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Matías Vargas, atrapado por la cuarentena: “En ningún momento deberíamos haber llegado a Tortel”

“No sé si voy a poder salir de aquí en 14 días, no sé si alguien se enfermará o morirá, si llegará ayuda o un hospital de campaña acá. Ni siquiera han mandado un médico. Incluso hemos solicitado que nos hagan exámenes, pero nada. No nos dejan salir de acá”.


“Tengo 29 años y soy de Rancagua. Estudié ingeniería y turismo en Santiago. La ciudad ya me tenía colapsado. Estaba enojado todo el tiempo y lo único que quería era devolverme al departamento lo antes posible. Tomé la decisión de irme de Santiago en agosto del año pasado. 

Con mi polola, Cyrielle, que es francesa, nos fuimos a trabajar a Torres del Paine en uno de los refugios del parque. Estábamos ahí y ya habíamos escuchado del coronavirus hace un mes y medio. En el refugio, casi todos los días había asiáticos y nos preocupábamos, pero en ese momento no era tan grave como ahora. Recién se empezaba a hablar sobre eso. 

Vivimos ahí desde el 1 de septiembre hasta tomar el ferry que iba a Tortel, el 13 de marzo.  El pasaje lo compramos dos semanas antes. Nuestro plan era conocer la Carretera Austral y después irnos a Rancagua a ver a mi familia, estar un par de meses allá e irnos a vivir a Francia. Tenemos pasajes para el 23 de mayo.

Nuestro plan era conocer la Carretera Austral y después irnos a Rancagua a ver a mi familia, estar un par de meses allá e irnos a vivir a Francia.

Al empezar el viaje sólo teníamos el pasaje. Los alojamientos u otras formas de movernos lo íbamos a ver sobre la marcha. Teníamos tiempo, ningún trabajo al que regresar y queríamos viajar de manera más informal. El ferry salía el jueves 14 a las cinco de la mañana y el embarque se hacía el día anterior, pasadas las diez de la noche. La navegación iba desde Puerto Natales a Puerto Edén. Después seguía a caleta Tortel y Puerto Yungay. 

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En el barco pregunté si teníamos que hacer un check in o algo y nada. En el interior nos pidieron los nombres y el número del asiento y sería. No hubo ningún tipo de control, nadie preguntó nada. Un viaje normal, en que la mitad de los pasajeros eran extranjeros. A Tortel llegamos el viernes a las 11 de la noche. Al desembarcar nos esperaba el chico del alojamiento. Se bajaron también tres parejas extranjeras que se quedaban en el mismo lugar. Ese día no supimos de nada, llegamos directo a dormir. Al día siguiente fuimos a conocer el pueblo. 

Nos topamos con una de las parejas extranjeras que conocimos, unos alemanes que habían comprado pasaje de bus a Coyhaique para las tres de la tarde. Fuimos a preguntar altiro si había alguno para Río Tranquilo. Nos dijeron que tendríamos que esperar, porque posiblemente podía ser suspendido y que no saliera ninguno el domingo. ¿Por qué? Fue ahí que nos contaron. El miércoles había llegado un crucero y bajó alguien que tenía síntomas. Ya todos sabían y lo dejaron bajar igual. Creo que ese crucero llega a Tortel todos los años y acá lo reciben con una ceremonia en que participan niños de la escuela, profesoras, personas de la comunidad. Casi todo el pueblo. 

El miércoles había llegado un crucero y bajó alguien que tenía síntomas. Ya todos sabían y lo dejaron bajar igual.

Aunque a los pasajeros les habían dado la orden de no bajar, bajaron igual. Fueron hasta a un restaurante a cenar. 

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Decidimos buscar alternativas. Había un chico que tenía buses para el domingo, pero no sabía si iban a salir. Todo dependía del ferry que pasaría ese día y que ahora iba de vuelta a Natales. Fuimos a un negocio a comprar, la señora que atendía nos contó que su hijo se iba al otro día a Coyhaique, que iría en camioneta y que nos podría llevar. 

