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Columna de Constanza Michelson: Cabeza de malo


De la cabeza de los malos -más que de los buenos- nos hemos preguntado siempre. El arte suele suponer algún accidente biográfico en el perverso, mientras que la ciencia escudriña las razones de su teoría de la maldad en alguna célula fallida. Pero a veces la explicación se nos presenta a tajo abierto, sin metáforas, y aún así se nos pasa de largo. Por ejemplo, queda demostrada in situ cómo funciona la lógica del abuso, cuando aquello que se rechaza con fuerza, encarnado estos días en el director de cine Nicolás López, se replica sin aflicción alguna en el escarnio público: el abuso de poder.

Es inquietante el acorralamiento que tras las denuncias a López han sufrido sus cercanos. La plaza pública pide que amigos y colaboradores se pronuncien, pero con un veredicto que ya está hecho, sea lo que sea que digan, reciben un furioso "no te creo", "por qué no lo dijiste antes". Sí, como una especie de esquizofrenia social se les injuria con las mismas palabras que históricamente se ha rechazado a quienes denuncian abusos sexuales.

Así como López se reconoce antes como un imbécil que como un abusador, hay muchos victimarios, así como también víctimas, sin conciencia de que lo son. Esto es precisamente lo retorcido de los abusos, se trata de algo que se ve y no se ve al mismo tiempo. Es lo que hace que se reproduzcan con tanta facilidad. De la repugnancia que provocó la defensa de algunas figuras de televisión a la tortura en la cárcel de unos imputados de asesinato, a pocos días de ello no quedó un trazo de tal rechazo. Y aquí vamos otra vez con la venganza sin piedad. Una cosa es reclamar justicia, otra convertirse también en un matón.

Es desconcertante que al mismo tiempo que se desnaturaliza la violencia sexista, se instalen otras crueldades de manera impúdica. Es necesario decirlo sin ambigüedades: el linchamiento en masa porta la misma pulsión de todo abuso, se ceba en el placer de dominación y destrucción, y se ampara en el silencio de quienes, por miedo, no se atreven a ir en contra de la corriente abusiva. Tal cual ha operado la violencia estructural hacia las mujeres.

En algo tiene razón López, en que se volvió imbécil. El abuso de poder, de contenido sexual o no, lleva a cosificar al otro y nos vuelve imbéciles sociales. Porque pone en suspenso la riqueza de la comprensión de los entramados de los sentimientos humanos. Desde esa incomprensión es que en estos temas surge la pregunta canalla y lineal ¿por qué no lo dijiste antes? Olvidando cuando uno mismo estuvo más de la cuenta en alguna situación dolorosa, ya sea por confusión, miedo, presión social, búsqueda de afecto o trabajo. Incluso por culpa, cuando el objetivo de quien abusa coincide con algún deseo de la víctima. Olvidando quizá también cuando uno mismo fue portador de un poder repentino y lo mal usó, en una jerarquía o sencillamente enamorando a alguien a quien no se estaba dispuesto a amar. Asimismo olvidan todo eso quienes acusan a los cercanos del director de no haber hablado antes. Desconociendo que existen los afectos aún con los malos, y eso no significa exculparlos. Se los dice una hija de malo.

El abuso no se agota en regulaciones ni sanciones. Pues hay juegos de poder en todas las relaciones y cuya naturaleza vale la pena comprender. ¿Por qué a veces no podemos decir que no, cuando puede que baste con eso? A veces es por opresión, pero otras como dice Julia Kristeva, tiene que ver con el espejismo del amor en que tratamos a un semejante como un superior.

El filósofo Franco Berardi plantea que la revolución tecnológica ha dado paso a mutaciones antropológicas. Hemos perdido la inteligencia de la comprensión del subtexto humano, sus matices y la complejidad del sentir, volviéndonos literales. Y lo literal es un buen amigo de la imbecilidad y de la crueldad. A esto hay que resistirse: al pensamiento en masa, a la propia saña, a las lecturas de mala fe, a la paranoia generalizada, a la banalidad de la violencia. Resistirse para que no se trate sólo de acabar con la violencia sexista para vanagloriar otras igual de tristes.

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