La identidad es marca
Portugal es EL (sí, con mayúsculas) país de los mosaicos, la autoridad mundial de los azulejos, la potencia planetaria de los adoquines.
Soy un gran admirador de Roberto Burle Marx, especialmente por esos casi cinco kilómetros de mosaicos en la costanera de Copacabana, Río de Janeiro. Fue este genio de la arquitectura del paisaje quien, en la década del 70, realizó la urbanización que le daría una popularidad insospechada a este ícono carioca. Cada vez que he estado en Río, he fotografiado hasta el cansancio esas formas abstractas en el suelo. Me fascinan. Me producen adicción visual. Para mí, esos pequeños adoquines, miles, millones de ellos, significaban Río, Brasil, Burle Marx.
¿Qué pasó? Acabo de volver de Portugal. Estuve en Oporto y Lisboa. Y me di en la cabeza con mi ignorancia. Fue como admirar a Bruno Mars y después enterarte de que existe la música de Michael Jackson. Portugal es EL (sí, con mayúsculas) país de los mosaicos, la autoridad mundial de los azulejos, la potencia planetaria de los adoquines. Y claro, lo de Burle Marx en esos pocos kilómetros de Río es un homenaje puro y duro a la nación que los colonizó. Es más, todo eso que cubre los suelos de Copacabana, y Portugal completo, se llama "empedrado portugués". Es el principal componente de la identidad visual de ese hermoso país que, aunque mide como un 10% de España, es una tremenda potencia turística.
Qué alucinante es caminar por Oporto y Lisboa. Nunca antes mirar hacia abajo fue más adictivo. Lo que Portugal no tiene en términos de paisaje o lo que le falta en cuanto a catedrales y arquitectura patrimonial para competir con los pesos pesados de Europa, lo tiene en esa fantástica diferenciación que logran sus dibujos abstractos y figurativos en veredas, calles, muros, paredes y puentes. Pero a eso le suman arquitectura contemporánea de alto nivel, como la espectacular Casa de Música, del arquitecto Rem Koolhaas; el Museo Maat, de la británica Amanda Levete, o la Estación Intermodal Oriente, de Santiago Calatrava, donde por supuesto hay referencias a los azulejos y al empedrado.
Escribo esta columna con mi mejor compra del viaje: unos preciosos calcetines con los ondulantes diseños de los adoquines que están en todas partes de Lisboa. Es esa identidad la que crea una tremenda marca, y los turistas nos llevamos todo tipo de productos que nos permitan recordar la experiencia. No puedo dejar de pensar en Chile. Si nuestra geografía es una de las más destacadas del mundo, si tenemos las Torres del Paine, el Cerro El Plomo, las Catedrales de Mármol, los volcanes, el desierto de Atacama, los cielos más limpios del mundo, ríos como el Futaleufú, parques como Conguillío; si nos destacan año a año como destino outdoor a nivel mundial, ¿de qué manera estamos comunicando eso en nuestra imagen país? Por ejemplo, ¿hay algo en la arquitectura del nuevo aeropuerto que hable de Chile, de su paisaje, de su cordillera? Mi impresión, por lo que ya se ha mostrado y se está utilizando, es que no. Nada. Nos farreamos la oportunidad de que un arquitecto de talla mundial (chileno o extranjero) convirtiera nuestro aeropuerto en una representación de Chile.
¿No deberíamos ver Chile lleno de esculturas en piedra, ese material que representa la montaña, considerando los tremendos artistas expertos en ese material que tenemos, como Francisco Gazitúa o Vicente Gajardo? Esculturas cuyas pequeñas réplicas, en piedra por supuesto, serían un fantástico producto de merchandising. Como mis calcetines, que basta mirarlos para transportarme a los adoquines de Portugal.
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