Mariana Loyola: "Criar sin tener mamá es mucho más difícil"
¿Qué pasa cuando una mujer ejerce o se pregunta en serio por la maternidad y no está viva su madre para contenerla, ayudarla, servirle como espejo donde reflejarse? ¿Cómo se lidia con esa ausencia profunda? ¿Se supera alguna vez? Cuatro testimonios dan una respuesta.
En la crisis. Ahí es cuando más pienso en mi mamá y la empiezo a echar de menos. Extraño sus cariños, su voz, su personalidad divertida. A veces, como consuelo, imagino lo bien que lo pasaríamos las tres con Olivia, mi hija, y ella: viajando, tomando una copa de vino o haciéndonos chistes que sólo nosotras entenderíamos. Pero eso es ficción. La realidad es que no está y eso es doloroso.
Quizá debería partir por el momento en que hice mi crisis personal del "okey, estoy sola, no tengo mamá". No fue a los 22, cuando ella murió, sino mucho después. En esa época me puse carretera, buena para salir y estaba súper enfocada en el teatro, quizá por evasión. Dejé embarradas, pero me di cuenta después de que tenía que ver con algo mucho más profundo: que no tenía mamá, no contaba con la contención de nadie, que nadie iba a decirme "no importa, está todo bien" cuando tomara malas decisiones o algo me dejara destrozada.
Aprendí que a nadie le enseñan a ser adulto, pero que sí puede ayudar tener una figura como la de la madre que te va guiando, te va enseñando y, sobre todo, te va perdonando.
Esa ausencia la noté cuando me embaracé y me pasaron por primera vez a Olivia (16). No sólo pensé en lo mucho que quería que estuviera mi mamá conmigo, también pensaba en cómo lo había hecho ella y me preguntaba cómo fue que tuvo tres hijos -yo soy la del medio- y cómo pudo educarnos prácticamente sola para luego enfermarse y saber que se iba a morir. Eso debe haber sido duro: saber que dejas a tres hijos a la deriva.
Me faltaron los consejos de mamá: cómo mudar, qué hacer cuando te sangra la pechuga, por qué la guagua llora y llora. Lo único que necesitas saber es cómo tu mamá lo hizo contigo. Lo mismo con la adolescencia. ¡Capaz que mi mamá me hubiese dicho que yo era peor de lo que pudo ser mi hija alguna vez en alguna gran pataleta!
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Mariana Loyola y Verónica Ruz, su madre.[/caption]
Mi mamá se murió a los 46 años. Yo tengo 43. Empiezo a acercarme a esa edad y obvio que me da miedo. Ella se enfermó de hipertensión pulmonar primaria a los 42. Cuando yo los cumplí se me movió el piso, porque fue asumir mi mamá estaba mal, en cama, a la misma edad. Además, recordé que cuando a mi mamá le dio esto, nosotros no sabíamos que era una enfermedad mortal, por eso nadie nos preparó para el desenlace fatal. Fue muy violento y nos quedamos un poco desamparados porque mi mamá era la sostenedora del núcleo familiar, ya que mi papá trabajaba mucho afuera.
Así que fui aprendiendo sola de mis errores, sin ese pilar importantísimo. Creo que mi maternidad ha sido coja en ese sentido. A mi hermana, que tiene dos hijos, le pasa lo mismo. Las dos lo hemos hecho lo mejor posible, nos hemos apoyado entre nosotras, pero evidentemente hace falta una consejera, un soporte, alguien mayor. Criar sin mamá es mucho más difícil que hacerlo con ella.
Trato de ser una mamá muy presente, muy acompañadora, muy metida en la crianza. Tiene que ver con lo que no tuve, pero también con que no tuve una hija para dejársela a una nana y tomarla en cuenta de vez en cuando. Para mí tener un hijo tiene que ver con tener un hijo deseado al que hay que darle tu tiempo, tu vida, tu energía. Por eso estoy a favor del aborto, porque no estoy de acuerdo con traer a un niño no deseado a vivir en este mundo.
Las historias nos forman y puede que yo tenga una aprehensión mayor con mi hija porque mi mamá murió. Esta cosa de piel, de las entrañas con ella, quizá no sólo pasa porque soy simplemente su mamá, sino también por el miedo a mi propia muerte. Haber sufrido una muerte tan fuerte, siendo yo chica, me marcó de mil maneras y lo seguirá haciendo.
Creo que la muerte de un hijo debe ser lo peor que le podría pasar a alguien, pero seguido viene la muerte de la mamá. Yo tengo un vacío emocional y una herida en la mitad del pecho que no sana, y que se abre cada vez que extraño y necesito un cariñito en el pelo, un abrazo cálido, un regaloneo. Increíble que ya llevo más de la mitad de mi vida sin ella.
Cuando la muerte llega tan temprano, cuando quedas tan solo, una tiene todo el derecho a perderse y a embarrarla. A ensayar y a errar. Esto lo he conversado con mi hermana y llegamos a una conclusión: hay que aprender a quererse y hay que aprender a perdonarse. Eso es parte de madurar y de ser la propia madre de una misma.
Este Día de la Madre, como todos los años, nos juntaremos los tres hermanos con nuestros hijos. Recordaremos a mi mamá y haremos un salud por ella. Es nuestro ritual. Y los rituales, como en la película Coco, son el único espacio donde todas nuestras energías están puestas en sentirnos más cerca de los recuerdos que nos dejó nuestra mamá.
Mariana Loyola es actriz.
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