Los sobrevivientes
Negocios cerrados, otros funcionando a media máquina y mucha destrucción. Ese es el panorama que impera hoy en Plaza Baquedano, conocida como la "zona cero" de las manifestaciones. En ese ambiente dominado por el olor a lacrimógena, locales como el Prosit, Casa Cena y Japón se las han arreglado de alguna manera para seguir atendiendo a sus comensales. Sus encargados tienen la sensación de que en el sector algo se rompió definitivamente.
Conozco bien este sector que, tras el estallido social que comenzó el pasado 18 de octubre, hoy es catalogado como la "zona cero". Viví a pocas cuadras de Plaza Baquedano por más de una década, por lo que fui un habitué de varios de los locales que ahora lo están pasando mal. Años más tarde me cambié de barrio, pero los seguí visitando. Y ya dedicado al periodismo gastronómico, a algunos incluso los reseñé en libros o crónicas.
Más de una vez también fui citado para hacer alguna entrevista en los establecimientos del barrio, y hasta yo mismo fui entrevistado -sesión de fotos incluida- en el icónico Prosit. Algo tiene -o tenía- esta área en la que se funden las plazas Baquedano e Italia más la Alameda, Providencia, Vicuña Mackenna y el Barrio Bellavista. Un lugar siempre en actividad y sostenido, fundamentalmente, por sus boliches, varios con una marcada vocación nocturna. De hecho, hasta comienzos de la década pasada, varios funcionaban toda la noche.
Es, tal vez, la única zona de Santiago comparable a otros espacios urbanos relevantes del mundo, como la Puerta del Sol en Madrid, el Obelisco en Buenos Aires o -por qué no- Times Square en Nueva York. Y como buen punto de encuentro para todo tipo de manifestaciones, ya lleva más de un mes con gente movilizada reuniéndose prácticamente a diario en torno al monumento al General Baquedano y en algunas calles aledañas, dependiendo de la cantidad de asistentes. Si bien los locatarios están acostumbrados a trabajar en un sector que cada tanto se llena de protestas y no queda más que cerrar, todos concuerdan en que lo ocurrido este último mes no tiene punto de comparación.
Primero por lo extendido del fenómeno y segundo por la violencia que se ha visto. Aunque no ocurre siempre, muchas jornadas de manifestación han terminado no sólo con destrozos en el mobiliario urbano, sino que también con saqueos e incluso incendios al comercio del sector. Por eso, al visitar hoy Plaza Baquedano y sus alrededores todo se ve distinto. Casi no hay luminarias funcionando, la estación del Metro está cerrada hasta nuevo aviso, hay veredas rotas por todos lados, nada de pasto y un olor a lacrimógena que ya es constante. Buena parte de los comercios están tapeados con planchas metálicas y los únicos trabajos que se pueden apreciar en el sector se centran en el reforzamiento de esas protecciones. Claro, porque la rutina que se sigue ahora acá suele repetirse.
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Una de las entradas a la estación Metro Baquedano. Crédito: Álvaro Peralta Sáinz[/caption]
A eso de las diez u once de la mañana comienzan a reunirse manifestantes por el sector y en la medida que se congregan empiezan las escaramuzas con carabineros que se pueden alargar por horas. A ratos son los encapuchados los que, a falta de semáforos funcionando, dirigen el tránsito en los cruces más transitados de la zona. Por momentos, son ellos los que mandan.
Hacia el final de la tarde suele llegar más gente, protestan de manera por lo general pacífica y cuando cae la noche viene la dispersión por parte de Fuerzas Especiales con bombas lacrimógenas, guanaco y más. Es decir, una dinámica que suele terminar mal. Y mal también está la cosa para el comercio -en su mayoría gastronómico- del sector, porque con este tipo de rutina diaria es casi imposible trabajar.
Muchos permanecen cerrados, otros funcionan con sólo algunas puertas abiertas y siempre atentos al momento de cerrar. Dicen que las ventas andan por el 20 por ciento de lo normal y no saben cuánto más durará esta situación ni si serán capaces de aguantar en estas condiciones. Los fines de semana el ambiente es un poco más tranquilo y algunas personas se acercan a tomar o comer algo y a tratar de hacer algo de vida más "normal". Pero sigue siendo poco, muy poco para el movimiento que solía tener el barrio. En resumen, la zona da pena.
