El que baila pasa, la película que reúne los registros virales del estallido social
El director del filme, Carlos Araya Díaz, cuenta qué hay detrás del documental que revive las contradicciones del estallido social y el fracaso del proceso constituyente.
Fue durante el amanecer del estallido social chileno cuando el cineasta Carlos Araya Díaz (1984, Calama) se dedicó a reunir registros audiovisuales que se compartían en las redes sociales.
Con el tiempo, al revisar las imágenes, se fue dando cuenta de que había allí un relato. Inspirado en obras como Cofralandes de Raúl Ruiz, armó un montaje para retratar cómo se vivió ese periodo desde distintas perspectivas y cuál fue su desenlace.
Con imágenes grabadas en vertical con teléfonos celulares, Araya dio a luz al elogiado documental El que baila pasa (2024).
“Creo que los registros dan cuenta de múltiples ‘Chiles’, ya que no solo aparecen imágenes de Santiago, sino que también de regiones y de ahí un montón de microconflictos. Eso es lo interesante de esta película: no retrata un solo horizonte de las protestas, sino que una amplia gama de problemáticas”, dice Araya en conversación con La Tercera.
La cinta, distribuida por Miradoc, contó con la coproducción de María Paz González, fue premiada en la categoría “Mejor Largometraje Nacional” en los Festivales de Cine de Valdivia y Viña del Mar, y estrenada en cines el pasado 13 de junio.
¿Qué imágenes del estallido llamaron tu atención?
Me llamaron la atención ciertas situaciones de ternura o que iban a contrapelo. Por ejemplo, me parecía muy interesante una secuencia en la que carabineros eran abrazados por manifestantes, en lo que fue un pacto como de no violencia. Ocurrió en un contexto en el que los carabineros eran más bien eran atacados y vistos como enemigos.
También encontré en TikTok a una chica que hacía una coreografía en medio del fuego. Había cosas muy raras que más bien hablaban de una cuestión delirante. Para mí, una palabra que fue apareciendo con harta frecuencia fue el delirio, el absurdo, las contradicciones. Se ven imágenes de carabineros carreteando en un retén móvil; de personas que venían saliendo de sus trabajos y hacían lives como cronistas urbanos. En uno había un extranjero sorprendido, porque en una protesta quemaban televisores nuevos. No se los llevaban a la casa, los quemaban. Otro muestra a un trabajador que queda totalmente sorprendido, porque habían quemado recién una escultura del “perrito matapacos”.
Son cosas paralelas, que no necesariamente tienen que ver con el centro de las protestas ni lo policial. Dan más texturas y otros matices al proceso que vivimos. Por ahí va mi interés.
¿Crees que el llamado “octubrismo” pesó en el proceso constituyente?
No lo sé, siento que es multifactorial y tiene que ver con cómo se manejó políticamente. Más bien, creo que la izquierda institucional que se armó tenía amplias posibilidades de transformación y que se farrearon el proceso. Es difícil pensar un proceso de cambio sin lo “octubrista”, como esa instalación que se ha hecho. Esta es una película que de alguna manera intenta explorar en esa contradicción, precisamente, en esa idea de que los chilenos nos cansamos de evadir el transporte público, tomarse las calles... donde hubo destrucción.
Elegimos a un presidente que marchó junto con nosotros, hicimos campañas por el apruebo, quedamos paralizados por el rechazo y todo lo que vino después: se exigieron más carabineros, se le dio la oportunidad a la extrema derecha en un nuevo proceso y le dimos un portazo nuevamente (a la propuesta constitucional).
Somos todo eso, la película aborda esa contradicción. Preguntarnos con fuerza qué nos pasó, quiénes somos ahora y qué transformaciones podemos imaginar hacia el futuro.
¿Crees que algunos perdieron la esperanza de ver ciertos cambios?
Sí, creo que en este momento estamos en un vacío. Hay mucha gente que, al igual que yo, sintió que se separó la cabeza del cuerpo. Es una sensación muy rara, que está entre el sueño y la vigilia. Como si fuera un estado un poco vegetal.
Tanto a mí como al equipo con el que hicimos la película nos ayudó mucho trabajar en esto, ya que logramos volver a conectar nuestras cabezas con nuestros cuerpos y emociones. Nos sometimos nuevamente a revistar todas esas imágenes en las que se ve mucha violencia, pero en las que también se puede ver mucha esperanza, gente convencida.
Pareciera como que una energía subterránea estuviera en la tierra de Chile y nos hace volver a pararnos una y otra vez. Espero que El que baila pasa nos haga preguntarnos con fuerza qué nos pasó y mirar quizás este proceso como una especie de terapia colectiva alternativa, que nos dé algunas luces para hacer un duelo de todo lo que nos ocurrió y volver a pensar las transformaciones del futuro.
El título del documental se refiere a cuando los manifestantes pedían a los automovilistas que se bajaran de sus vehículos a bailar, para así permitirles pasar. ¿Por qué tomar este concepto?
Creo que representa cómo nos sentimos en general. Todos estábamos convocados a participar en el proceso, tanto quienes nos manifestamos como quienes se veían obligados o no a tomar la posición de bailar, pero también de enfrentarse a los manifestantes. Entonces, es una situación muy interesante en cuanto a cómo nos afecta transversalmente y nos lleva a tomar posiciones, a situarnos frente a lo que estaba pasando. Era muy representativo.
La película se presenta de forma muy onírica y nos muestra las escenas desde las grabaciones de celulares y aludiendo a los sueños.
Sí, me parecía súper necesario volver a esos materiales que tienen un punto muy alto de realidad, pero desde un lugar más distanciado. Por eso hay un personaje de ficción, un fantasma que vuelve a Chile y que busca un cuerpo para encarnar. Esa capa nos permitió trabajar todo estos materiales desde la distancia y no desde el estallido mismo. Lo que me interesa en esta película no es reconstruir lo que ocurrió. No tiene un ánimo cronológico ni didáctico. Más bien, busca reimaginar eso que nos pasó. Ese es el sentido que tiene también ese estado entre el sueño y la vigilia.
¿Dónde podríamos pensar que está ese fantasma en Chile?
Ese fantasma somos un poco todos, que estamos yo creo en medio del vacío, de la poca imaginación política, de cierto estado que nos tiene un poco atrapados pensando solo en la contingencia, que no nos permite ver horizontes posibles. Y sobre todo, en una clase política que está girando en sí misma y que está en cierto sentido erosionando la democracia. Somos todos buscando dónde encarnar y creo que la clase política no está dando el ancho para eso.
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