Arturo Fontaine: “Pepe Donoso admiraba a García Márquez, pero se le hacía muy difícil soportar su éxito, lo desesperaba un poco”
Parte del taller literario que formó el autor de Coronación, Fontaine fue amigo de Donoso hasta su muerte, en 1996. Con motivo de su centenario, destaca el valor de su obra, que vive un renovado interés, con ediciones en inglés y español. También hace un retrato cercano y más luminoso del chileno del boom: "En los diarios está el lado oscuro de Donoso, pero también tenía un lado alegre y vital”.
Sonó el teléfono y Arturo Fontaine escuchó, al otro lado de la línea, la voz de María Pilar Serrano, la esposa de José Donoso: “¿Sabes dónde está Pepe?”. Eran los primeros días de marzo de 1990, el país retornaba a la democracia y Gabriel García Márquez estaba de visita en Santiago. Con antelación, María Pilar Serrano había organizado una comida para el Nobel colombiano con un grupo reducido de amigos, entre ellos Fontaine. Pero un día antes de la fecha, Donoso desapareció.
-María Pilar me pregunta: ¿Sabes tú dónde está Pepe? Yo no tenía la menor idea. Me dice desapareció, se arrancó, me ha dejado sin explicación y no sé dónde está. Pepe no apareció y se canceló la comida. Y cuando García Márquez tomó el avión de vuelta, apareció tranquilamente, sin dar explicaciones. Se había ido al fundo de un amigo, no quiso ver a García Márquez. No podía verlo ya.
Escritor y profesor de Filosofía en la Universidad de Chile, Arturo Fontaine participó en el taller literario de José Donoso en los 80, el laboratorio de pruebas de la Nueva Narrativa Chilena de los 90. En el altillo de la casa de Galvarino Gallardo, en Providencia, donde funcionaba el taller, Fontaine leyó páginas de Oír su voz, su primera novela, publicada en 1992 en Buenos Aires, gracias al apoyo decisivo de Donoso.
-Él fue muy generoso conmigo. Para mí fue una relación extraordinariamente estimulante. A él le gustó mucho Oír su voz, me hizo muchas sugerencias: corta aquí, alarga acá. Cuando se demoró la publicación en Chile, habló con Eduardo Sabanes, que era el jefe de Planeta Argentina, y la novela salió allá primero.
En el estudio de su departamento, en una tranquila y luminosa calle de Vitacura, entre libros, un equipo de música y un colorido grabado de Roberto Matta a sus espaldas, Fontaine recuerda a Donoso con motivo de su centenario, el próximo 5 de octubre. En su computador escribe un ensayo en torno al Obsceno pájaro de la noche para la revista Letras Libres.
La obra cumbre de Donoso, publicada en 1970 en español, se acaba de editar por primera vez en forma íntegra en Estados Unidos. Hubo un versión anterior, de 1973, pero fue recortada para el mercado norteamericano. La novela que tuvo a Donoso en un infierno y que lo mandó al hospital, como lo relató él mismo en sus cuadernos privados. Editados por Cecilia García-Huidobro, los diarios han logrado amplia resonancia y renovaron el interés en su obra: un universo poblado de pesadillas, temores y obsesiones que remueven al lector.
-Él celebraba mucho la frase de Virginia Woolf que menciona que los grandes novelistas alteran tu sensibilidad, te hacen ver y sentir cosas que de otra manera jamás habrías sentido. En ese sentido, te cambian la vida. Y las grandes obras de Donoso logran eso -dice Fontaine.
Admiradores de Tolstoi y Proust, de Thomas Mann y Henry James, Donoso y Fontaine cultivaron una amistad que trascendió los límites del taller. Solían verse con frecuencia y hablar largamente por teléfono.
-Éramos muy amigos. Me contaba sus avatares, porque la vida de él era muy compleja. Y era un hombre inseguro, en todos los planos. Era un personaje famoso, exitoso, lleno de brillo, cuando hablaba se le iluminaban los ojos, pero, a la vez, era una persona muy vulnerable.
Se conocieron en casa de David Gallagher, en 1982, cuando Fontaine volvió de sus estudios en la Universidad de Columbia. Se integró al taller de Donoso y fueron amigos hasta su muerte, en 1996. Tal vez, la mayor lección literaria que recibió de él, dice, fue el valor de la historia y los personajes después de un período en que la novela estuvo capturada por el realismo mágico o el lenguaje como protagonista. De algún modo, el tipo de obra que el mismo Donoso desarrolló en su madurez, en novelas como El jardín de al lado y Taratuta.