Al pie del cañón
La Casa de Cena funciona desde 1981 en la calle Almirante Simpson, a escasas cuadras de Plaza Baquedano. Es conocida por mantener su cocina funcionando hasta altas horas de la madrugada, por lo que ahí es posible saborear un ajiaco, machas a la parmesana o un plato de consomé a las tres de la mañana. Pero también es recordada porque en plena década de los ochenta fue punto de reunión de agentes de la CNI que por esos años eran los reyes de la noche. "Es cierto que venían acá, pero también llegaba gente del MIR y hasta el día de hoy viene gente de todas las tendencias políticas, como la gente del Partido Comunista, que tiene su sede acá cerca", explica Sergio Olivares, quien administra el local que fundara su homónimo padre ya fallecido.
Pero claro, esta fama se vuelve peligrosa en tiempos revueltos y Olivares hijo confiesa que por ahí ha pasado algún encapuchado amenazándolo con quemarle el local por ser "una cuna de agentes de la CNI". Aunque se apura en agregar que también ha habido otros que le han asegurado tenerle cariño al local y por lo mismo "con la Casa de Cena no se meten". Como sea, han sido semanas complejas. "Estamos abriendo todo lo que podemos, incluso de noche, pero hay jornadas en las que hemos tenido que permanecer cerrados y quedarnos cuidando el local por lo que pudiese llegar a pasar", cuenta Olivares. Hasta el momento, el saldo es positivo: solo rayados y las ya mencionadas amenazas, además de una bomba lacrimógena que de rebote cayó dentro del salón hace algunos días.
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Así se ve actualmente la fachada del local Casa de Cena. Crédito: Álvaro Peralta Sáinz[/caption]
Obviamente, a eso hay que sumar el perjuicio económico porque "las ventas están en el suelo", confiesa. Afortunadamente son propietarios del local y esperan seguir aguantando hasta que vuelva la calma y todo mejore. "Por el momento estamos recibiendo sobre todo clientes antiguos que vienen un poco por ayudarnos. Como el abogado de derechos humanos Luis Toro, que tiene una mesa acá todos los martes por la noche y la ha mantenido. Aunque muchas veces su cuenta ha sido el único ingreso de ese turno", dice Olivares.
El administrador agrega que lo que han enfrentado estas semanas es nuevo para ellos: "Nosotros estábamos acostumbrados a convivir con las marchas que se hacían antes acá. Cerrábamos un rato de ser necesario, pero después pasaba todo y no había problema". Incluso, dice Olivares, muchas veces la gente que iba a manifestarse a la plaza luego terminaba comiendo algo en el local. "Recuerdo a los de NO+AFP, que después de marchar llegaban con sus banderas a comer", rememora con nostalgia.
Stand by
Guillermo Bertiny es hijo del fundador del restaurante Japón, que desde 1978 funciona en la calle Barón Pierre de Coubertin, casi en la esquina con Vicuña Mackenna. Él vivió mucho tiempo en frente de este restaurante de gastronomía nipona, así que conoce el barrio de sobra. "Va a costar sacar adelante la zona; yo creo que se le va a tener que meter mucha plata. Imagínate que hay sectores donde se sacaron hasta trozos del pavimento de la calle. Todo eso hay que recuperar", explica.
Afortunadamente el Japón no sufrió mayores pérdidas materiales, salvo el apedreo de su icónico letrero luminoso: "Nos acompañaba desde hace cuarenta años y había resistido a un montón de manifestaciones", cuenta Bertiny. A eso hay que sumarle que desde el 18 de octubre nunca más abrieron por la noche y sólo pudieron hacerlo -un día sí y otro no- en el turno de almuerzo, pero con una merma más que evidente en las ventas. "Aunque esté tranquilo durante el día, la gente simplemente no está viniendo. Estuvimos abriendo los domingos, pero no pasó mucho tampoco", dice Bertiny.
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El Japón enfrentó el apedreo de su letrero luminoso. Crédito: Mario Téllez[/caption]
Por lo mismo, este lunes tomaron la decisión de cerrar las puertas del restaurante y concentrarse en reforzar el local hermano que abrieron hace algunos meses en Nueva Costanera. "Es demasiado desgastante abrir un día y otro no, o incluso cortar antes el servicio porque comienzan a haber problemas en el barrio, así que lo mejor es cerrar y esperar a que todo se calme", agrega Bertiny. Pero a su vez, reflexiona: "Le va a costar al barrio porque el comercio está en el suelo, incluso a veces pienso que en una de esas esta zona, como la conocíamos, simplemente se acabó".
