La Capilla Sixtina del Amazonas
Un equipo internacional de científicos descubrió miles de pinturas rupestres en una remota zona de Colombia. Las obras, descritas en una nueva serie televisiva británica, tienen más de 12 mil años de antigüedad y muestran, entre otras figuras, a humanos interactuando con algunas especies ya extintas de megafauna. Su análisis podría ayudar a descifrar quiénes fueron los primeros habitantes que hicieron ingreso a Sudamérica.
“No puedo decirte cuánto deseé que estuvieras aquí, porque hasta que hayas visto la Capilla Sixtina no podrás tener una concepción adecuada de lo que el hombre es capaz de lograr. Uno escucha y lee sobre tanta gente grandiosa y valiosa, pero aquí, por sobre mi cabeza y ante mis ojos, hay evidencia viviente de lo que un hombre ha hecho”. Las palabras pertenecen al famoso escritor y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe, quien en 1786 recorrió Italia y visitó las monumentales escenas bíblicas ilustradas por Miguel Ángel en el Vaticano. El sobrecogimiento del intelectual germano frente a la obra fue tan profundo que en una carta exclamó lo siguiente: “¡Si sólo hubiera algún medio para fijar estas pinturas en mi alma!”.
Un asombro similar fue el que sintieron los miembros de un equipo internacional de investigadores que acaban de dar a conocer el hallazgo de otro gran ejemplo de la creatividad humana, uno mucho más antiguo y recóndito que los frescos italianos que hasta antes de la pandemia recibían casi 25 mil visitantes diarios. Se trata de una de las colecciones de arte rupestre más grandes del mundo, compuesta por decenas de miles de dibujos de tono rojizo que han sido calificados como la “Capilla Sixtina de los antiguos”, ya que adornan empinadas paredes rocosas que se extienden por varios kilómetros en una remota zona de la selva amazónica de Colombia. Las ilustraciones no sólo muestran formas geométricas, siluetas humanas que parecen estar danzando e impresiones de manos, sino que también a gente interactuando con criaturas de la megafauna de la Edad de Hielo, cuya apariencia hasta ahora se infería principalmente a través de restos óseos. Es el caso del mastodonte, un animal similar al actual elefante que desapareció de Sudamérica hace más de 12 mil años, y el perezoso gigante.
“Es muy emocionante. Hay dos cosas que llaman la atención de estas pinturas; una es el naturalismo y la otra el realismo que nos dejan ver pequeños detalles”, comenta a Tendencias de La Tercera el arqueólogo y arqueobotánico uruguayo José Iriarte, investigador de la Universidad de Exeter, en Gran Bretaña, y líder del equipo. El científico pone como ejemplo la sofisticación que muestra un boceto de palaeolama, una especie ya extinta y semejante al guanaco: “Es increíble en las proporciones del cuerpo, del cuello largo, la cabecita chica, las orejas. Lo otro que es notable es la diversidad de animales que existe. Hay dibujos de animales acuáticos como peces, tortugas, boas y rayas de río hasta criaturas terrestres, pasando por los monos, el ciervo, el jaguar, el tapir, el capibara y aves como el cóndor”.
Mark Robinson, arqueólogo de la Universidad de Exeter y que también participó en la expedición junto a Iriarte y varios investigadores colombianos, aún recuerda las imágenes que más le impactaron. “La primera vez que vi un caballo fue algo bastante especial. Existía una raza de caballos que era nativa de las Américas, pero se extinguió. Luego, fueron reintroducidos con la llegada de los europeos. Usualmente, si ves caballos europeos en el arte nativo americano son descritos con jinetes, porque eso era realmente lo que resaltaba de ellos. Los que vemos en el arte colombiano no tienen jinetes y también tienen una cabeza distintivamente rectangular que es característica de los ejemplares nativos, no de las variedades europeas”, comenta a Tendencias.
