dice Parra. Por esta misma plataforma fue que hizo el vínculo con la “Doctora Desahogos”. Henríquez le había ofrecido ayuda a la misma fundación que la conectó con la vecina de San Joaquín.
Mientras más consultas hacía, más donaciones y más pacientes que difundían la iniciativa de la doctora Henríquez, es decir, más tenía para ayudar a los otros. Le preocupaba llevar proteínas y verduras a las ollas, así que comenzó a hacer rifas para juntar dinero. En una de esas rifas conoció a Parra, quien trabajaba con lo recaudado para conseguir verduras. “Ahí hablamos con ella y nos caímos super bien las dos. Ella hizo unas rifas y nos mandaba verduras, cada tres semanas nos llegaba las verduras para la olla”, cuenta Silvia.
Con el tiempo se siguieron hablando, Henríquez le avisaba a Parra, quien recogía la mercadería y la cocinaba para quien necesitara. Hoy la considera una amiga, además de un personaje importante dentro de la población; “ella da ayudas alimenticias, ella da ayuda psicológica, ella da ayuda médica, da remedios en general. Por ejemplo, yo le pedí hace como un mes y medio atrás que necesitaba una silla urgente. Y hablé con ella e hizo una cadena en Twitter, y hablé a las 12 de la noche con ella y al otro día a las 10 de la mañana tenía la silla de ruedas. Gracias a dios tenemos este contacto con Marcela y se trabaja así”, cuenta.
Si Silvia Parra supera las donaciones, se contacta con otras comunas para darles alimento. Así colaboran entre ellos y logran sacar adelante las ollas de distintos lugares; si Henríquez le ofrece algo y en ese momento no lo necesita, prefiere pasar. Dice que es un círculo de ayuda, la doctora atiende y recibe donaciones, se las da a ella, quien dona su tiempo para alimentar a sus vecinos. “Esto es una cadena de pura gente que ayuda al otro”, finaliza.
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