En la medida de lo posible
El Baquedano y el Prosit son probablemente dos de las fuentes de soda más representativas de Plaza Baquedano. La primera está justo en la esquina de Ramón Carnicer y sigue funcionando, aunque con varias de sus cortinas abajo y con muy poca afluencia de público. "Así estamos todo el día, con poquita gente", dice el maestro Carrasco, mientras calienta un completo en la plancha. Y lo de "todo el día" es más bien un decir, porque no suelen pasar de las cuatro o cinco de la tarde. "Después es imposible trabajar acá", asegura Carrasco.
En el Prosit la situación es similar. Abren cada mañana y trabajan "hasta que nos lo permiten", cuenta Faustino Fernández, quien hace treinta y dos años administra el local. El Prosit está funcionando con su acceso principal cerrado desde que los saquearon la semana pasada. "Nos rompieron la cortina metálica original del edificio (Turri) y se llevaron computadores y máquinas", explica el administrador. Por lo mismo, ahora se ingresa por una pequeña puerta lateral que permanece abierta.
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Los comensales del Prosit sólo pueden entrar por una pequeña puerta. Crédito: Álvaro Peralta Sáinz[/caption]
"No queremos interrumpir los más de treinta años que llevamos acá. Además, nuestros empleados comen aquí, así que hay que hacer el esfuerzo", asegura Fernández. Él dice estar de acuerdo con lo que pide la gente-"sobre todo lo del aumento de las pensiones"-, pero por otro lado quiere seguir trabajando. "Nunca en treinta y dos años habíamos estado algún día cerrados, pero ahora no nos quedó otra. Espero que la cosa mejore y yo pueda subir nuevamente la cortina y comenzar a atender como corresponde", dice con un optimismo que no logra ocultar del todo su preocupación, porque mientras conversamos comienza a juntarse más gente en el monumento de Baquedano.
Con menos suerte
La Terraza, La Hacienda Gaucha y el Hotel Principado de Asturias son propiedad del empresario español Lucio Torre, quien lleva más de cincuenta años trabajando en el sector de Plaza Baquedano. Lamentablemente, los tres locales han sido saqueados y uno de éstos (La Hacienda) también resultó quemado.
Hace un par de semanas, cuando sólo lamentaba el saqueo del hotel, Torre aseguró que en el barrio nunca vivió una situación "con el nivel de violencia y destrucción que nos tocó ahora". Hoy se mantiene trabajando en la sucursal de La Hacienda en la Plaza Pedro de Valdivia. ¿Qué pasará con sus locales del centro? Según su hijo Juan Carlos, todo es muy incierto. "Por ahora lo único que estamos haciendo es reforzar las protecciones que pusimos en los locales para que no nos entren a quemar nuevamente. Nuestra idea es abrir cuando todo se calme, pero la verdad es que no nos quedó nada y tendremos que reconstruir todo", asegura.
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Este el estado actual del frontis de La Terraza. Crédito: Álvaro Peralta Sáinz[/caption]
Sin embargo, más allá de lo material, proyectarse en la zona de Plaza Baquedano es complicado: "La verdad es que el nivel de destrucción que hay en la zona es desolador, dan ganas de llorar. Va a costar que la gente se anime a volver a los restaurantes y hoteles del sector", sentencia Torre.
Así están las cosas en la ahora llamada "zona cero". Poco queda de las rutinas anteriores al 18 de octubre, poco queda de sus noches largas y el movimiento de gente yendo o viniendo desde distintas partes de la ciudad. Por ahora no hay certeza de cuándo estarán las condiciones para comenzar a reparar daños y abrir los boliches, pero lo más incierto es saber si los usuarios del barrio volverán.
No se sabe cuándo se podrá reconstruir la Plaza Baquedano, pero parece haber consenso en que la rotonda y los prados no volverán. Todo apunta a una plaza dura. A juzgar por lo visto estos días en terreno y lo que cuentan locatarios, vecinos y clientes, en una de esas, Plaza Baquedano -como la conocíamos- ya no existirá más.
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