Trieste, el extremo escondido de Italia
Bañada por el mar Adriático y vecina de Eslovenia, esta es una ciudad de contrastes, intensa y poco visitada, que esconde grandes atractivos y no deja de sorprender.
Es invierno y hace frío, mucho frío, pero por suerte la bora hoy no atacará. Eso es muy bueno.
Trieste, la ciudad más al este de Italia, bañada por el Adriático, presenta inviernos que difícilmente se dan en otras latitudes, y es precisamente este fenómeno climático, entre otras razones, el que hace de este un lugar único, aunque poco conocido y visitado.
La bora es un viento con identidad propia, algo caprichoso y a veces furibundo: puede alcanzar hasta 170 km/h y barrer con todo a su paso. No por nada, Sthendal decía que en Trieste temía "perder el brazo por afirmar el sombrero".
Las autoridades, como prevención, lanzan gruesas cuerdas por las calles, para que los transeúntes se afirmen y no salgan volando. Pero Trieste es más que viento. Es la única y última ciudad italiana que se ubica entre Europa occidental y los Balcanes, en un extremo casi escondido en el mapa, rodeada al sur y al oriente por Eslovenia, a solo 50 minutos en bus desde Liubliana.
Desde el terminal de buses se pueden recorrer su costanera y su puerto, visitar el gran acuario junto al mar (4,5 euros la entrada adultos; 3 euros estudiantes y adultos mayores; niños gratis), para llegar a la enorme Piazza dell' Unitá d'Italia. Es una de las más grandes plazas con vista al mar de toda Europa, con una imponente explanada y rodeada de edificaciones austro-húngaras arquitectónicamente impecables. Destacan el Edificio de la Bolsa, el Ayuntamiento y la iglesia de San Antonio.
El centro es moderno, con tiendas de diseño, centros comerciales, mercados y artistas callejeros. Pese al frío, ya al mediodía los cafecitos al aire libre están atiborrados de gente tomando un espresso o un gelatto, que junto a las pizzas y pastas constituyen los mejores atractivos culinarios. Imperdibles los spaghetti con fruto di mare, con mariscos recién sacados del golfo de Trieste: choritos, almejas, anillos de calamar, pulpos baby, cangrejos. ¿Precio? Alrededor de 10 euros.
Vale la pena recorrer el casco antiguo para visitar la Catedral di San Giusto Martire, en pie desde 1320. Su edificación se hizo sobre las ruinas de un templo romano y se caracteriza por sus frescos y mosaicos muy bien conservados. A pasos está el medieval Castillo de San Giusto, el Foro Romano y un parque donde a cada paso se encuentran placas y una enorme escultura que recuerdan a los caídos en la guerra. Subiendo hacia San Giusto es recomendable parar en el Teatro Romano, del siglo I antes de Cristo.
Ya de regreso hacia el centro, bajando por la Vía de la Catedrale, se encuentra el Museo de Historia y Arte, bien iluminado, con salas amplias y exposiciones tanto al interior como a cielo abierto. Vale la pena visitarlo, más aún con su entrada liberada (solo se deja un aporte voluntario).
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La Piazza della Borsa fue el centro económico de Trieste durante el siglo XIX. (Crédito: Bruno Rodríguez)[/caption]
Ya en la costanera es posible tomar el bus N° 8 o el N° 10, en el cual por 1,3 euros y en media hora se puede llegar al barrio de San Sabba, donde está el único campo de concentración que hubo en toda Italia. Ahí fueron encerrados judíos, gitanos, minorías eslavas y todos los italianos que traicionaron la causa nazi. El lugar se llama La Risiera de San Sabba y si bien fue concebido como campo de concentración para tránsito, reordenamiento y envío de detenidos a otros lugares, como Polonia o Alemania, también se usó como campo de exterminio. Allí se ejecutaron alrededor de 5.000 personas en un año (de abril de 1944 a abril de 1945).
El recinto impacta por su tamaño, por sus muros de ladrillos y sus ventanas tapiadas. Las 17 celdas de tortura son tétricas y muy pequeñas, con camarotes, gruesas puertas de madera y una ventana del tamaño de un plato. El silencio lo invade todo.
La Sala de las Cruces sobrecoge por lo lúgubre. Este era el lugar para encerrar a quienes serían deportados a Auschwitz, Mauthausen o Dachau. Al estar parado ahí, bajo las cruces, es imposible no rememorar el sufrimiento de quienes padecieron los horrores de la guerra. Hay también un patio central enorme, donde aún se conservan los altoparlantes por donde se daba instrucciones a los detenidos. Por momentos es como estar en el filme de Benigni La vida es bella.
También hay un museo gratuito con imágenes de lo que se vivió aquí, el nombre de los ejecutados se escucha como una letanía y en vitrinas se exhiben artículos personales, como anteojos, uniformes, diarios de vida y otros objetos de esa época. Como la carta de un muchacho italiano, de 23 años, fechada el 5 de abril de 1945, quien se despide de sus padres: "Querida mamá, te escribo para decirte que hoy seré fusilado, así es que adiós para siempre. Querida mamá, adiós. Querida hermana, adiós. Querido papá, adiós".
Por todo esto y más, Trieste bien vale una visita.
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