-Pepe era un tipo con una sensibilidad muy abierta y con una fascinación por la literatura, por la pintura, por la arquitectura, por los jardines, por las ciudades, muy intensa. Desgraciadamente, en los diarios eso no lo supo transmitir. En toda esa parte que él llama la ‘biografía del Pájaro’, hay mucho de construir el personaje que está escribiendo esa novela. Después el diario toca más temas, pero aún así, se ve que él se sentaba a escribir en momentos en que estaba angustiado.
Donoso vuelve a Chile ya consagrado internacionalmente. ¿Había logrado cierta satisfacción con su obra?
Esa parte fue una pena de su manera de ser. Él era tan autoexigente como escritor que siempre sentía que se había quedado corto. Él terminaba una novela, estaba contento de haberla sacado, pero luego normalmente se deprimía. Sentía que la novela no estaba a la altura de lo que debió haber sido. En ese sentido, era un tipo atormentado, y eso está en los diarios. Yo no digo que los diarios no sean reales, pero, además, había otro lado que yo conocí, un Donoso más vital, más luminoso.
¿Lo sorprendió la lectura de los diarios?
No, lo que eché de menos fueron otros momentos donde él describe un jardín, o describe la arquitectura de una casa que ha visto en Barcelona, qué sé yo. En los diarios está el lado oscuro de Donoso, pero también tenía un lado alegre y entusiasta por la vida que yo conocí.
El Donoso más sombrío, ¿lo conoció?
Pepe era muy abierto en ese sentido. Esa parte oscura yo siempre la conocí. Para mí no hubo mayores sorpresas en los diarios. No sentí nada extraño, nada ajeno al Pepe Donoso que yo había conocido.
¿Cómo se veía en relación con sus compañeros del boom?
Tal vez el defecto principal que él tenía y que más le amargó la vida era la envidia. Eso lo confiesa en el diario. Dice, veo una foto de Carlos Fuentes en el Times, me corroe la envidia. En otro momento cuenta que siente envidia por los logros de Vargas Llosa. Envidia la virilidad de Hemingway. Está lleno de envidia y eso, desgraciadamente, lo hizo sufrir mucho. Él admiraba a García Márquez, pero se le hacía muy difícil soportar su éxito. No lo toleraba, el éxito de García Márquez lo desesperaba un poco.
Arturo Fontaine se acomoda en el sillón y recuerda una anécdota: cuando estudiaba en Columbia, Fontaine participó en un taller de cuatro sesiones con García Márquez. Y más tarde se lo comentó a Donoso.
-Pepe me dijo: ¿Qué te pareció el taller? Extraordinario, le dije yo. ¿Qué puede haber habido extraordinario? Bueno, nos hacía buscar las mejores primeras líneas y las mejores últimas líneas de la literatura. Después analizamos unos bestsellers que estaban de moda para saber qué hay ahí, por qué la gente está leyendo eso. Pepe me oyó con mucha distancia. Finalmente, le dije: además, como ser humano me dio la impresión de ser un hombre plenamente feliz, un hombre que tiene completa conciencia de haber hecho una obra de arte definitiva y que, además, ha tenido éxito popular total, cosa que rara vez se da. ¡Qué poca sicología la tuya!, me dijo. Es un hombre frustrado, lleno de amargura. ¡Y se empezó a describir él! Después yo estuve con García Márquez y Carlos Fuentes, y la verdad es que era un tipo muy simpático y con una sensación de haber tocado el cielo.
García Márquez le tenía cariño y en una carta le dice que estaba muy solo, que necesitaba amigos y vida social. ¿Lo afectó la soledad?
Donoso valoraba mucho la soledad. Para escribir, para leer, para meditar. Incluso, valoraba la represión. A mí me dijo: cada polvo son 50 páginas menos. Como se ve en los diarios, él tenía sueños eróticos homosexuales, pero tuvo pocas relaciones. Él confiesa dos, y la más larga de seis semanas. Después dice que iba a unos baños turcos. Él era de una generación donde eso es muy poco corriente. Pero en España él tenía al lado a Mauricio Wacquez, que era un tipo completamente abierto. Pero Pepe consideraba que esa manera de vivir la homosexualidad dañaba la literatura.
Él creía en el valor de la represión sexual. Él creía que la literatura surgía en gran medida de lo reprimido y que había que cultivar eso
¿Por qué?
Por dos razones. Una, porque él encontraba que había que evitar cualquier instrumentalización de la literatura, fuera política, fuera por una causa sexual, nacionalista o qué sé yo. Y él veía en buena parte de la literatura gay, que comentamos muchas veces, sobre todo la inglesa, que había una especie de propaganda. Y lo segundo es que él creía en el valor de la represión sexual. Él creía que la literatura surgía en gran medida de lo reprimido y que había que cultivar eso. Y si tú te dejabas ir en cualquier dirección, fuera la droga, el sexo, el trago, la vida social, o lo que fuese, tú no ibas a poder ser escritor. Porque el escritor tenía que tener una contención y de esa contención surgía la verdadera escritura.
