Iván Jiménez: "Limpio las playas con un perro y un pato"
#CosasDeLaVida: "Hice una costumbre salir a recoger colillas de cigarros y plástico. La gente me empezó a reconocer como el tipo que limpiaba la playa de la laguna de Cahuil o el mirador de Punta de Lobos con dos animales. Ellos son mi familia. Mi perra se llama Diabla; mi pato, Elvis".
Tengo 36 años, soy el menor de tres hermanos. Cuando mis viejos se separaron, mi mamá comenzó a hacer turnos en un laboratorio en la noche. Tenía 11 años y me sentí solo. Me dolió esa soledad. Me hizo mierda. Mi mamá quería que fuera alguien en la vida y estudié Turismo en un instituto, porque la plata alcanzó para eso. Todos los días hacía dedo para ir de San Antonio a Santiago a clases o me quedaba en la casa de amigos. La tía del casino se las arreglaba para darme almuerzo gratis. La vida me puso pruebas difíciles y me ayudó a tomar conciencia de las cosas que importan.
En diciembre de 2011 me fui a Nueva Zelanda con la visa Working Holiday. Estuve en Mount Maunganui, Wellington y Queenstown trabajando como temporero y limpiando WC. Es la misma pega que hacen los haitianos acá, pero allá se ve más bonita porque estás en Nueva Zelanda y pagan mejor.
Regresé a Chile en 2013. Fue chocante encontrarme de golpe con las tres preguntas que están en el ADN del chileno: qué haces, en qué colegio estudiaste y en qué barrio vives. A partir de lo que respondes te sacan la foto. En Nueva Zelanda a nadie le importaba eso.
Con la plata que ahorré en Nueva Zelanda me compré una camioneta para trabajar en turismo aventura. En San Antonio tuve algunos problemas personales, familiares y económicos, me tocó bailar con la fea mucho rato. Estuve en el pantano. Entonces, agarré mi saxofón, mi guitarra y partí a Pichilemu a buscar trabajo y a sacarme la mala racha.
Aún no llegaban a mi vida ni mi perra ni mis patos.
No me fue bien al principio y viví cinco meses en mi camioneta. No tenía ni baño, me daba una ducha de vez en cuando y me bañaba en el mar. No encontré trabajo en turismo aventura así que me dediqué a la talabartería, el oficio de trabajar el cuero, y vendí pulseras. Unos años antes, mi hermano me había regalado una pulsera de cuero que perdí en un viaje a Brasil. Echaba tanto de menos esa pulsera que compré unos pedazos de cuero, mejoré el diseño y me hice una. Con el resto de los cueros hice otras cosas que a mis amigas les encantaron. Fui perfeccionando la técnica y soy autodidacta.
Cuando terminó el verano, pensé en irme a San Pedro de Atacama a buscar trabajo en turismo, pero una amiga me convenció de que en Punta de Lobos me podría ir bien con la talabartería. Le hice caso, junté una platita y arrendé una casa. El primer día me di una ducha de tres horas.
Con los colegas de Punta de Lobos formamos una agrupación de artesanos y nos hacíamos cargo de la limpieza. Habíamos encontrado un lugar increíble para trabajar y de repente aparece una inmobiliaria que quería construir edificios en el mirador. ¿Cómo es posible que se pueda privatizar y construir en el borde costero? En Puertecillo pasó lo mismo. Me choca cómo se normalizan esas cosas en este país. La Fundación Punta de Lobos salvó ese lugar, por suerte. Es una bendición trabajar ahí.
Después de un tiempo, pensé que era hora de hacer crecer la familia, así que busqué una mascota. Un amigo me regaló a mi perra, la Diabla. Quise tener otra perra para que jugara con la Diabla, pero a mi polola de entonces no le gustó la idea.
Un día estaba sentado en el baño viendo videos de YouTube y pensé: "A ver, mi marca se llama Pata de Pato, me llamo Iván Patricio, desde chico me dicen Iván Patito, ¡tengo que tener unos patos!". Puse un aviso en Facebook: "Chiquillos, cualquier persona que tenga patos y me quiera donar uno, me avisa". Una gran amiga mía que trabajaba en el Parque Safari en Rancagua me avisó que había dos patos huérfanos.