Mientras en la placita, desde donde sale el ferry, se agrupaban unos 50 viajeros que no sabían nada y esperaban la embarcación. Solo había rumores de que habría cuarentena. A las 7 de la tarde se iba hacer una reunión de la que nunca nadie supo nada. No hubo información oficial. 

El ferry debía llegar a las 9:30 de la noche. Eran las 10 y la gente estaba toda ahí. Cuando el ferry entró en la bahía, dieron la orden de no subir ni bajar a nadie. La nave apagó las luces y se fue. Entre la gente varada está una familia de franceses con dos hijos pequeños de uno y tres años,  un señor mayor chileno que es insulinodependiente. Hay personas que vinieron por el día desde Río Tranquilo o Cochrane solo a tomar el ferry… los dejaron entrar y quedaron encerrados.

Eran las 10 y la gente estaba toda ahí. Cuando el ferry entró en la bahía, dieron la orden de no subir ni bajar a nadie. La nave apagó las luces y se fue.

Esa noche el dueño del hospedaje nos dijo que era una situación excepcional, que no nos preocupáramos. Nos hizo un precio. Dependemos de su buena voluntad y ha sido súper. Se llama Lázaro y ha sido nuestro salvador. Preferimos eso que irnos a la escuela donde los turistas varados durmieron en el suelo la primera noche, porque las colchonetas llegaron al día siguiente. Además, con 50 personas juntas es mucho más probable que se contagien entre ellos. La desorganización es terrible. 

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La sensación en el pueblo es de incertidumbre. Nosotros llegamos dos días después que recaló el crucero. Si hubiera habido algún protocolo, la capitanía de puerto se comunica con la de Natales y el ferry no habría seguido hasta acá. Creo que en ningún momento deberíamos haber llegado a Tortel.  No hay informaciones de medidas sanitarias o como cuidarse. Acá la gente está haciendo prácticamente su vida normal. No hay ninguna autoridad que diga qué tenemos que hacer, ni municipal, ni de la gobernación regional, ni de salud. A la gente no le han entregado ni guantes, alcohol o mascarillas y esto empezó la semana pasada.

La cuarentena está decretada por dos semanas. Pero acá a nadie le preocupa mucho. Los viejitos dicen “de algo hay que morir” y lo que está pasando lo ven por la tele no más. Hay algunos preocupados o que se tapan la cara, pero se siguen saludando de beso, se dan la mano o toman mate. Supuestamente hay una barrera a cuatro kilómetros en que Carabineros no deja salir. Unos chicos que andaban en bicicleta intentaron cruzar, pero los devolvieron. 

La cuarentena está decretada por dos semanas. Pero acá a nadie le preocupa mucho. Los viejitos dicen “de algo hay que morir”

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Pienso que hay responsabilidades e irresponsabilidades tremendas. Sobre todo, de la gente que permitió que el pueblo siguiera funcionando, creo que el alcalde no veló por su comunidad. Hubo una reunión con los turistas para informar qué iba a pasar con la cuarentena y fue una asistente social la que habló, acompañada de un marino. Ella ha sido la única de voz de mando oficial acá, pero no es una autoridad es una funcionaria.

Esperamos poder salir de acá. He leído que hay propuestas para que la gente no se pueda mover entre regiones. ¿Qué puedo hacer yo? Podría llegar hasta Coyhaique, pero ¿qué voy hacer allá? Seguir gastando plata en arriendo y sin trabajo. ¿Cuál es la solución? En estos momentos estoy gastando plata que no debería gastar. ¿Quién le va a traer insulina al viejito insulinodependiente? Acá no hay farmacias, sólo una posta chica que debe tener con suerte paracetamol. 

Nuestras familias están preocupadas. Sobre todo la de Cyrielle, porque en Francia el caos es aún mayor y saben lo que puede llegar a pasar. Esta situación me hace sentir más rabia de la que sentía. Más ganas de irme de Chile. Yo creo que lo único que no tengo es esperanza. Porque no sé si voy a poder salir de aquí en 14 días, no sé si alguien se enfermará o morirá, si llegará ayuda o un hospital de campaña acá. Ni siquiera han mandado un médico. Incluso hemos solicitado que nos hagan exámenes, pero nada. No nos dejan salir de acá.

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