Más allá de los animales, la presencia de siluetas antropomorfas genera un nexo entre el lugar -ubicado en la llamada Serranía de la Lindosa- y el pasado que resulta casi único. Por eso, Robinson confiesa que una de sus imágenes favoritas es la de un perezoso gigante junto a una cría: “Ambos están rodeados por muchas figuras humanas, que se ven pequeñas en comparación”. El arqueólogo añade que las “imágenes de personas siempre son especiales, porque añaden un elemento de humanidad a este trabajo y generan un lazo que es muy difícil de conseguir con personas que vivieron hace tanto tiempo. Ver las impresiones de manos, la interacción social y los bailes provee una conexión que la arqueología no siempre puede conseguir”.
El último viaje
El descubrimiento más reciente, que se suma a hallazgos similares realizados hace algunos años en el cercano Parque Nacional Chiribiquete y otra locación de la Serranía de la Lindosa llamada Cerro Azul, fue efectuado en el marco de un proyecto del Consejo Europeo de Investigación (ERC). La iniciativa llamada Last Journey (Último viaje) es dirigida por José Iriarte y busca determinar cuándo la gente se estableció en la Amazonía y el impacto de sus hábitos de cacería y alimentación en la biodiversidad de la región.
“El proyecto se focaliza en el viaje de colonización global, desde que evolucionamos a humanos modernos en África hace 200 mil años, para luego salir de ese continente entre 70 y 50 mil años atrás y después ir a las Américas. Sudamérica fue la última tierra incógnita continental por colonizar. Por eso el proyecto se llama Last Journey, ya que se focaliza en estudiar a los primeros americanos que entraron en este continente vacío”, comenta Iriarte.
El nuevo sitio en la Serranía de la Lindosa aún no tiene nombre y fue descubierto el año pasado, pero su existencia fue mantenida en secreto hasta ahora porque fue filmado para una nueva serie de la estación británica Channel 4 que acaba de estrenarse y que se llama Jungle Mystery: Lost Kingdoms of the Amazon (Misterio en la jungla: Reinos perdidos del Amazonas). Iriarte señala que, además de inventariar parte de las pinturas, se realizaron excavaciones que permiten establecer una datación que se remonta hasta 12.500 años. “Los componentes más tempranos están asociados con instrumentos líticos, restos de fauna y elementos como plaquetas de ocre que están raspadas con el fin de elaborar los pigmentos de las ilustraciones”, señala.
Restos óseos y vegetales encontrados en el área muestran que quienes crearon las pinturas eran cazadores recolectores que se alimentaban de recursos como frutos de palma, pirañas, cocodrilos, serpientes, ranas, roedores y armadillos. “Es interesante ver, por ejemplo, que si bien están representando la megafauna en los paneles, no la están consumiendo o no la están cazando, porque en los huesos que hemos recuperado no hay megafauna, sino más bien pescados y animales terrestres pequeños como roedores y serpientes. Tampoco se han registrado huesos de mono, lo que nos habla que quizás aún no se había desarrollado la tecnología de la cerbatana, que se usa para cazar animales arbóreos”, señala Iriarte.
El investigador agrega que los animales que aparecen en las ilustraciones también revelan que esa área amazónica era muy distinta hace miles de años: “Lo que podemos ver hoy es que esta zona es bosque tropical. Pero algunos de los animales que están en las pinturas son, por ejemplo, caballos de la Edad de Hielo y también palaeolamas, que son animales de ambientes abiertos. Pensamos que el ambiente en las inmediaciones de la Serranía de la Lindosa era un mosaico de bosques y sabanas. Los paleontólogos han estudiado la dieta de los caballos a través de isótopos de carbono y nitrógeno y han visto que sólo pastaban, no iban comiendo arbolitos y hojitas”.
