Ute Frevert, historiadora alemana: “La esperanza es muy necesaria para guiar a las personas a un nuevo año de restricciones ”
Directora del Centro de Historia de las Emociones de Berlín, la investigadora y ex académica de la Universidad de Yale se refiere a las emociones y la política en el año de la pandemia. Autora de libros como Las Políticas de Humillación y Sentimientos Poderosos, destaca el esfuerzo de los gobiernos europeos por proteger la vida durante la crisis. "Esta consideración ética triunfó sobre el capitalismo. Esta fue una lección para aprender", dice.
En su esencia, las emociones corresponden a sentimientos innatos. Al mismo tiempo, ellas son la expresión también de un proceso de educación sentimental. En este sentido tienen una dimensión social y colectiva. “Los sentimientos se entretejen en la historia de muchas maneras. Dan forma a las relaciones humanas, tanto en la familia como en la política. Permiten o dificultan la comprensión y la cooperación. Los sentimientos no son singulares, subjetivos e individuales. Se ajustan a los patrones sociales, obedecen reglas implícitas y explícitas”, dice la historiadora alemana Ute Frevert, directora ejecutiva del Centro de Historia de las Emociones, en Berlín.
Asociado al Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, el centro es pionero en el estudio de las relaciones entre emociones, historia y cultura. Exacadémica de la Universidad de Yale, Ute Frevert (1954) es una investigadora distinguida y miembro de la Academia de Ciencias Leopoldina. Entre sus obras destacan Las Políticas de Humillación, una historia de las prácticas de humillación en los últimos 200 años, publicado por la Universidad de Oxford, y del reciente Emociones poderosas, una historia de los sentimientos en Alemania de 1900 a la actualidad.
Junto a una veintena de científicos, esta semana firmó una carta que pide bloqueos estrictos para Navidad y Año Nuevo con el fin de evitar un alza en los contagios.
¿Cómo describiría este año desde el punto de vista de las emociones?
Lo describiría como un año de emociones y políticas emocionales altamente ambivalentes. Experimentamos una pandemia mundial. Experimentamos miedo a infectarnos, especialmente en aquellos países cuyas poblaciones se han olvidado de las enfermedades infecciosas gracias al avance de los tratamientos médicos y la baja mortalidad en las últimas décadas. Al mismo tiempo, la pandemia se enfrentó, en los países afectados, con una política de cierre que me recordó los intentos por controlar las epidemias de principios del siglo XIX: cerrar fronteras, retirarse a pequeñas comunidades y familias. Al acercarse al círculo íntimo, las amenazas globales se enfrentaron a las comunidades emocionales unidas de la familia y, a lo sumo, a los amigos cercanos.
Al comienzo hubo mucha incertidumbre respecto de la pandemia. En su opinión, ¿qué efecto tuvo esta incertidumbre?
Tuvo dos efectos, en orden cronológico. Al principio, la gente recurrió a la ciencia, sobre todo a la virología. Se suponía que la ciencia debía ofrecer certeza en términos de una explicación clara de las causas y los efectos. Una vez que la gente se sintió frustrada con las dificultades inherentes a la búsqueda de conocimiento científico, muchos se apartaron de la ciencia y se acercaron a los mitos conspirativos que rápidamente explicaban el mundo desde un principio.
En muchos lugares, los gobiernos enfrentaron la amenaza de Covid-19 con una narrativa de guerra. ¿Qué impacto tuvo esto?
La narrativa estaba destinada, como en todas las guerras, a unir a la gente detrás del gobierno. Al mismo tiempo, oscureció el hecho de que el virus no tiene intencionalidad. No tiene estrategia ni intención de destruir. No tiene ni moral ni objetivos. No produce héroes ni mártires, sino víctimas indiscriminadas. Concebir el virus como un agente de guerra pierde completamente el sentido y engaña a la gente haciéndoles pensar que ellos mismos pueden hacer algo para enfrentar y derrotar activamente al virus.
La gestión de la pandemia fortaleció el papel de control del Estado. ¿Podríamos estar en el umbral de una nueva era de vigilancia estatal, como han observado filósofos e intelectuales?
Desde un punto de vista histórico, encuentro esas observaciones sobrevaloradas y sobredramatizantes. Claro, esta era, al menos inicialmente, la hora del ejecutivo, ya que todos dependíamos y seguíamos las órdenes del gobierno. Pero el gobierno inmediatamente solicitó la ayuda de la ciencia, como parte de la sociedad civil. Y rápidamente se enfrentó a los parlamentarios y les pidió que discutieran las medidas tomadas, y las descartaran o las mantuvieran o las revisaran en términos de procedimientos legislativos. Aquellos que temen un mayor grado de vigilancia estatal deberían, en mi opinión, preocuparse más bien por la cantidad de monitoreo y vigilancia que muestran las corporaciones internacionales como Google, Facebook o Amazon, incluidos sus pares chinos.
Los sentimientos de pérdida y angustia estuvieron muy presentes en los momentos más duros de la pandemia. ¿Observó empatía por parte de los gobiernos?
Las políticas gubernamentales no tratan de empatía. Se trata de proteger a los ciudadanos nacionales de las dificultades, el fracaso y las agresiones externas. Fue sorprendente ver cómo los gobiernos europeos se unieron para hacer de la vida y la supervivencia de los ciudadanos su principal objetivo. Esta consideración ética triunfó sobre el capitalismo. Esta fue una lección para aprender.
Este también fue un año de expresión de ira e indignación: el movimiento Black Live Matter es quizás su mejor ejemplo. ¿Qué relación ve entre la expresión de ira y la búsqueda de justicia?
