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(Crédito: Jorge López Orozco).

La naturaleza salvaje del nuevo Parque Patagonia

El sueño de Douglas Tompkins se transformó en realidad tras la declaración formal que convierte a la hacienda Chacabuco en el nuevo Parque Nacional Patagonia. Enormes montañas, lagos y bosques conforman el cuadro de un lugar destinado a ser la tierra prometida de los amantes de la observación animal. Un safari al fin del mundo que incluye pumas, cóndores, huemules, guanacos y ñandúes.


Los ojos del puma se iluminan como relámpagos rojos en medio de una total oscuridad. Un potente foco de luz delata su posición y provoca que deje de acechar a los guanacos. Su mirada gira totalmente acompañada del resto de su robusto cuerpo de casi dos metros de largo. Hace frío. Un segundo después estoy en su mira. Nadie habla. El miedo y la excitación se enlazan durante los pocos segundos que dura el contacto visual con este depredador que, finalmente, pierde interés y decide ocultarse en la noche.

Es noviembre y la última jornada del programa Patagonia Big Five cierra con suspiros de alivio/felicidad/miedo y con una de esas anécdotas que se les contará durante años a los amigos o a los hijos. Ver un puma -conocidos en esta región como "gatos" o "leones"- es algo que a casi nadie le ocurre en la vida diaria. Pero dentro del flamante Parque Patagonia, 2.200 kilómetros al sur de Santiago, es algo que puede ocurrir con frecuencia desde hace poco más de una década.

El 2004 los filántropos norteamericanos Douglas y Kristine Tompkins adquirieron 80 mil hectáreas de campos en el valle de Chacabuco, corazón de la región de Aysén, que habían servido para un pastoreo intensivo por casi un siglo. Colindante a la mítica Carretera Austral y a pocos kilómetros de Cochrane, la llegada de la pareja cambió radicalmente la cara de esta geografía. El sitio se transformó en la piedra angular de uno de los proyectos de recuperación de flora y fauna más destacados a nivel internacional. Junto a varios colaboradores, se encargaron de ejecutar una ambiciosa recuperación del ecosistema que, después de 14 años, es un éxito. Hoy el nuevo Parque Patagonia, formado por esa antigua hacienda y las reservas nacionales Jeinimeni y Tamango, es uno de los territorios protegidos más grandes, bellos y desconocidos del país.

Tierra adentro

Llegar a este parque requiere una dosis de esfuerzo y de resistencia a los vaivenes de la Carretera Austral. El trayecto, mayormente de ripio, obliga a una marcha prudente durante las siete horas que separan al aeropuerto de Balmaceda de las instalaciones del lugar.

Pero no es tiempo perdido. Hay tantas curvas como bellezas naturales que entran por las ventanas de la 4x4: el magnífico y nevado cerro Castillo -también Parque Nacional-, el lago General Carrera, extenso y colorido, con pueblos ideales para hacer una pausa como Puerto Tranquilo (desde donde salen expediciones a las Catedrales de Mármol) o el sector de Confluencia, donde los ríos Baker y Nef unen sus torrentes, son potentes anestésicos a cualquier molestia del camino y se transforman en las mejores sinopsis ante el plato final.

Un gran cartel indica el desvío hacia el Parque Patagonia. La ruta se alarga entre grandes praderas con largos pastizales. Decenas de pájaros vuelan en un paisaje que se hace súbitamente montañoso y que parece un paraíso nunca tocado.

"Esto era verdaderamente un cóctel de la extinción. La fauna era desplazada por la actividad ganadera y algunas especies cazadas. Recientemente fueron las mineras e hidroeléctricas las que aumentaron la fragmentación del hábitat, iniciada por los extensos incendios de los bosques nativos", recuerda el veterinario e histórico administrador de vida silvestre en el parque, Cristián Saucedo. Su nombre es sinónimo de una de las voces más respetadas en el conocimiento de la fauna patagónica en Chile y es conocedor de cada palmo de este territorio.

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(Crédito: Jorge López Orozco).[/caption]

Saucedo es también el marido de Paula Herrera, anfitriona y fundadora del Patagonia Big Five, experiencia creada para que los viajeros conozcan, cara a cara, a los cinco animales símbolos de esta ecorregión: guanacos, cóndores, ñandúes, huemules y pumas. La pareja trabajó por largos años junto a los Tompkins en la transformación de la ex hacienda en un área destinada exclusivamente para la conservación; sin embargo, con la muerte de Douglas tres años atrás, se aceleró el traspaso de estos y otros dominios para el Estado chileno, bajo una gran condición: ser declarados parques nacionales. Hoy, el trato es un hecho.

Silencioso ritual

Llueve, pero Paula conduce con la seguridad de un piloto del París-Dakar. La camioneta es dirigida rumbo a las orillas del lago Cochrane, distante a dos horas de las instalaciones principales del parque, a través de una huella poco recorrida y llena de obstáculos. Tras pasar un denso bosque de verdes lengas, resplandece la sonrisa del guardaparques Daniel Velásquez.

