Fernando Rivas: "Perdí mi mano, pero ayudo a otros a recuperar las suyas"
"Aunque han pasado 22 años desde mi accidente, todavía siento mi mano derecha. Aunque ahí tenga una prótesis. Esto cambió mi vida y mi historia. Dejé las máquinas y ayudo a otros a rehabilitarse. Algunos me dicen: ´Pucha, profe, si usted pudo hacerlo y no tiene su manito, yo también puedo'".
Sufrí un accidente laboral el 10 de mayo de 1996. Eran cerca de las 10 de la mañana y yo trabajaba con una máquina inyectora de plástico. Hacíamos repuestos de línea blanca y yo hacía las piezas de las lavadoras. Como el trabajo era en línea, tenía que abrir y cerrar la rejilla de seguridad con cada pieza. Ese día decidí no hacerlo, simplemente la dejé abierta. Sin querer pasé a llevar los botones de la máquina, lo que la accionó y me atrapó la mano derecha.
Por mis lesiones me tuvieron que amputar el brazo debajo del codo. Quedé cuatro días internado en el hospital de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS). Por la buena cicatrización, el doctor me dio de alta y me mandó con rehabilitación a la casa. Al principio estaba muy choqueado; sicológicamente muy mal. Me miraba y preguntaba por qué lo había hecho, por qué quise trabajar así. También pensaba en mi familia, qué iba a ser de ellos. Mis hijos, Cristian y Sara, tenían 8 y 2 años cuando tuve el accidente. Pensaba quién me iba a dar trabajo así. En esa época no existía la Ley de Inclusión ni empleadores con ganas de recibir personas discapacitadas.
Mi rehabilitación duró cuatro meses. Pasé por terapia física, ocupacional y unas sesiones de salud mental. Los especialistas me explicaron que no debía sentirme culpable por lo que había pasado.
Tuve una prótesis artesanal mientras terminaba de sanar mi muñón. Cuando estuvo totalmente cicatrizado me tomaron las medidas para hacerme la mía definitiva. La que sigo usando hasta hoy. La encajo en mi brazo y tiene un arnés, que funciona como una mochila, que la fija. No puedo hacer mucha fuerza ni tomar cosas pesadas, pero me sirve para todo. Puedo abrocharme los cordones, afeitarme, bañarme, vestirme, abotonarme las camisas.
En septiembre de ese año hice un reintegro progresivo a mi trabajo. Iba cuatro horas al día y trabajaba en control de calidad, en las bodegas, ayudándoles a los maestros, taladrando y cosas así. A fines de ese mes me permitieron volver a mi horario completo. Quería volver a la máquina donde había tenido el accidente. No tenía miedo de volver a usarla, porque yo fui el culpable del accidente, no la máquina. Yo la manipulé de mala manera al saltarme el proceso de seguridad. De todas formas estaba un poco nervioso, pero fue como una terapia.
Trabajé ahí hasta 1999, cuando me despidieron. Pensé que nadie me iba a contratar, pero igual estuve al día siguiente buscando trabajo. En todas partes me decían lo típico "te llamamos"; incluso en una empresa me dijeron que necesitaban a alguien con las dos manos. Quedé triste.
Un día fui a hacer unos trámites a la ACHS y una de las chicas me contó que en la sección de terapia ocupacional tenían un banco de empleo. Ahí las empresas piden trabajadores que puedan hacer ciertos trabajos. Entregué mis datos y me llamaron de una empresa de higiene que limpiaba ahí mismo. Mi jefa era visionaria y recomendó que me cambiaran de limpiar en Urgencias a la parte de Rehabilitación, donde las personas hacían sus ejercicios y terapias. Un día, limpiando, me avisaron que el caballero que hacía los talleres se retiraba y que yo podía postular. Lo hicimos varias personas con prótesis, nos hicieron unas pruebas y la primera quincena de abril de 2008 me dijeron que había quedado. El 2 de mayo de ese año comencé a rehabilitar gente.
En la terapia ocupacional hay dos partes: una que desarrolla la sensibilidad con cosas ásperas, suaves, finas; y la otra, que es donde estoy yo, que es la de fuerza. En el taller trabajamos con herramientas manuales como escofines, sierras, cepillos: deben usarlos y hacer la fuerza. Los hacemos trabajar en madera con plantillas, van haciendo figuritas y cosas así hasta que el doctor diga que está bien y le da el alta.
Con mi compañero de trabajo tenemos pacientes que han perdido falanges o algún dedo, fractura de muñeca, húmero; y pacientes que han perdido sus manos. Otros con prótesis a los que hay que enseñarles a hacer la manualidad con ella. Si son diestros, hay que enseñarles a ser zurdos; como en mi caso.
Yo tuve que aprender a escribir; me demoré casi dos meses en tener una letra legible. Uno empieza como un niño chico, te hacen caligrafía, después un dibujo y ahora tomo el lápiz de lo más normal. Escribo con mucha tranquilidad para que sea legible. Lo más difícil fue hacer mi firma, así que al renovar el carné tuve que cambiarla.
Aunque han pasado 22 años desde mi accidente, todavía siento mi mano derecha. Cuando hablo muevo las manos y digo que son diez dedos. En el único momento en que no tengo esa sensación es cuando duermo.
Tuve que aprender a enfrentarme a la sociedad tras el accidente. Algunas personas me miraban y era incómodo. Después ya lo integré, como algo que tenía que ser normal. En casi todo mi proceso de rehabilitación no salí a la calle. Estaba muy encerrado, no quería hacer nada. Mi esposa me vestía y arreglaba, mientras yo vivía mi duelo. De repente me di cuenta de que mi esposa hacía todo el esfuerzo. Ahí cambié el switch y mi actitud. Cuando quería llorar me iba al baño o salía a caminar. Me empecé a vestir, a asearme y ser independiente. Regaba el jardín, salía a barrer, conversaba con mis vecinos, salía a pagar las cuentas con mi señora. La gente me miraba, pero ya me da lo mismo. En el verano salgo con polera de manga corta y mi prótesis. Hasta juego fútbol con mis amigos. Logré recuperar mi esencia y sentido del humor.
Converso con los pacientes, porque algunos viven lo mismo. Les digo que no se escondan, los incentivo a salir a caminar con sus señoras y si tienen un club deportivo, que vayan a jugar. Eso trato de inculcarles, que vivan su duelo, pero que no se pongan barreras. Hay que tener paciencia nomás y no volverse loco. Les pregunto cómo están, cómo van sus avances, si pudieron abrocharse la camisa. Algunos me cuentan sus problemas y me dicen "pucha, profe, si usted pudo hacerlo y no tiene su manito, yo también puedo". Y eso es: yo perdí mi mano, pero ayudo a otros a recuperar las suyas.
Fui parte de la campaña "Cuida tus manos" y doy charlas motivacionales en empresas. Les trato de inculcar la prevención, que se cuiden a ellos mismos y entre ellos para evitar accidentes. A mí me encantaría volver el tiempo atrás, pero no se puede. Ese día cambió mi vida y mi historia. Antes veía la Teletón y me emocionaba al ver gente así, pero nunca pensé que iba a estar en esa vereda. Uno no es discapacitado como dicen, uno tiene una condición diferente nomás. No estoy incapacitado para hacer algo, la única cosa adaptada que uso es el cortaúñas. Hay que ponerle ganas. Eso trato de fomentar.
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