La familia Pata de Pato quedó conformada por la Diabla, y los patos Compay y Celia. Les puse esos nombres por Compay Segundo y Celia Cruz. Armé mi propia banda cubana porque me encanta la música y los admiro mucho. La Diabla y Compay se portan super bien y empezaron a nadar conmigo cuando me metía en kayak en la laguna de Cahuil, pero con la Celia no había caso. Le enseñaba a seguirme y nada. Todas las familias tienen un personaje complicado, en este caso era la Celia. La rebelde de la familia, la Amy Winehouse, pero multiplicada por mil.
Una vez, en Cahuil, Compay agarró una colilla de cigarro y pensé que se la iba a tragar, pero alcance a sacársela. En esa laguna hay cisnes de cuello negro, aves migratorias y he encontrado varias especies muertas por consumir plástico. Es como encontrar muertos a los primos de mis hijos. Eso me motivó a empezar a hacer limpieza en la playa. Los patos son mi familia. Quizás qué diría la doctora Cordero si me escuchara decir esto, pero son mi familia.
El clan siguió creciendo cuando Compay y Celia tuvieron crías. Una murió y otra estuvo a punto. Ese pato se convirtió en mi regalón. Se llama Elvis. A los otros dos hermanos los regalé y me quedé con él. Ahora es mi sombra, me sigue a todos lados. Es el más mamón.
Hice una costumbre salir a recoger colillas de cigarros y plástico. La gente me empezó a reconocer como el tipo que limpiaba la playa de la laguna de Cahuil o el mirador de Punta de Lobos con un perro y un pato. Un día estaba con la Diabla y Elvis, y se acercó una niña de unos siete años. "Señor, ¿qué está haciendo?", me preguntó. "Estoy recogiendo colillas y plástico porque aves como mi pato se las pueden comer", le expliqué. La niña volvió donde estaba su familia y al minuto regresó con su hermano chico para ayudarme a recoger colillas. La conexión entre el perro, el pato y yo irradia algo que a ella la motivó a ayudarnos. Literalmente, se contagió de amor.
Si voy solo a limpiar playas, nadie me va a pescar, pero con mi clan Pata de Pato a los niños les llega el mensaje, y son ellos los que van a cambiar el planeta. Yo voy a reuniones donde se habla de la basura en Punta de Lobos y escucho a gente adulta decir: "¿Para qué vamos a recoger plástico si sólo se recicla el 8%?". Ya po, yo no quiero quedarme en el 8%, quiero trabajar para que sea más que eso. Pero ellos tienen la excusa para no hacer nada. Es pura falta de empatía y falta de amor.
Con el clan vamos a trabajar juntos todos los fines de semana. La Diabla me acompaña a carretear en Pichilemu. A Elvis lo dejo en la casa, porque se estresa con la gente y es más peligroso que ande en la calle por los perros. Acabo de hacer un nuevo Instagram para la limpieza de playas que se llama @clanpatadepato. Elvis y la Diabla son el mejor bálsamo que tuve en la vida.
Un día fui al banco y dije: "Quiero una cuenta donde no pueda sacar plata". Viví por tres años y medio con 15 lucas semanales con el objetivo de ahorrar y comprarme un terreno en Cahuil, porque me enamoré de ese lugar. Mis patos aprendieron a nadar ahí, se suben conmigo al kayak, nadan con mi perra. Quiero hacer ahí mi casa y mi taller de talabartería.
Me gustaría dejar una huella con lo que hacemos. Por eso, el eslogan de Pata de Pato es "más que una marca, una historia". Mi idea es viajar por Chile vendiendo mis productos y hacer limpieza en las playas con niños y con sus familias. También ir a los colegios. Postulé a capital Crece, un subsidio de Sercotec, y ahora tengo una tienda modular para moverme, pero como el chasis de mi camioneta se fracturó, estoy buscando un sponsor para comprarme otra.
Como empecé a subir mis historias a Instagram, me escribió un cineasta que se llama Gonzalo Manzo, porque le llamó la atención el vínculo de mis animales. Nos juntamos, le presenté a Elvis y a la Diabla, le conté el proyecto medioambiental y estamos trabajando en la idea de un documental para buscar sponsors y así viajar por Chile.
Quiero fusionar la limpieza y mi trabajo. En cinco años me veo sacando una línea de anteojos con material reciclado de la basura que vamos recogiendo con la Diabla y el Elvis.
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