Ataviado con boina y ropa outdoor, en sus manos lleva una antena -similar a las de TV- con la que rastreará huemules. Los venados del sur del mundo están en peligro de extinción y no quedan más de 1.500, ubicados entre la cordillera de Chile y Argentina. Daniel, de 57 años, lleva la mitad de su vida protegiéndolos. Con el mismo movimiento que se mueve la caña en la pesca con mosca, el guarda sacude la antena y escucha los "bips" que delatan la cercanía de los transmisores que tienen puestos en el cuello algunos ejemplares que están siendo constantemente monitoreados.

Daniel camina a paso seguro -una vez más y como casi todos los días- por los escarpados faldeos cercanos al lago. Cuenta que estos cérvidos, de un metro de altura, son únicos por un particular comportamiento: los padres se quedan con las crías hasta que maduran pasados los tres años. "Son cariñosos entre ellos", revela, destacando que sus pacíficos espíritus los han hecho blanco fácil para perros, cazadores, zorros y pumas. Este hombre los cuida, los bautiza, y sigue sus costumbres con una ritual precisión.

El trekking de montaña tiene premio. Tras un par de horas hemos visto media decena de huemules. Ellos ni se inmutan con la presencia humana. La observación es precisa, distante, silenciosa y pura. El grupo, compuesto por siete personas, dispara fotografías casi presintiendo lo efímero de estos momentos. La vuelta a la casa-refugio de Daniel depara otros rituales patagónicos: un cordero al palo, mate y música de chamamé.

Patagonia Big Five

El viaje del Patagonia Big Five es rudo de día y completamente cómodo durante las noches en que se duerme en el Lodge, hotel de campo que crearon los Tompkins. El edificio, diseñado en estilo inglés, está siempre temperado, cubierto de hermosos y grandes cuadros de flora, paisajes y fauna. Posee centenares de libros de fotografía e ilustraciones, cómodas habitaciones de una sobria elegancia, grandes salones con mullidos sillones y enormes ventanales, que obligan a un esfuerzo extra para escapar de un lugar que sólo invita al reposo. Se necesita amor por la aventura para volver a enfrentar al cambiante y frío clima aisenino.

Las seis jornadas que dura el Big Five constan de unas diez horas puertas afuera. Para ver a los ñandúes hay que llegar al límite con Argentina, en el desconocido paso Roballos, entre contrafuertes andinos con cimas puntiagudas y ventarrones congelahuesos en plena estepa patagónica. Los cóndores, permanentes habitantes de los aires, son más escénicos y repentinos. Como si fueran volantines negros girando en círculos, decenas de ellos sobrevuelan animales muertos. Carroñeros, se alimentan de lo que sea, sobre todo, del cuerpo de algún ser caído en desgracia, que casi siempre es uno de los centenares de guanacos que viven, corren o pelean, en el Parque.

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(Crédito: Jorge López Orozco).[/caption]

Puertas afuera, todo está vivo. Más aún para el sensible ojo de Rody Álvarez, uno de los guías y ex guarda Conaf en la región, que puede distinguir desde lejos a cada una de dichas especies. Aunque el programa promete ver a las cinco figuras principales de esta parte de Patagonia, al final el conteo de aves, mamíferos y algunos pequeños reptiles, se eleva por sobre el medio centenar de especies. Un safari en el sur del mundo.

Rody, especialista en mates amargos, es también quien sujeta el potente foco cada una de las noches en que se busca a los pumas. Cuenta que una vez vieron catorce "leones" juntos, cosa casi prácticamente imposible en cualquier otro lado. Pero en el Parque Patagonia, con su naturaleza tan salvaje como protegida, puede suceder.

Si en la noche hay suerte, se podrá hallar la mirada relampagueante del puma que quiebra la oscuridad. Y si la "gata" te pone en la mira, habrá una prodigiosa historia -de esas que suenan a leyenda- para contarles a amigos y familiares.

Datos

Patagonia Big Five:

www.patagoniabigfive.com Acaba de iniciar sus operaciones este año y convocó a destacados guías, naturalistas y científicos para que los viajeros conozcan esta tierra desde adentro y de la mano de sus principales protectores. El programa consta de 5 noches y 6 días, con traslados desde/hacia el aeropuerto de Balmaceda en la región de Aysén. Se incluyen comidas y hotelería una noche en Puerto Tranquilo y cuatro en el elegante lodge del Parque Patagonia. Valor referencial programa: desde US$ 4 mil.

Viajeros independientes:

El Parque Patagonia está siempre abierto a los viajeros independientes. Hay sectores de camping delimitados y senderos de trekking de varios días que, dicen, serán tan potentes como los de Torres del Paine. Hay buses diarios para la ruta Coyhaique-Cochrane-Coyhaique.

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