La ira por la injusticia es el arma más poderosa en las democracias modernas para cambiar la política. Las manifestaciones callejeras que dan voz y rostro a tal ira pueden y lograron mucho para alertar a los gobiernos sobre la necesidad de ajustar la política.
El año termina entre nuevas oleadas, nuevos encierros y la esperanza que encierra la vacuna. En este punto, ¿qué papel juega la esperanza?
La esperanza es primordial, y es muy necesaria para guiar a las personas hacia un nuevo año de restricciones y limitaciones. Sin embargo, la esperanza no es un sentimiento elevado, sino fundamentado y reforzado por un hecho material: la vacuna. No salvará todos los problemas. Pero nos permitirá recuperar cierto grado de seguridad en nuestras prácticas y comportamientos cotidianos.
Un deporte popular y dañino
En el complejo entramado de las emociones, la humillación encuentra un espacio adherido a las expresiones de ira y odiosidad. En su libro Las Políticas de Humillación: una Historia Moderna, Ute Frevert persiguió estas prácticas desde el siglo XVIII a la actualidad. Publicado en 2018 en Alemania, este año lo editó la editorial de la Universidad de Oxford.
“Yo estaba fascinada e intrigada por los muchos casos de ‘mujeres esquiladas’, mujeres en países ocupados por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial que habían tenido aventuras con soldados alemanes u otros oficiales. Después de la liberación fueron expuestas públicamente y sus cabezas fueron afeitadas. Quería entender por qué y cómo sucedió esto y por qué sucedió en tantos lugares diferentes, tanto en Polonia como en Noruega, en Grecia y en Francia. Incluso sucedió, en un formato ligeramente diferente, en Irlanda del Norte durante los ‘Troubles’ de la década de 1970, cuando las jóvenes católicas que salían con soldados británicos eran atadas a un poste, alquitranadas y emplumadas”, cuenta.
¿Qué rol ejerció la humillación pública en la historia?
En Europa, la humillación pública fue ampliamente utilizada durante el período moderno temprano por las autoridades locales. Era parte integral de los procedimientos legales y ayudó a forjar una unión sólida entre la comunidad y las autoridades. Durante la primera mitad del siglo XIX, la política legal cambió debido a una nueva comprensión de la ciudadanía y el honor cívico. El Estado se abstuvo cada vez más de imponer sanciones vergonzosas a los ciudadanos. La picota desapareció de los mercados (o al menos ya no se utilizó), al igual que la flagelación pública. El Estado también intervino para eliminar las prácticas comunales de humillación pública, como las charivaris y la música disonante. Al mismo tiempo, persistió la humillación en instituciones oficiales como en las escuelas o los militares. Aquí, tomó mucho más tiempo abolirlos. Al ir a la escuela en la década de 1960, todavía recuerdo tener que pararme en la esquina del salón de clases de espaldas a la clase cuando había hecho algo que había enfadado al maestro. El castigo aquí vino bajo la forma de vergüenza pública, como en muchos otros casos e instituciones.
¿Quién ejercía y ejerce la humillación?
Aquellos que tienen el poder o asumen poder sobre otros. Pueden ser autoridades, el sistema legal, maestros, padres, los medios de comunicación. Pero también pueden ser individuos que buscan mejorar o fortalecer su estatus en un grupo social y lo hacen menospreciando a otros. En los últimos tiempos, podemos observar lo que podría llamarse la democratización de la humillación: todo el mundo lo hace. Se ha vuelto omnipresente gracias a la disponibilidad de las redes sociales.
¿Qué papel juegan hoy las redes sociales en este ámbito?
Han ampliado tanto la gama de actores como de espectadores. Todo el mundo puede conectarse y publicar un insulto contra otra persona en Facebook. Y seguro que obtendrá muchos Me gusta que confirmen su estatus y le animen a ir más allá. Todo el mundo puede utilizar las diversas plataformas de vergüenza y publicar una foto de alguien que sea demasiado gordo o demasiado delgado, demasiado promiscuo o demasiado tímido. La vergüenza pública se ha convertido en algo así como un deporte popular, pero extremadamente dañino para las personas objetivo. Dado que la audiencia virtual es enorme, no puedes escapar de la vergüenza, no puedes esconderte. Tu autoestima baja, te sientes débil e impotente. Estas prácticas pueden literalmente destruir a las personas.
¿Qué opina de las reacciones de intolerancia a comentarios inapropiados? Pienso en el caso de JK Rowling.
Como tendencia general, las personas se han vuelto más sensibles a lo que consideran un ataque a su honor y dignidad. Se sienten más vulnerables y quieren hacer valer su derecho a no ser avergonzados ni humillados. Este es un gran logro, y sería aún mayor si pudiera reducir por completo la vergüenza pública, lo que paradójicamente no es así. Por otro lado, existe una tendencia a enfatizar demasiado las propias afirmaciones morales y emocionales a expensas de los demás. Las sociedades necesitan un terreno común de lo que se puede hacer y decir y lo que no. Estos motivos son actualmente muy controvertidos, lo que habla positivamente de la vivacidad y la energía de una sociedad determinada.
Internet y las redes sociales también son un lugar para discursos de odio y exclusión. ¿Son tolerables? ¿Cómo afectan a la democracia?
No, no son tolerables, y los estados democráticos tienen que hacer todo lo posible para reducir esas prácticas odiosas. Pero no es solo una cuestión de acción legal y estatal. También urge que los ciudadanos tomen una postura firme, se distancien de tales prácticas y ayuden activamente a los afectados. Para ser una sociedad civil, todos tenemos que actuar de manera cívica y civilizada, y tenemos que tomar medidas contra quienes no cumplen con las reglas de comportamiento civilizadas.
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