Queens: salir de la isla
El invierno no perdona en Nueva York, y en diciembre las temperaturas ya llegan a 2 o 3 grados bajo cero. Por suerte, la ciudad -que es mucho más que Manhattan– siempre tiene algo que ofrecer. Alternativas para salir de casa sin morir de frío en el intento. Queens es una revelación dentro de esas opciones.
Desde Manhattan, cruzando el East River, al norte de Brooklyn, está el distrito de Queens, el más grande de los cinco que conforman Nueva York. Lleno de áreas verdes, barrios residenciales, galerías, museos. Un lugar que no se agota, pero es casi desconocido. Y eso que todos los que llegan a Nueva York por los aeropuertos John F. Kennedy (JFK) o La Guardia pasan por ahí. Algunos se animan y lo visitan en un "tour de contrastes" -básicamente un paseo por Harlem, Bronx, Brooklyn y Queens en solo cuatro horas–; lo que ya dice bastante, pues en el recorrido venden a Queens y compañía desde "lo otro", como un desliz en el glamour neoyorkino que prometen los medios enfocados en Manhattan
Recuerdo un capítulo de Friends en que Phoebe, uno de los personajes principales, y su novio deciden mudarse fuera de Manhattan, lejos del grupo. ¿A dónde van? A Brooklyn Heights. Pienso en Friends y su relación Manhattan-Brooklyn, porque construyó mi primera imagen de Nueva York: el Central Park, las cafeterías, los edificios de ladrillo, las escaleras de incendios, los taxis amarillos. Probablemente cada uno tiene su propia idea de la ciudad en base a sus referentes culturales. Puede ser Grace Kelly y James Stewart espiando a sus vecinos en Greenwich Village; Sinatra cantando; John Lennon en el Dakota; o la moda en Gossip Girl. La lista es larga. Infinita, casi. Sin embargo, estos casos tienen algo en común: se tratan de Manhattan y, para ser precisos, de Central Park hacia abajo.
En Friends, nos hacen sentir que Phoebe se va lejos porque cruza el río. Y es que en el imaginario de la "gran manzana", incluso Brooklyn Heights, que solo está a un costado del Brooklyn Bridge, es otro Nueva York. Y aunque el resto de la ciudad ha sido retratada con justicia por Paul Auster, Beastie Boys, Alicia Keys y Jay-Z, Spike Lee y varios más, siguen siendo una minoría. Nueva York y Manhattan se han vuelto casi sinónimos. Pero la ciudad es mucho más grande que "la isla".
Cruzando East River
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Clown Torture (1987), Bruce NaumanPS1 MoMA.[/caption]
Queens es la tierra de Trump -cuánto le duele no haber nacido en Manhattan-, Joy Ramon, Scorsese, NAS, 50 Cent. Con los años se ha transformado en un interesante foco cultural y artístico. Entre museos, ferias, galerías y comida de todo el mundo, vale la pena visitarlo, y no precisamente en un tour de contrastes. Además no es difícil llegar: aunque más caro y sucio que en Chile, en Nueva York el metro conecta toda la ciudad.
Por lo demás, si se visita Nueva York en invierno, hay que considerar que el frío no hace distinciones entre distritos, turistas, locales o migrantes. Las temperaturas bajo cero, el viento helado, la lluvia, la poca luz y la nieve son democráticos. Mientras los homeless se esconden en el metro y el resto sobrevive con ropa térmica y calefacciones agobiantes, los turistas que no se quieren perder la ciudad visitan museos, cafés, bares y restaurantes. El problema: Manhattan casi siempre está lleno. Ésta puede ser entonces la oportunidad ideal para visitar Queens. Mi propuesta: The Noguchi Museum, MoMA PS1 y el restorán mexicano Casa Enrique.
Tres refugios
Los primeros viernes de cada mes The Noguchi Museum es gratis, aunque por lo general la entrada cuesta sólo 10 dólares (15 menos que el Museo Metropolitano de Arte). El museo fue fundado por Isamu Noguchi (1904-1988) y rescata su obra como escultor, arquitecto, diseñador y dibujante. Hasta mayo de 2019 expondrá las Akari light sculputures, trabajo que Noguchi comenzó en 1951 y que consiste en lámparas de techo, mesa o pie, hechas a mano en papel de arroz. Akari significa luz y liviano en japonés. Cada pliegue en sus creaciones es tan delicado como emocionante, y ver sus lámparas invita a dimensionar de forma concreta la inmaterialidad etérea de la luz.
También es interesante que Noguchi fuera uno de los primeros en trasladar su taller a Queens en los años 60, impulsando el sello identitario que liga el distrito al arte y la multiculturalidad. El silencio del museo, la luz que se cuela por sus ventanas, los árboles de su jardín, proponen una suerte de intimidad en un espacio público que contrasta con la misma ciudad y su explosión de sonidos, luces y estímulos.
Si el frío es benevolente, al salir del museo Noguchi se puede caminar por la calle Broadway y recorrer el barrio de Astoria, donde vive la comunidad griega más grande de la ciudad. La oferta gastronómica es increíble y aunque abunda la comida proveniente de todo el mundo, se puede aprovechar la ocasión para comer en alguno de los restoranes griegos.
Más hacia el sur está el MoMA PS1, museo dedicado al arte experimental y contemporáneo. El edificio solía ser una vieja escuela y, aunque perfectamente acondicionada para cualquier museografía o instalación, aún conserva un aire de colegio que despoja al lugar del aura sacralizada que muchas veces define la experiencia del museo. Piso de madera, baños mixtos, salas de clases y un subterráneo con el sistema de calefacción a la vista matizan la idea preconcebida del museo como una institución reservada a la alta cultura, que tanto molestó a artistas como Duchamp o Warhol.
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Violins Violence Silence (1981-2), Bruce Nauman.[/caption]
Por estos días, y hasta el 25 de febrero, el PS1 exhibe la obra del estadounidense Bruce Nauman. Neones, instalaciones sonoras multimedia, proyecciones, esculturas y la performance Wall-floor positions (realizada por primera vez en 1965) amplían la experiencia más allá de la vista. La obra de Nauman desestabiliza y obliga a tomar posición respecto al cuerpo y sus formas. Lo mejor: se puede ver con tiempo y tranquilidad porque el museo es grande y no se llena.
A unos 15 minutos caminando del PS1 está el restorán mexicano Casa Enrique. Aunque el nombre puede sonar patronal -nace en homenaje al restorán donde Cosme Aguilar, chef ejecutivo de Casa Enrique, se formó en Francia-, lo importante aquí son dos cosas: el lugar tiene una estrella Michelin y los precios no son caros. Si estuviéramos en Manhattan, por cierto, costaría el doble o más.
Se puede revisar la carta por internet y, para asegurar una mesa, vale la pena hacer una reserva online. Otra de las cosas llamativas del restorán es la ausencia de adornos folklóricos mexicanos. Las paredes son blancas, la decoración sencilla e incluso transmiten deporte en sus televisores. Parece un lugar como cualquiera, pero la idea que transmite es otra: en Casa Enrique todo se trata de comida. Excelente comida. Los tacos, imperdibles.
Aunque esto sea sólo una pequeña fracción de la inmensidad que es Queens, sirve para trazar las primeras líneas de un patrón común: el encuentro de espacios que, desde el arte o la gastronomía, proponen un punto de vista, son abordables económicamente y otorgan intimidad y calor en días de mucho frío.
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