Los arqueólogos señalan que, por el momento, es complejo establecer si los autores de estas pinturas son antepasados directos de otros pueblos que han vivido en el Amazonas durante generaciones, como los Yanomami y los Kayapo. “Sin esqueletos y sin poder hacer test genéticos es muy difícil correlacionarlos con algún grupo actual”, afirma Iriarte. Sin embargo, agrega que “unos 150 km más al sur de donde hicimos este descubrimiento, hay grupos de indígenas no contactados que todavía siguen haciendo rituales y pintando en aleros rocosos. Entonces creo que hay una continuidad”.
La dimensión espiritual
Algunas de las pinturas se encuentran a tal altura en las escarpadas paredes rocosas que sólo son visibles mediante el uso de drones. El secreto de su elaboración estaría en ilustraciones que aparecen entre los bocetos y que parecen describir torres de madera y figuras humanas que se lanzan en saltos muy similares a los de la actual práctica del bungee. Otro detalle que salta a la vista es que muchos de los animales de mayor tamaño aparecen rodeados por pequeños hombres que alzan sus brazos, como si los estuvieran adorando. Ese simbolismo mostraría que las pinturas tendrían un fin espiritual y religioso: “Todos los grupos amazónicos se apegan al animismo o perspectivismo, donde los animales no son objetos o cosas como los vemos muchos occidentales, sino que tienen un espíritu. En su aspecto exterior son distintos a nosotros, pero su alma es igual y tienen relaciones sociales iguales que las nuestras”, explica Iriarte.
Por ese motivo, Mark Robinson afirma que este arte rupestre con tiene la clave para entender mucho más sobre los primeros sudamericanos y el paisaje con el que se encontraron: “El arte es una línea directa para comprender cómo estos pioneros veían el mundo a su alrededor, desde lo hiperreal a lo abstracto y lo sobrenatural. Lo que eligieron para pintar nos puede revelar bastante sobre su emergente cultura, su cosmología y prácticas sociales”. El arqueólogo hace referencia al arte europeo, donde cada “período de tiempo y estilo refleja pensamientos y modas contemporáneas, con una particular influencia proveniente de instituciones religiosas y políticas. Lo mismo es probable que haya ocurrido con estas pinturas. Descifrar estas ideas ciertamente tomará años”.
El proceso de registro del arte rupestre en la Sierra de la Lindosa fue posible gracias a un evento más bien político: el tratado de paz firmado en 2016 entre las guerrillas de las FARC y el gobierno colombiano. Hasta esa fecha, el territorio donde están las obras era inaccesible y para ingresar al lugar aún se necesita negociar con algunos remanentes de las FARC y contar con la guía de pobladores que viven en las cercanías. Sólo en auto son dos horas de viaje y luego hay que iniciar una larga caminata en la que hay que abrirse camino a punta de machete. “Hay zonas que estaban minadas. Tienes que ir con gente de ahí que sepa dónde es peligroso. Y, además, en la selva tropical estás en medio de la nada. Si te pica una serpiente, como decimos en Uruguay, sos ‘boleta’”, afirma Iriarte.
La pandemia del Covid-19 puso en pausa un retorno al área, pero los científicos siguen adelante con sus estudios. “Estamos analizando materiales de las excavaciones, tales como herramientas de piedra y restos de plantas, y trabajamos con un amplio espectro de expertos alrededor del mundo para entender su contexto. Nos interesa particularmente entender mejor cómo era el clima y el ambiente en el pasado. También estamos realizando tests de ADN en sedimentos antiguos para buscar rastros de animales que rondaron el lugar”, señala Robinson. La idea, además, es intentar entender quiénes fueron las primeras personas que entraron a la zona del Amazonas: “¿De dónde vinieron?, ¿Qué ambientes cruzaron antes de adaptarse y establecerse en el bosque tropical? ¿Cuál fue su impacto en la biodiversidad local? Nuestras breves exploraciones hasta ahora han revelado tanto, que sólo podemos imaginar la extensión de los sitios aún no descubiertos”.
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