Él tenía esa tensión íntima y, a la vez, tenía una relación difícil con María Pilar.
Él tenía un amor muy real con María Pilar y con su hija. Hay un momento, por ejemplo, cuando a María Pilar le encontraron un cáncer de pecho, y él dice que hay un 0,99 por ciento de él que quiere que ella muere para iniciar una nueva vida, pero luego dice que el hecho de que él haga esta reflexión y siga queriendo estar con ella demuestra que la quiere.
Sin embargo, escribió cosas duras sobre ella.
Es probable que ella lo haya visto, porque él le mostraba de repente cosas, era parte de su juego, como Tolstoi y Sofía que se mandaban mensajes por esa vía. Él dice que el amor exige cierto sacrificio y que la prueba del amor es el sacrificio. Yo creo que ahí toca algo profundo. Yo creo que había un amor real. Hay un momento en que él dice que la grandeza moral de la María Pilar es superior a todo lo que él ha conocido.
La relación con María Pilar era una relación conflictiva, con muchos altos y bajos, pero era una relación real a su manera, y la relación con Pilarcita también.
Más allá de que en algunos momentos dice que daría todo por dejarla.
Había un problema con el alcohol, eso es verdad. Pero hay que ver que también en un momento dado él dice que en su inseguridad está a punto de tomar una pega y no escribir nunca más. La relación con María Pilar era una relación conflictiva, con muchos altos y bajos, a mí me tocó ver muchas cosas, pero era una relación real a su manera, y la relación con Pilarcita también. Ahora, ella en el libro que escribió hace una pintura de Pepe que no trasluce este cariño que sentía por ella.
¿A qué lo atribuye?
Yo creo que ella al ver estos diarios tuvo un shock. Vio que había una estructura que tenía por debajo otra cosa y creo que esta exploración de los diarios la afectó. Ella era una mujer inteligente, buenamoza, se había casado, tenía hijos, tuvo un periodo muy feliz en Chile, pero todo eso fue quedando atrás. Ella tenía una verdadera obsesión por quién era su verdadero padre, que es muy natural en los hijos adoptados, pero en su caso era muy exacerbada. Hizo lo imposible en España por conseguir la información. No lo logró. Y de repente la agarró esta depresión brutal y se la llevó. Yo la quería mucho.
¿Pudo conversar con ella sobre el contenido del diario?
Sí. La noté un poquito más sorprendida de lo que yo me hubiera imaginado. Y, claro, la versión que Donoso da de sí mismo, como comentábamos, es mucho peor de lo que era.
¿Donoso terminó con una sensación de frustración por no haber alcanzado el éxito que él quería?
Él hubiera querido tener un éxito de público masivo. Eso no lo voy a negar. O sea, él era contradictorio en eso, porque por una parte hacía una literatura que lo hacía improbable. Pero era lo que él hubiera querido, por mucho que él dijera yo no apuesto a un bestseller, sino a un longseller. Todos sentíamos que el ideal habría sido ambas cosas. Por ejemplo, Vargas Llosa vendió mucho con La ciudad y los perros. Oscar Hahn me contó que una vez visitó Arica y había gente en el aeropuerto, lo recibieron como una personalidad. A Pepe nunca. Él viajaba mucho a Estados Unidos, y una vez de esas veces escribe: acabo de entrar al hotel, vengo a dar esta conferencia, los invitados anteriores fueron García Márquez y Vargas Llosa, seguro que los pusieron en un hotel de otra categoría. Eso era permanente en él y lo hizo sufrir mucho, porque la envidia corroe.
De todos modos, recibió el Premio Nacional y tuvo un homenaje con invitados internacionales para sus 70 años. Vino José Saramago.
Saramago hizo un inmenso homenaje que está publicado en la revista del CEP. Todo eso, claro, lo alegraba mucho, pero él siempre estaba: sí, me lee Saramago, me celebra Saramago, pero la gente... Me dijo una vez que había visto a una mujer leyendo en el Metro, no supo qué libro, pero no era de él, y que le caía una lágrima. Me dijo: ¿podré yo producir eso? Eso es lo que yo quiero. No era solo vanidad, era admitir también que el deber del escritor es poder decirle algo a alguien, a una persona desconocida que va en el Metro, no solo a los escritores ni a los críticos. Él era escéptico de los académicos, muy irónico siempre. Cada vez que iba a Estados Unidos volvía y me comentaba: estuve revisando 10 tesis que se hicieron sobre mí. ¡Puras estupideces!
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