James Earl Jones, más allá de Darth Vader: el camino de una leyenda
El legendario actor, fallecido recientemente a los 93 años, se forjó una extensa y destacada carrera, entre el teatro, Broadway y Hollywood. Superando la tartamudez de su infancia, consiguió hacerse un camino como un solicitado actor, trabajando en producciones de diverso calado. Reconocido como la legendaria voz del villano de Star Wars, también puso su talento en producciones como Conan el bárbaro, La caza del octubre rojo, entre muchas otras.
A los 8 años, James Earl Jones (Mississippi, 1931) no hablaba. Era por entonces un niño granjero tartamudo, que apenas sacaba el habla en la escuela rural de una sola aula a la que asistía en el condado de Manistee, Michigan. Allí se comunicaba escribiendo notas. La opción ante una timidez extrema y una niñez sin amigos.
“No importa la edad del personaje que interpreto”, dijo Jones a Newsweek en 1968, “aunque interprete a Lear, esos recuerdos profundos de la infancia, esas furias, saldrán a la luz. Lo entiendo”.
James Earl Jones, recientemente fallecido a los 93 años, vivió el temprano abandono de su padre, Robert Earl Jones, quien dejó el hogar para volverse boxeador y actor (años después incluso actuaron juntos). Luego, su madre se volvió a casar, pero decidió formar una nueva familia y dejó al niño a cargo de sus abuelos, John y Maggie Connolly. Pero aquel no era precisamente un hogar feliz. “Me crié con una abuela muy racista, que era mitad cherokee, mitad choctaw y negra”, dijo Jones a la BBC en una entrevista de 2011. “Era la persona más racista e intolerante que he conocido”.
Todo comenzó a cambiar en la secundaria. Un profesor descubrió su gusto por la poesía. Lo animó a escribir y a recitar un poema a diario ante sus compañeros. Poco a poco, comenzó a ganar confianza. James Earl Jones, ya hablaba.
Según él, ese fue el momento clave que permitió cimentar su camino hacia la actuación. “Creo que el simple hecho de descubrir la alegría de comunicarse fue lo que me preparó para ello”, le dijo a New York Times en 1974. “En un sentido muy personal, una vez que descubrí que podía volver a comunicarme verbalmente, se convirtió en algo muy importante para mí, como recuperar el tiempo perdido, recuperar los años en los que no hablé”.
“James Earl Jones es un personaje curioso. Es de la misma generación de Sidney Poitier y Harry Belafonte, pero alcanzó la fama más tarde. Esto se debe en parte a que privilegió durante mucho tiempo su carrera teatral a la cinematográfica y a que quizás, a diferencia de los mencionados, era medio inclasificable: un actor de color que tenía los ojos claros, pero que siempre se identificó con la herencia afroamericana de sus padres, ambos también mezclados”, dice el crítico de cine de Culto, Rodrigo González.
A la manera de otros actores clásicos, las habilidades de Jones se pulieron interpretando obras del inmortal Shakespeare. En los primeros años sesenta, participó en montajes de títulos como Enrique V, Romeo y Julieta, Ricardo III y El sueño de una noche de verano. Precisamente, ese trabajo le abrió una oportunidad. En 1964 tuvo su primera chance en Hollywood en la sátira nuclear Dr. Strangelove o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba, donde fue dirigido por el legendario Stanley Kubrick.
Fiel a su estilo obsesivo, Kubrick se convenció de su fichaje cuando lo vio actuar en una producción de Shakespeare. “George C. Scott estaba interpretando a Shylock cuando Kubrick vino a verlo”, recordó en una entrevista en enero de 2014. “Yo también estaba en la obra, como el Príncipe de Marruecos, y Kubrick dijo: ‘Yo también me quedo con el Negro’. No es lo que dijo en realidad, pero así es como me gusta expresarlo”.
Ya hacia los setenta se convirtió en un solicitado actor. Fue en 1970 cuando logró notoriedad con su trepidante interpretación del boxeador Jack Jefferson, un personaje basado en el campeón, Jack Johnson, en La gran esperanza blanca. Ello le valió su primera nominación a los Oscar como Mejor Actor. Un logro nada menor, pues era el segundo afroamericano en obtener una nominación, tras Sidney Poltier.
“Creo que una de sus mejores interpretaciones -dice Rodrigo González-. Ahí fue el pesado pesado Jack Johnson, un auténtico púgil de los años 10 que se enfrentó al racismo campante de la época y se transformó en un ícono de la lucha por la igualdad. Fue el primer afroamericano que ostentó el título de campeón de peso pesado”.
Años después pudo interpretar la voz de Darth Vader en Star Wars, un rol al que en principio no quería acreditar. Solo accedió en la tercera entrega de la saga original, El regreso del Jedi (1983). Por el trabajo se le pagó $7.000 dólares. La última vez que puso la voz del célebre Lord Vader, fue en el spin off Rogue One: una historia de Star Wars.
Con los años, ese trabajo le dio gran notoriedad. Incluso, le permitió aparecer haciendo caceos en series, como The big Bang theory, donde se interpretó a sí mismo. De alguna forma se volvió un ícono pop, con trabajos para series como Los Simpson, además de grabar la voz corporativa de la cadena CNN. Su voz profunda retumba en el slogan “This is CNN”.
La carrera de James Earl Jones fue más allá de Star Wars y de su posterior participación en El Rey León (1994) donde interpretó la voz de Mufasa. Fue el rey mago Baltazar en Jesús de Nazareth (1977); el sanguinario villano Thulsa Doom en Conan el bárbaro (1982); el rey africano Jaffe Joffer en Un príncipe en Nueva York (1988); el Almirante James Greer en La caza del octubre rojo (1990); el sacerdote sudafricano Stephen Kumalo en el drama sobre el apartheid Llanto por la tierra amada (1995); para su último papel, retomó a Jaffe Joffer en la secuela de Un príncipe en Nueva York (2021).
“Es indudable que su voz le otorgaba autoridad a todo lo que hacía y así es como Darth Vader o Mufasa son 50 por ciento voz y 50 por ciento expresión corporal. De hecho, si se hace el ejercicio de ver en youtube las filmaciones de Darth Vader con la voz del actor inglés David Prowse, que era quien se ponía el traje, da un poco de risa. Es algo aguda, juvenil y con acento cockney. Parece una parodia”, dice Rodrigo González.
Para una carrera extensa, de no menos de 120 películas y 90 proyectos para televisión, tuvo un acotado reconocimiento. Se le concedió el Oscar honorífico en 2011, y en 1971, ganó el Globo de Oro por su rol en La gran esperanza blanca. También tuvo el premio honorífico del Sindicato de Actores, SAG, en 2008. Alguna vez recordó el consejo que le dio su padre actor, en sus inicios. “Si quieres dedicarte a este negocio, tienes que hacerlo porque te encanta, no porque te hará rico o famoso. Ese fue el mejor consejo que me pudo dar”.
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