volman
Víctor Volman, un artesano chileno que se asentó en la zona de Samaipata.

Santa Cruz, la multifacética


Viernes en la noche y Los Tajibos, el hotel más grande e icónico de Santa Cruz de la Sierra, está repleto de periodistas, cámaras de TV y fotógrafos de páginas sociales. Nadie, eso sí, viene a cubrir uno de los eventos privados que se celebran en este sitio, como una fiesta de 15 años con adolescentes vestidas de trajes largos color chicle o a una pareja de novios que se inmortaliza en el lujoso lobby.

Hoy la prensa se reúne aquí porque se anunciará una nueva alianza público-privada, incluida la colaboración de este hotel, para impulsar el turismo de la región. Potenciar la marca propia del estado de mayor poder económico de Bolivia, bajo el eslogan "!Ni te imaginás!". Poner a Santa Cruz en el mapa turístico del país y dar la pelea a otros destinos locales como Uyuni, La Paz o el Amazonas.

Santa Cruz es otra Bolivia, lejos de la postal de las cholitas con mantas multicolores, llamas y sonidos de zampoña. El panorama va por otro camino. Aquí hay un clima tropical de vegetación densa, que se combina con una ciudad pujante, donde los centros comerciales emergen tan rápido como los suburbios con canchas de golf. La gente se pasea con un vaso de Starbucks en la mano.

Ésta es la Bolivia de los más ricos, la ciudad del gas, petróleo y la soya. Una localidad industrial que se ha ido desmarcando de los planes de Evo y que vive con pauta propia, donde los autos de lujo se pasean marcando territorio y los restaurantes de comida japonesa comienzan a surgir con propuestas de cocina fusión y comensales vestidos elegantes. Como en el restaurante Jardín de Asia, de la avenida Marcelo Terceros Bánzer, que todas las noches recibe a lo más selecto de la sociedad cruceña.

No todo es lujo. Santa Cruz tiene capas, anillos que van formando esta ciudad desde el centro hasta llegar al número nueve, donde la realidad cambia en la medida que más se aleja del punto de partida: la Plaza 24 de Septiembre. Es aquí, en pleno casco histórico, donde se puede tomar el pulso a la realidad más ancestral de la ciudad, donde los vendedores ambulantes ofrecen café o helado artesanal de leche de coco y los domingos la gente pasea entre las galerías de arte y salones de té, o sube al campanario de la Basílica de San Lorenzo.

El recorrido por el centro es breve y de una calma casi pueblerina. Obligatoria una pasada por la feria artesanal de La Recova: el fuerte es la venta de cueros y souvenirs que una vez más recuerdan que estamos en otra Bolivia, ya que los loros de colores y las joyas parecen acaparar todas las vitrinas. Dejan fuera los tejidos y mantas pachamámicas. Es clave también entrar a cualquier bar de los que abundan en el centro y pedir con la mejor actitud de local un "chuflay", trago en base a singani, un aguardiente de uva moscatel y ginger ale. Sí, se parece mucho a nuestra piscola blanca, pero es mejor tomar sin polemizar para evitar así cualquier otro conflicto fronterizo innecesario.

Ahora, si el viaje es en familia, una buena alternativa es pasar el día completo en el Biocentro Guembé, en el suburbio de Urubó. Este parque, que también cuenta con hotelería tipo resort, ofrece por 15 mil pesos por persona la posibilidad de visitar diversas atracciones naturales, como su mariposario con más de 20 especies, criadero de tortugas de tierra y un aviario: una enorme jaula de más de 15 metros de altura donde hay diversos tipos de loros, tucanes y guacamayos. Además hay piscinas, algunas con cascadas naturales, restaurantes con buffet libre y un lago para pasear en kayak.

[caption id="attachment_147322" align="alignnone" width="900"]

Imagen-Mariposario-bioparque-Guembe.jpg

El mariposario del Biocentro Guembé.[/caption]

Arqueología y hippies

Aquí hay rincones que incluso son desconocidos para los mismos bolivianos y mucho más por los extranjeros. Como el poblado de Samaipata, 119 kilómetros al sur de Santa Cruz, al cual se llega por montañas sinuosas y de color verde intenso.

Conocer Samaipata vale la pena por varias razones, principalmente por su belleza y porque se ha ido transformando en una torre de Babel con casas de adobe y calles de adoquines y tierra. Aquí se dice que conviven más de 20 lenguas de habitantes de todo el mundo que se quedaron "pegados" aquí de por vida. Cada uno aporta a la multiculturalidad de este pueblo de alma hippie.

"Esta tranquilidad no la encuentras en ninguna parte, es un gran lugar para criar hijos", dice Víctor Volman, chileno patiperro que tras 10 años de recorrer el mundo optó por hacer familia en Samaipata junto a su novia estadounidense. Volman, originario de Osorno, menciona con orgullo que es sobrino de Martín Vargas. Se dedica a vender artesanías hechas en base a bolivianita, una piedra semipreciosa de color violeta, mientras ve pasar las horas sentado en la vereda y conversa con unos argentinos cuyas rastas casi tocan el suelo.

Como dice el artesano chileno, Samaipata recuerda a lugares como el Elqui o San Pedro de Atacama, pero con montañas y vegetación, donde se pueden ver en la calle australianos, alemanes y franceses que decidieron jubilar de manera anticipada en el lugar, o simplemente dedicarse a practicar sus hobbies o habilidades artísticas a cambio de algunos pesos.

En los alrededores de Samaipata están las ruinas incaicas conocidas como El Fuerte, las cuales han ido saliendo a la luz gracias a las excavaciones de un grupo de arqueólogos alemanes. De a poco se han ido revelando como un completo y muy bien conservado centro ceremonial. En 1998 el Fuerte de Samaipata fue declarado Patrimonio de la Unesco, lo que ha permitido no sólo mantener el cuidado de este lugar, sino que también la generación de fondos para nuevos trabajos y excavaciones.

Cerca aparece otra carta que ayuda a diversificar aún más el recorrido, pasando de un paseo arqueológico a una ruta enoturística. Aunque poco se sepa de esta faceta de Bolivia, aquí también se producen vinos de calidad, provenientes de uvas cultivadas a más de 2 mil metros de altura, tal como lo hace la viña Landsuá, que produce a baja escala 12 cepas diferentes como tanat, merlot, cabernet sauvignon y shiraz. En esta viña familiar se pueden recorrer los viñedos y los mismos dueños ofrecen catas y degustaciones.

La zona de Samaipata no se cansa de sacar cartas por debajo de la manga. Hay cataratas con pozones para nadar y caminatas y senderos para trekking entre las montañas. Eso obliga a quedarse por días antes de volver a conectarse con Santa Cruz, donde el hipismo se pierde rápido entre los nuevos edificios, calles con palmeras y autos último modelo.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.