Enrique Torreblanca: "Hasta barrí calles para ser músico profesional"
#CosasDeLaVida: "La guitarra es mi pasión. Pero desde joven tuve que trabajar para poder pagar mi futuro. A los 18 entré al Programa Empleo Mínimo. Todo lo ahorraba, hasta que logré estudiar Interpretación Musical en Guitarra en la U. de Chile. Hoy soy profesor en un colegio y una universidad".
Mi infancia y juventud transcurrieron en la población Gómez Carreño de Viña del Mar, que está en lo alto de un cerro con vista al mar de Reñaca. Ahí vivía junto a cuatro de mis seis hermanos y mi mamá. No éramos pobres, pero no nos sobraba nada.
En la población había una iglesia anglicana a la que pertenecía mi familia. Recuerdo que iban distintas personas y conjuntos que tocaban música, y a mí me llamaban la atención. Sobre todo quienes tocaban la guitarra, porque eran los que dirigían las alabanzas y cantos.
Un día escuché a una persona que vino de Santiago y me dejó maravillado cómo tocaba su guitarra. Nunca había escuchado a alguien tocar de esa forma. En la iglesia normalmente sólo se rasguea, que es el típico movimiento para tocar las cuerdas al unísono. Pero esta persona hacía arpegios, que implica tocar cuerda por cuerda cada nota.
Yo tenía alrededor de 12 años cuando pasó eso. Imposible olvidarlo. De a poco comencé a sumergirme en distintas formas de tocar la guitarra. Mi cuñado me enseñó cómo se tocaba; yo lo miraba y me iba a practicar a mi casa con guitarras prestadas. Normalmente me la prestaban de la iglesia y me la llevaba por meses hasta que me la pedían.
A pesar de mi gusto por la música, no había considerado dedicarme a ella. Estaba en un liceo técnico y pensaba que estudiaría Electrónica allí. Pero uno de mis hermanos que vivía en La Serena me llevó un año a vivir con él, porque había encontrado una escuela artística donde podría estudiar música. Pero luego de un año, a él lo transfirieron y tuve que volver a mi casa. Terminé mi enseñanza media en un liceo tradicional en mi población y tocaba guitarra en los festivales que había. Además, durante mis dos últimos años escolares estudiaba en la noche en el Conservatorio de Música de Viña del Mar. Muchas veces tuve que irme caminando o a dedo, porque quedaba lejos y no tenía dinero.
Cuando tenía 18 años pasó un milagro. Un día acompañé a mi mamá a buscar su pensión y por algún motivo que nunca supimos ese mes recibió cuatro veces más de lo normal. Como ella sabía que lo único que yo quería era tener mi propia guitarra, me dijo que me comprara la que quería. Yo estaba feliz. Siempre miraba las guitarras desde la vitrina, pensaba en cuál me compraría y las probaba en las tiendas. Ahí decidí que si mi mamá estaba invirtiendo en mí, yo tenía que tomarme esto en serio.
Había tenido que salirme del Conservatorio porque era muy caro, así que me puse a trabajar para pagar mi futuro en la música. Junto a diez compañeros del liceo nos metimos a trabajar al Programa de Empleo Mínimo que se había creado para palear el desempleo. Nos designaron al cuadrante frente a mi colegio, donde teníamos que limpiar plazas y barrer. Como teníamos hartos momentos de ocio, los aprovechábamos para estudiar cada uno lo suyo. Varios de mis amigos estaban ahí mientras estudiaban para la Prueba de Aptitud Académica. Nuestros profesores ni nos miraban cuando pasaban al lado nuestro. Como que les daba vergüenza o pena que estuviéramos en eso, pero no nos importaba. A mí de verdad no me importaba barrer calles para lograr mi sueño de ser músico profesional. También hice aseo en tiendas y clases de guitarras particulares. Todo lo que juntaba lo guardé para estudiar.
Entré el 82 a la Universidad de Chile para ser Intérprete de Guitarra: mis primeros tres años fueron con exámenes libres y el 85 me mudé a Santiago. Entré a los 22 y salí a los 32 porque la carrera duraba 10 años. Yo era de los más viejos. Pero al terminar me dio una tendinitis en la mano derecha que truncó mi futuro como guitarrista. Tras pasar por varios doctores me dijeron que no me iba a recuperar nunca y me recomendaron estudiar Pedagogía en Música. Fue triste, pero no me costó reencauzar mi futuro.
La guitarra es mi pasión. La música me dio las ganas de seguir luchando: te enfocas en una obra y siempre quieres dominarla. Es la superación para todo tipo de situaciones de la vida. Una profesora me decía que la música es como una vocación casi sacerdotal. Uno debe buscar la plenitud entre el ser físico, el espiritual y el músico.
Hoy tengo 58 años y trabajo como profesor de música en el colegio Leonardo Da Vinci y hago clases en la Universidad Mayor. Además, toco en un grupo de música infantil llamado Zapallo. En el colegio he podido ayudar a otros niños que, tal como me pasó a mí de chico, no tienen guitarras. Siempre les digo que pueden ir a mi sala a practicar; incluso a dos les regalé unas guitarras mías porque sé lo que es no tener tu instrumento.
Me encanta la música flamenca. Cuando estudiaba, siempre soñé con ir a España. Recuerdo que mientras tocaba, ponía fotos de ese país junto a las partituras como inspiración. Finalmente pude hacerlo, cumplir el sueño, gracias a una beca que me gané en el colegio que trabajo. También conocí a Paco de Lucía en un show que hizo en el Teatro Oriente. Dicen que la fe mueve montañas, pero el arte y la fuerza del artista las atraviesan. Uno tiene que machacar hasta lograrlo.
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